En medio de un panorama energético global marcado por tensiones geopolíticas, guerras comerciales, sanciones unilaterales y una transición energética cada vez más politizada, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y sus socios enfrentan desafíos que exigen una redefinición estratégica de fondo.
En este contexto, el presidente Nicolás Maduro anunció recientemente el envío de una carta a los jefes de Estado de los países miembros de tal instancia con el objetivo de evaluar el desempeño de la plataforma ampliada, a casi una década de su creación, con vistas a proponer una revisión profunda de sus mecanismos de coordinación.
Esta iniciativa busca anticiparse a los nuevos ciclos de inestabilidad y proteger los pilares que sostienen el mercado petrolero global, tal como mencionó el mandatario venezolano: la reposición de inversiones, la garantía de rentabilidad para las empresas del sector y la defensa de precios justos y estables.
La OPEP, con más de seis décadas de existencia, ha sido históricamente un actor clave en el mercado energético mundial. No obstante, fue en respuesta a la crisis de precios de 2014, causada por el auge de la producción de petróleo no convencional en Estados Unidos, que se tomó la decisión estratégica de ampliar la membresía y los alcances de la organización.
Así nació, en 2016, la OPEP+, una alianza inédita que incorporó a países productores fuera del núcleo original, entre ellos la Federación de Rusia, que permitió establecer un nuevo andamiaje de cooperación y ajuste de cuotas que ha contribuido decisivamente a la recuperación y sostenibilidad del mercado durante casi una década.
Este esquema de colaboración se tradujo en la Declaración de Cooperación, una respuesta política y técnica al intento de colapso del sistema de precios impulsado por la sobreoferta occidental y, sobre todo, en buena medida por la visión de la parte venezolana.
Sin embargo, el entorno actual ha cambiado. En principio, la presión estructural de la llamada transición energética, frecuentemente orientada bajo parámetros ideológicos y geopolíticos que intentan penalizar a los productores tradicionales. A esto se suman las recientes sanciones ilegales, aranceles, trabas a las inversiones en países del Sur Global y ataques sistemáticos al financiamiento de nuevos desarrollos petroleros.
Estas acciones ocurren mientras la demanda mundial sigue mostrando señales de crecimiento sostenido, particularmente en Asia, África y América Latina. Según las últimas previsiones de la organización, se espera que la demanda mundial de petróleo crezca aproximadamente 1,3 millones de barriles por día (b/d) interanualmente en 2025, con un sólido crecimiento similar de aproximadamente 1,3 millones de b/d proyectado para 2026.
Esta previsión se mantiene sin cambios respecto al informe del mes anterior y se prevé que la demanda mundial total de petróleo promedie alrededor de 105 millones de b/d en 2025.
Este crecimiento se debe principalmente a la fuerte demanda de transporte aéreo, la buena movilidad vial y la solidez de las actividades industriales, de construcción y agrícolas.
Entonces, la desconexión entre las políticas energéticas de ciertos centros de poder y la realidad de consumo energético global incrementa los riesgos de nuevos choques de precios y desestabilización de la oferta.
Datos y actualizaciones
Los recientes reportes de producción de la OPEP confirman esa necesidad de ajuste.
En mayo de 2025 la producción combinada de los 12 miembros alcanzó 26,75 millones b/d, apenas 150 mil b/d más que en abril, según datos compilados por Reuters.
Este aumento se quedó corto frente al objetivo de la OPEP+, que preveía una expansión significativamente mayor, pues Arabia Saudita, líder de facto del grupo, realizó el mayor incremento individual con 130 mil b/d adicionales, pero otros actores relevantes, como Irak y Emiratos Árabes Unidos, no alcanzaron sus metas por razones estructurales, como la compensación por sobreproducción anterior.
El resultado es una brecha entre las cuotas proyectadas y la producción real, lo que genera incertidumbre sobre la capacidad de la organización para actuar de forma sincronizada.
La falta de cumplimiento efectivo de las metas de producción no es meramente un asunto técnico; refleja la necesidad de refrescar la alineación estratégica interna, necesaria en un entorno volátil. Incluso, analistas de Morgan Stanley señalan que, pese a los ajustes anunciados, el aumento real ha sido marginal.
Por ello, la propuesta del presidente Maduro no surge en el vacío; llega en un contexto en el que los fundamentos del mercado están cambiando y donde el desequilibrio entre oferta y demanda podría reaparecer, esta vez con consecuencias geopolíticas más pronunciadas.
De hecho, el precio del crudo Brent actualmente se sitúa por debajo de los 65 dólares por barril, su nivel más bajo desde la pandemia. Proyecciones de Goldman Sachs advierten que podría descender a 60 dólares este año y a 56 dólares en 2026.
Si esta tendencia se confirma, el mundo se enfrentaría a un escenario prolongado de precios deprimidos, con impactos directos en la capacidad de inversión de las empresas petroleras, la viabilidad fiscal de países productores y, por ende, en la estabilidad política de amplias regiones del planeta.
Un precio inferior a los 60 dólares por barril no solo debilita la balanza de pagos de los países productores, sino que también fractura la sostenibilidad de sus modelos de desarrollo.
Por eso, el planteamiento venezolano tiene un alcance estructural: rediseñar la estrategia de la OPEP+ implica reequilibrar los intereses nacionales con la necesidad de una gobernanza petrolera multilateral más efectiva y con mecanismos de anticipación de crisis.
Esto requiere ajustes institucionales, mecanismos de cumplimiento más rigurosos, fórmulas de cooperación técnica y financiera para inversiones conjuntas y una defensa coherente del precio como reflejo del valor estratégico del recurso.
La propuesta del presidente venezolano no busca alterar el mercado con intervenciones abruptas sino anticipar sus movimientos y protegerlo de ciclos destructivos como el que provocó el auge del shale oil en 2014, cuando los precios se desplomaron por debajo de los 30 dólares sin un marco común de contención.
Tal como lo expresó recientemente el secretario general de la OPEP, Haitham Al Ghais, se debe garantizar el equilibrio entre oferta y demanda, lo que requiere inversiones anuales cercanas a los 650 mil millones de dólares hasta 2050, y para alcanzar esta meta debe haber una estrategia común en defensa activa del valor estratégico del petróleo.