Lun. 15 Diciembre 2025 Actualizado 1:04 pm

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El Corolario Trump es una tecnología de producción de lo excluible: introduce una nueva forma de medir la legitimidad según la alineación con la cadena de valor estadounidense (Foto: Financial Times)
Análisis especial de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Trump

Realismo imperial, soberanía funcional y el cerco estructural sobre Venezuela

La Estrategia de Seguridad Nacional 2025 de Estados Unidos, publicada la semana pasada pero fechada en noviembre, es un texto que trasciende la impronta de un manual técnico o una lista de deseos diplomáticos.

Es, más bien, un acto político en un momento de inflexión: el primer documento oficial de EE.UU. que parte, aunque de forma velada, de la consciencia algo menos velada del declive estadounidense como punto de partida.

Pero el documento intenta administrar los retazos del declive, reunirlos en torno a una doctrina para la reafirmación hemisférica, allí donde se proclama su "patio trasero" como geografía de su poderío.

Y lo hace mediante una doble operación: por un lado, una redefinición de las reglas del juego en el hemisferio occidental; por otro, una reterritorialización coercitiva del orden global, donde lo económico se vuelve inseparable de lo estratégico, y donde lo primero encubre las cotas necesarias de violencia(s) que no se pueden manifestar por escrito.

Según la letra, la nueva estrategia busca asegurar lo que considera su derecho soberano sobre las Américas para sobrevivir en ellas. Y en ese enmarcamiento redefine las reglas del juego geopolítico, aun si no tiene las cartas necesarias para ganarlo.

Las corrientes visibles

Como ha sido la marca de fábrica de los años Trump, y en especial en este segundo capítulo, la publicación de la Estrategia de Seguridad Nacional 2025 (ESN, de ahora en adelante) combina la altisonancia de otro evento que se supone un punto de inflexión, a la par de, una vez superado el revuelo, un escrutinio que ofrece sus vulnerabilidades, inconsistencias e inviabilidades.

En ese sentido, como documento de época —que lo es, incluyendo su carga contradictoria—, confluyen visiblemente tres corrientes perfectamente vinculables al desordenado y heterogéneo carácter de la élite reemplazante al mando del imperio sin que exista una uniformidad estable.

A lo largo de las 33 páginas, cuatro partes y 16 apartados conviven, cohesionados mas no del todo armonizados:

  • el narcisismo y ensalzamiento que tiene a Trump como centro y objeto -el "milagroso" presidente emperador- del presunto vuelco;

  • la simulación anti-elitista que va más allá del espíritu MAGA, que alcanza a la nueva mutación neoconservadora que le permite operar dentro de la primera corriente anotada;

  • y la reformulación de base de una estrategia con ribetes claramente basados en un realismo más consciente de los límites actuales de los EE.UU., pero a pesar de las modificaciones visibles con las mismas metas imperiales, sintetizables en la presencia dominante de Elbridge Colby, el Subsecretario Adjunto de Defensa para Estrategia y Desarrollo de Fuerzas, responsable de los elementos "renovadores" de la nueva mirada exterior de la administración actual.

La impresión de uniformidad retórica del documento no logra ocultar la indigestión ideológica interna.

Y, aún más importante, a pesar de su carácter inconfesable, se trata del primer documento oficial que parte de una consciencia sotto voce del declive estadounidense como punto de partida.

Una combinación de superficialidad incurable se acompasa con la ansiedad de reactualizar las líneas de acción inmediatas, incluso perentorias, para reformular el lugar en el mundo de los EE.UU. como el único y "formidable" superpoder en el planeta.

No es caprichoso que la primera premisa se centre en la deriva en la que se encuentra el país, dentro y fuera, como consecuencia del adormecimiento al que "las élites", afirma el documento (p.1), ha hecho que se pierda el norte estratégico y que en ese movimiento disipe fuerza y efectividad.

Las "élites de la política exterior", afirma, "se convencieron a sí mismas de que la dominación permanente de todo el mundo era en beneficio de nuestro país".

Un error de cálculo plagó al establishment, bipartidista, de la política exterior, conduciéndolo a asumir el costo de "cargas globales eternas" acentuando y haciendo insoslayable la desconexión entre esa "responsabilidad" ante el mundo y los "intereses nacionales".

En el camino, el correlato económico y comercial de esto, el neoliberalísimo libre mercado, socavó y desmanteló a la clase media y la base industrial "sobre la que dependía la preeminencia económica y militar de los EE.UU.".

Por supuesto, la nueva formulación que representa este documento fue una "bienvenida y necesaria corrección", potestad exclusiva del presidente Trump.

Esta dimensión, el aparente retorno a una urgencia nativista que se centre en la reivindicación de EE.UU. como república centrándose en "proteger este país, su pueblo, su territorio, su economía y su forma de vida" de peligros militares, actores negativos, "prácticas económicas depredadoras" sintetizables en la desregulación migratoria y la amenaza consiguiente de la invasión que infiltra al "narcoterrorismo" dentro de sus fronteras: "Ningún adversario o peligro debe ser capaz de exponer a riesgos a EE.UU." (p.2).

