Mar. 08 Julio 2025 Actualizado 3:55 pm

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Michael Hudson: "El poder de EE.UU. ya no radica en ser acreedor, sino en ser un deudor al que nadie puede cobrar… hasta que aparezca la alternativa" (Foto: Getty Images)
Washington contra Washington

Trump acelera el colapso imperial de EE.UU.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos colocó al dólar en el centro del sistema financiero internacional, con el respaldo del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Durante décadas, esa arquitectura permitió a Washington financiar su gasto militar y sus déficits externos gracias a que los bancos centrales extranjeros compraban bonos del Tesoro. 

En una entrevista con el académico noruego Glenn Diesen, el economista Michael Hudson advierte que este modelo ha llegado a un punto crítico. "Los imperios no pagan", afirma, y señala que la deuda de Estados Unidos se ha convertido en su principal instrumento de poder, pero también en su mayor debilidad.

La confiscación de reservas venezolanas y rusas, las amenazas de sanción a cualquier país que avance hacia la desdolarización, entre otros elementos, han socavado la confianza en el sistema. Arabia Saudita, India y otros actores aliados de Washington buscan alternativas en el oro o en acuerdos bilaterales fuera del ámbito del dólar. 

Hudson resume el dilema: "El poder de EE.UU. ya no radica en ser acreedor, sino en ser un deudor al que nadie puede cobrar… hasta que aparezca la alternativa".

El poder de doble filo del gran deudor

Estados Unidos acumula más de 35 billones de dólares de deuda pública. Para Michael Hudson, ese pasivo masivo se ha convertido en un instrumento de poder. Los acreedores extranjeros dependen tanto de la solidez del Tesoro que temen provocar una crisis si exigieran un pago abrupto. De ahí las amenazas del presidente Donald Trump (aranceles de hasta 500% a quien abandone el dólar) y la insistencia bipartidista en calificar cualquier intento de desdolarización como "acto hostil".

La arquitectura actual se gestó tras el embargo petrolero de la década de los setenta. Washington permitió a la OPEP cuadruplicar el precio del crudo con la condición de que las ganancias volvieran a Estados Unidos. Arabia Saudita invirtió gran parte de esos petrodólares en acciones del Dow Jones siempre sin poder de voto decisorio. Así, el alza de los precios del hidrocarburo cubría el déficit de EE.UU. y mantenía a los productores ligados al dólar.

Medio siglo después, ese pacto muestra grietas. El dólar representaba el 71% de las reservas mundiales en 1999; en el tercer trimestre de 2024 la cuota cayó al 57,4%, el nivel más bajo en treinta años. La tendencia responde menos al avance de otras divisas que a la preocupación por la seguridad jurídica de los activos depositados en Estados Unidos y Europa.

El antecedente decisivo fue Irán, en 1979, relata el economista estadounidense. El banco Chase Manhattan rehusó tramitar un pago de intereses y la República Islámica fue declarada en suspensión de pagos, lo que permitió embargar sus fondos. Esa lógica se ha repetido con el oro venezolano retenido en el Banco de Inglaterra y con los cerca de 300 mil millones de dólares del banco central ruso inmovilizados por el G7 desde 2022.

El mensaje que los grandes tenedores de activos en dólares reciben de ahí es que el acceso a sus reservas depende de la alineación con la política exterior estadounidense. Si alguno intenta alejarse, Estados Unidos puede responder con sanciones, aranceles o incluso congelando sus reservas. 

Esta forma de pensar se encuentra en la economía interna del país. En lugar de invertir en fábricas, tecnología o desarrollo, las grandes empresas prefieren ganar dinero rápidamente a través de movimientos financieros, explica Hudson.

Así como Estados Unidos usa su deuda como herramienta de presión internacional, muchas de sus grandes empresas usan sus propios recursos financieros para mantener control interno sin producir más, comprando sus propias acciones para aumentar su valor en el mercado. 

Por ejemplo, en 2024, las empresas que forman parte del índice S&P 500 recompraron acciones por 942 mil 500 millones de dólares, un récord histórico. Y solo en el primer trimestre de 2025, ya llevaban 293 mil 500 millones.

Para comparar, todo el gasto empresarial en investigación y desarrollo (I+D) para el año 2023 fue de 940 mil millones, casi la misma cantidad, pero repartida en miles de empresas y sectores.

Las empresas están usando el dinero para inflar sus propias acciones, en lugar de mejorar su capacidad productiva. Como dice Hudson, "Wall Street piensa en el próximo trimestre; las fábricas necesitan décadas". Esto ha llevado a que Estados Unidos pierda terreno en industrias clave como la fabricación de semiconductores y maquinaria avanzada, lo que incide en que otros países empiecen a desconfiar del dólar como símbolo de una economía fuerte.

En 2022, la Reserva Federal subió las tasas de interés hasta 5,25 % – 5,50 %, el nivel más alto desde 2007. Según las reglas económicas tradicionales, eso debería haber hecho que el dólar subiera de valor, porque ofrece más beneficios a los inversionistas.

Pero pasó lo contrario. El índice DXY, que mide el valor del dólar frente a otras monedas importantes, cayó más de 10% más de 10% en lo que va de 2025.

"El arbitraje, como dicen los países europeos y asiáticos, consistía en pedir prestado barato en sus propios países y comprar esos bonos del Tesoro de alto rendimiento, como los bonos a 10 años con una tasa del 4,5 % de interés.

Bueno, de repente, eso ya no funciona. Y eso es lo que tiene en pánico al Departamento del Tesoro y a quienes están tratando de averiguar cómo vamos a pagar. Estados Unidos se está convirtiendo en lo que fue Inglaterra después de la Segunda Guerra Mundial: avanzando con dificultad, sin poder sostenerse".

