La decisión de migrar acontece en circunstancias y necesidades muy concretas, pero, en cualquier caso, se trata de una decisión particular.
Sin embargo, en torno a la población venezolana, esa decisión ha sido estimulada por el posicionamiento deliberado de discursos que apuntan al "colapso de la esperanza": erradicar la creencia y la capacidad de percepción de cambios positivos en el país.
Conceptos como "Estado fallido", "crisis humanitaria compleja" y, más recientemente, "narcorégimen", han servido para dar sustento político y jurídico a esa matriz. En paralelo, se moldean factores psicológicos a través de la repetición sistemática de determinados mensajes —en especial dentro del ecosistema digital, con el corolario de influencers y figuras del "exilio" detrás—, orientados a producir un malestar y una subjetividad específica, funcional a ese relato.
En este punto conviene subrayar que hay una base material real, expresada en condiciones de vida que se han visto deterioradas por las sanciones y el bloqueo, que a su vez profundizaron problemas estructurales del Estado y la sociedad venezolana. Pero ello no elimina el hecho de que exista una operación psicológica activa contra la población, orientada a erosionar su identidad colectiva, los vínculos entre connacionales y el sentido mismo de lo que significa "ser venezolano".
¿Por qué, ante las dificultades, surgió con tal fuerza la necesidad de irse? ¿Qué ideas, imágenes y creencias acompañan ese movimiento? ¿Qué consecuencias tiene para el país? Y, sobre todo, ¿en qué lugar queda, dentro de esa narrativa, la gente que decidió quedarse?
Tres vectores de la operación psicológica
1. La esperanza
Se estimula, por ejemplo, con la idea de un cambio de régimen inminente que vendría acompañado de la "vuelta al país" masiva de quienes emigraron, noción ampliamente estimulada por los sectores más extremistas de la oposición desde el proceso electoral del 28J de 2024.
Esa premisa refiere un escenario plenamente imaginario, reforzado por la idea de una supuesta "Venezuela libre" difundida por medios e influencers hasta un punto que roza lo fantástico.
Pero, siguiendo con ese ejemplo, no existe ningún estudio verificable, fuente o médium mágico que permita afirmar que eso será así. Por el contrario, diversos análisis, incluso de medios opositores, indican que aun si se produjera el presunto cambio de régimen al que los sectores más extremistas siguen apostando por la vía de la fuerza y la injerencia extranjera, la posibilidad de una "transición ordenada" es improbable. En ese escenario, quienes emigraron difícilmente verían su regreso al país como una opción apetecible. Pero la sobreestimulación subjetiva impide toda reflexión sensata sobre el tema.
No en vano el psicoanalista argentino Gabriel Rolón indica que "la esperanza nos detiene en la espera de que ocurra algo por lo cual nosotros no podemos hacer nada. Eso es muy angustiante, porque nos deja frustrados, impotentes e ignorantes".
2. La rabia
Es consecuencia lógica del colapso de la esperanza, donde la idea de que "el régimen nos ha quitado todo" presenta la opción de emigrar, más que como una decisión, como una obligación moral y una opción de supervivencia.
En otras palabras, la rabia se utiliza como un motor que se traduce en la frase "debo migrar", independientemente de las condiciones materiales o las opciones personales existentes. Hoy, salir de Venezuela se ha vuelto un objetivo aspiracional revestido de alta carga simbólica, en cuanto también significa "solo así puedo mejorar mis condiciones de vida".
Pero esto no es reciente. Es un rezago del pensamiento colonial que ha acompañado al país desde la conquista y su consolidación como nación, que hoy está siendo explotado a nivel comunicacional con fines de desestabilización, desarraigo cultural y borrado identitario. Reaparece una y otra vez la idea de "progreso", ubicándolo fuera, con el desarrollo cultural, urbanístico, tecnológico y comercial de Occidente como referencia. Se afirma que Venezuela está atrasada porque "no se parece a".
3. La nostalgia
Se potencia con la población que aún está en el país y con aquella que ya se fue.
En primer lugar, construyendo una vez más una imagen idealizada de Venezuela, que antes de la Revolución Bolivariana habría sido perfecta y cercana al desarrollo, aun cuando esta percepción no corresponda con el registro ni los hechos históricos —véase el Caracazo—.
En segundo lugar, actúa como factor que intensifica el duelo de quienes se fueron, lo que genera un círculo que refuerza los otros dos momentos y repite el ciclo una y otra vez.
Todo este proceso forma parte de una operación en curso. Su objetivo es crear condiciones subjetivas que favorezcan la aceptación, por parte de la población, de intervenciones injerencistas y agresiones multiformes contra el país, especialmente aquellas que implican el uso directo de la fuerza como estrategia de cambio de régimen.
Además, procura un alcance cultural profundo pues busca imponer un imaginario que ignora deliberadamente la realidad económica, social, política y cultural del país, sus raíces históricas y las contradicciones inherentes a su desarrollo.
Por otra parte, para el sector de la población venezolana que resulta blanco del discurso promigratorio, se omite un aspecto fundamental: las personas que siguen en el país y, sobre todo, que deciden permanecer. Esta elección se vuelve cada vez más inconcebible y prácticamente se invisibiliza dentro de la narrativa sobre el tema.
Aun bajo bloqueo, con el peso de más de mil sanciones y un asedio militar en curso, lo cierto es que el desarrollo nacional sigue su rumbo: se registra un crecimiento económico sostenido y existe una dinámica social activa. La población sostiene sus rutinas, disfruta sus tiempos de ocio y desarrolla su actividad laboral, a pesar de que se intenta, por todos los medios, alterar este funcionamiento habitual.
En ese sentido, dentro de la narrativa promigratoria, la imagen que termina de construirse sobre la población que permanece en el país es la de una atrapada por la desidia total, incapaz de rebelarse por su conformismo e indiferencia. Y así se construye el camino hacia la deshumanización.
Por eso, tal vez eso que tanto buscan impedir, quebrantar y romper sea una de las principales estrategias de resistencia que se tienen como población, ante el intento de borrado y erosión de lo que nos sustenta como sociedad: sostener la vida, la cotidianidad y las dinámicas que nos permiten persistir y mantener el país en movimiento.
