Un reciente estudio comparativo publicado por el portal de análisis geopolítico GlobalSouth aplicó dos cortes temporales (enero y julio de 2025) para contestar una pregunta elemental: ¿Disminuyen o se multiplican los frentes de guerra?
Las cifras son inequívocas, con 16 escenarios activos al comenzar el año, 18 a mitad y nueve brotes efímeros que apenas rozaron los titulares. El hallazgo muestra que los mecanismos que sostienen la violencia permanecen operando aun cuando la retórica diplomática proclama "desescaladas".
Cinco epicentros concentran hoy la mayor letalidad: la guerra en Ucrania; el genocidio israelí en Gaza, con repercusiones en Líbano y el mar Rojo; el desplome estatal de Sudán; el conflicto generalizado en Myanmar; y la cadena de insurgencias que recorre el Sahel (Malí, Burkina Faso y Níger). Cada zona supera el umbral de mil muertes anuales que dos centros de datos importantes (el Programa de Datos sobre Conflictos de Uppsala, UCDP, por sus siglas en inglés; y el Proyecto de Datos de Ubicación y Eventos de Conflictos Armados, Acled, por sus siglas en inglés) emplean para catalogar una "guerra de alta intensidad".
Por debajo de esa cota estadística, pero decisivos por su impacto humano y geopolítico, se mantienen focos como el este de la República Democrática del Congo; las regiones anglófonas de Camerún; áreas rurales de Colombia donde la firma de paz de 2016 no desactivó todos los fusiles; el asedio prolongado y la crisis humanitaria en Yemen; la fragmentación deliberada de Siria, repartida entre enclaves yihadistas respaldados desde el exterior y bombardeos israelí-estadounidenses; la violencia recurrente en Oromia y Amhara tras la guerra de Tigray en Etiopía; los ataques de Boko Haram en el noreste de Nigeria; la ofensiva de Al Shabaab en Somalia; la insurgencia de ISIS-K en Afganistán; el corredor de narcoviolencia entre el Pacífico y el golfo de México; o los conflictos persistentes en la República Centroafricana (RCA), Haití y el norte de Mozambique.
A esta geografía habría que sumar lo que GlobalSouth denomina "hostilidades financieras", no consideradas por las fuentes: sanciones y bloqueos que estrangulan economías sin disparar un proyectil.
Las bases consultadas (el Grupo Internacional de Crisis, ICG, por sus siglas en inglés; y el Consejo de Relaciones Exteriores, CFR, por sus siglas en inglés, además de Acled y UCDP) ofrecen series útiles, aunque no neutrales. En varios repositorios, la dimensión militar israelí aparece segmentada o minimizada, como si la devastación en Palestina no respondiera a una operación sostenida.
Ciclos vitales atrapados en la guerra
El estudio subraya que, en varios territorios, la guerra ha dejado de ser un episodio para convertirse en una condición de existencia.
Afganistán encadena más de cuatro décadas de hostilidades; Palestina lleva tres cuartos de siglo bajo ocupación y ofensivas periódicas; el este de la República Democrática del Congo supera los 30 años de violencia fragmentada, y Somalia suma más de tres décadas de conflicto entre gobierno, milicias y actores externos.
En todos los casos, al menos dos generaciones han crecido sin conocer un estado de paz duradero. La continuidad del conflicto muestra que la guerra funciona como un mecanismo externo de dominación que prolonga la violencia para mantener el control territorial y político.
Nueve chispas que reconfiguran el tablero
Entre agosto de 2024 y enero de 2025, GlobalSouth identificó nueve estallidos de corta duración que, sin alcanzar los umbrales estadísticos de "guerra en curso", alteraron correlaciones locales:
- India-Pakistán vivieron cuatro días de fuego cruzado en Cachemira que activaron canales diplomáticos de urgencia entre potencias nucleares.
- En Libia la pugna por el control del puerto de Trípoli desbordó los acuerdos de seguridad y obligó a una mediación exprés entre actores regionales.
- La escaramuza en Syunik reabrió el expediente fronterizo Armenia-Azerbaiyán, lo cual recordó que el capítulo Nagorno-Karabaj está lejos de cerrarse.
- Chad y Sudán sumaron otra página a su historial de tensiones transfronterizas, con miles de desplazados en menos de dos semanas.
- Ecuador vivió cinco días de motines carcelarios y ataques coordinados de cárteles que desencadenaron un estado de excepción impuesto por el gobierno de Daniel Noboa.
La lista continúa con focos en el Sahel, el Cuerno de África y el Caribe. Lo común a todos es su papel de "interruptores geopolíticos": eventos breves que, aun sin prolongarse, modifican líneas de suministro, flujos migratorios o equilibrios militares. Su corta duración los deja fuera de muchos registros académicos, pero para las poblaciones afectadas el daño material y psicológico perdura.
Desactivar la guerra implica desmantelar su modelo de negocios
Si la violencia prolongada revela el fracaso de las fórmulas de mediación tradicionales, el escenario multipolar abre un margen para ensayar soluciones que no giren alrededor de las potencias que concibieron la arquitectura bélica actual.
Dentro del bloque Brics, y en sus alianzas cercanas, existe la capacidad diplomática, financiera y logística para impulsar un mecanismo de alto nivel en el que la negociación política vaya de la mano con la reconstrucción y la reparación social. Ese esfuerzo solo tendrá sentido si parte de iniciativas que comprendan la raíz económica de la violencia y atiendan el trauma colectivo sin menoscabar la soberanía institucional de los países implicados.
Adoptar este enfoque obliga, además, a revisar tanto la legalidad de las sanciones unilaterales como la lógica de la deuda externa, factores que sostienen la inestabilidad con la misma fuerza que las armas.
El informe de GlobalSouth señala que la proliferación de frentes bélicos actúa como pieza central de un entramado que convierte la violencia en método de gobierno. Superar esa lógica exige algo más que proclamar ceses al fuego: hay que restar rentabilidad a la guerra y devolver capacidad de decisión a quienes hoy apenas figuran como cifras.