¿Por qué? Porque muchos inversionistas ya no ven atractivo comprar deuda estadounidense, aunque pague más intereses. Si tienen que cambiar sus euros o yenes a dólares, y luego el dólar baja, pierden más de lo que ganan con los intereses.

Esto preocupa al gobierno estadounidense. Si dejaran de llegar inversiones del exterior, se encarecería mucho financiar la deuda pública, que ya supera los 34 billones de dólares. Además, cuando suben las tasas de interés, los préstamos dentro del país se vuelven más caros. Esto hace que las empresas inviertan menos y empeora el comercio con otros países.

Trump acelera la ruptura

Donald Trump ha convertido su política comercial en una herramienta de presión contra países que intentan distanciarse del dólar. Esta postura está acelerando el quiebre del sistema financiero internacional liderado por Estados Unidos.

"Su política arancelaria esencialmente amenaza con negarles el mercado estadounidense si no aceptan dejar de comerciar con China, si no se niegan a desdolarizarse y, en esencia, si no rinden sus economías a la dirección de Estados Unidos", dice Hudson.

A esto se suman las amenazas públicas y acciones como imponer un arancel del 10% sobre la compra de bonos del Tesoro por parte de extranjeros, lo que reduciría o incluso eliminaría cualquier ganancia para quienes financian la deuda estadounidense. También la intención de elevar los aranceles al 60% para productos chinos y al 20% para otras regiones, en lo que Hudson describe como una estrategia deliberada para cerrar el mercado estadounidense a quienes no se alineen con su visión económica y geopolítica.

"Trump ha dicho que si intentas comprar bonos del Tesoro de EE.UU. con un rendimiento del 4,5 %, él te cobrará una tarifa y un arancel del 10% sobre la compra de esos bonos. Así que, en realidad, perderás dinero con ellos".

Países como Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, con grandes reservas en activos estadounidenses, observan con inquietud la posibilidad de que esos fondos puedan ser utilizados como herramientas de castigo. 

"Otros países están perdiendo, en su propia moneda, el valor de los dólares que poseen. Así que Trump está acelerando la despedida. Está cerrando el mercado estadounidense para ellos. Y eso significa: háganlo por su cuenta, amigos. Hagan sus propios acuerdos", afirma Hudson.

Diesen, quien entrevista a Hudson, señala que ningún sistema basado solo en la fuerza y la presión puede durar mucho. 

Por lo tanto, las mismas herramientas que hicieron del dólar una moneda dominante hoy pueden provocar su caída. Subir las tasas ya no trae inversiones. Las grandes empresas prefieren ganar en bolsa que invertir en producción real. Y los aranceles asustan a los mismos países que sostienen la demanda global de dólares.

Sin alternativa clara, pero con incentivos para buscarla

El dominio mundial del dólar no se basa ya en la solidez de la economía estadounidense, sino en la falta de una alternativa clara. A pesar de que muchos países desconfían del sistema financiero controlado por Washington, no existe por ahora una opción viable que lo reemplace. Esa es la razón por la que el dólar sigue siendo central en las transacciones globales, sostiene el economista.

Sin embargo, los incentivos para construir una alternativa son cada vez más evidentes. China, los países exportadores de petróleo y otras economías con superávits comerciales empiezan a desarrollar sistemas de pago propios, acuerdos bilaterales en monedas locales y alianzas estratégicas que excluyen al dólar. 

Frente a esto, Estados Unidos no ofrece una propuesta renovada, sino una política de contención para evitar que surja una alternativa. Esto incluye sanciones, presiones diplomáticas, medidas comerciales punitivas y, en algunos casos, acciones militares.

"Obviamente, los países que tienen los superávits comerciales más fuertes son los candidatos lógicos para promover una alternativa: China, los países exportadores de petróleo. Por eso EE.UU. ha designado a China, y a cualquier país que parezca lo suficientemente fuerte como para crear una alternativa, como un enemigo".

Hudson plantea que el conflicto global actual es un choque entre modelos económicos. El de EE.UU. se basa en la rentabilidad financiera, mientras que China, por ejemplo, apuesta por la inversión productiva, la infraestructura y el crecimiento a largo plazo. 

Esta transformación interna, junto con las sanciones y la militarización de su política exterior, está acelerando el deterioro de la confianza global. Hudson menciona el caso reciente de la escalada bélica con Irán como ejemplo de cómo EE.UU. responde ante cualquier actor que busque independencia económica. Guerras como la de Ucrania también tienen como objetivo desgastar a Rusia y bloquear la consolidación de sistemas alternativos al dólar.

"Estamos tratando de drenar la economía rusa a través de la guerra en Ucrania. (...) Esta es la clave para entender no solo la diplomacia estadounidense, sino también la acción militar de Estados Unidos contra Irán hoy, que forma parte de su intento de controlar todo el Oriente Próximo".

La única salida sostenible para Estados Unidos sería una reindustrialización profunda. Eso implicaría abandonar la dependencia de Wall Street y volver a generar valor a través de la producción real. Pero Hudson ve poco probable que el Congreso acepte una transición así, porque predominan intereses financieros de corto plazo y un nacionalismo que rechaza ceder poder o ajustarse a reglas globales.

A corto plazo, la tendencia es clara: otros países y bloques como los BRICS+ ya están creando acuerdos fuera del sistema dólar. Las políticas de Trump no hacen más que acelerar ese proceso. Según Hudson, el sistema puede mantenerse un tiempo más, pero no indefinidamente. Cada medida coercitiva que busca sostenerlo termina empujando al mundo hacia su reemplazo.

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