Para eso es urgente tener el ejército más "poderoso, letal y tecnológicamente avanzado" para "proteger nuestros intereses" y, en caso de guerra, ganarlas rápidamente sin un costo humano significativo.

A pesar de la admisión sobre sus errores, el sueño/pesadilla excepcionalista sigue siendo la base esencial de su lugar en el mundo: pero "queremos" es la palabra operativa. Y "queremos" opera, en el fondo, en oposición a "tenemos", aunque a veces se confundan.

"Queremos" el disuasivo nuclear más "robusto, moderno y creíble"; como fundación de su poder militar, "queremos" la economía más "fuerte, dinámica, innovadora y avanzada"; "queremos la base industrial más robusta del mundo"; "queremos" el sector energético más ídem de todo lo mencionado hasta ahora, reiterativamente; "queremos seguir siendo" la vanguardia científica y tecnológica; "queremos" que nuestro "poder blando sin rivales" con el que se ejerce la "influencia positiva" permanezca; y, finalmente, "queremos" una restauración de la "salud cultural y espiritual" que conduzca a la "nueva era dorada".

Con esta admisión indirecta del estado de urgencia, y del imperativo de un esfuerzo resurgente, se marca el primer punto de distanciamiento de lo que han sido hasta ahora los modos que tiene el imperio de representarse a sí mismo si tomamos como referencia contrastante la ESN de 2022 de la administración Biden donde todos estos ponderados seguían siendo como reconocibles, inalterables e incuestionables.

El giro, tanto retórico como operativo, se hace más pronunciado en los "principios estratégicos" (p.5) sobre lo que EE.UU. "quiere en y del mundo", a riesgo, se afirma, de ignorarlo: los intereses "centrales y vitales".

  1. Que los estándares tecnológicos en IA, biotecnología y computación cuántica sean los que "conduzcan al mundo hacia adelante";

  2. el fin de las "guerras eternas" sean evitadas mientras se evade que un poder antagonista domine los suministros de petróleo y gas en el "Medio Oriente" junto a los puntos de paso crítico sin tener que apelar a "las guerras eternas", una alusión no declarada a Irán;

  3. que se "revierta el daño en curso" que infringen "actores" extranjeros manteniendo la libertad de navegación en el "Indo-Pacífico" asegurando las cadenas de suministro que, como en lo tecnológico, son referencias a China y su mar meridional;

  4. apoyo a los aliados mientras se revierte el estado de decadencia en Europa y su "identidad occidental"; y

  5. el giro más importante y dramático, "queremos asegurar que el Hemisferio Occidental permanezca razonablemente estable y lo suficientemente bien gobernado para evitar y desalentar la migración masiva hacia los EE.UU.; queremos un hemisferio cuyos gobiernos cooperen con nosotros contra los narcoterroristas, carteles y otras organizaciones criminales transnacionales; queremos un hemisferio que permanezca libre de incursiones extranjeras hostiles o la propiedad de activos claves, y que apoya cadenas de suministro crítico; y queremos asegurar nuestro acceso continuo a locaciones estratégicas esenciales"; por lo que se reactualiza, según esto, la Doctrina Monroe con su "Corolario Trump" como continuación del Corolario Roosevelt, como se verá más adelante.

Pero ahora este esfuerzo debe ser producto de la distribución de cargas y responsabilidades entre "socios y aliados", puesto que se acabaron los días en los que EE.UU. sostenía al mundo "como Atlas" (p.12).

Es oficial, entonces, que la cuenta no la paga únicamente Washington y todos tienen que poner. No obstante, esto obliga a reconocer, por lo tanto, que "la unidad política fundamental del mundo es y seguirá siendo el Estado-nación" (p.9).

En donde, asegura, los "derechos soberanos" son apoyados, donde EE.UU., partiendo de sus propios intereses, "alentará" a que otros hagan lo propio en contra de las instituciones que le restan y que deben ser reformadas, aludiendo, una vez más de forma no explícita, a las organizaciones multilaterales que deben ser "reformadas" (p.9).

Pero esta reivindicación, circunscribiéndonos exclusivamente al documento, carga contra la visión disolutiva de las fronteras del "globalismo" con su migración irrestricta para asegurar su propio paso a la reindustrialización y revigorización de la base industrial militar, el control directo de cadenas de suministro, el predominio energético y el financiero.

Una vez más en el uso de los adjetivos y el dispositivo retórico, se ven las hendijas y grietas: "Preservando y haciendo crecer nuestro dominio (financiero) entraña apalancarse en nuestro sistema dinámico de libre mercado y nuestro liderazgo en finanzas digitales e innovación para asegurar que nuestros mercados continúen siendo los más dinámicos, líquidos y seguros, toda vez que sigan siendo la envidia del mundo" (p.15).

A la declaración permanente del "gran viraje" y de una aparente relocalización de esfuerzos, un acto que de suyo debería encarnar un ejercicio de autoexamen, reconocimiento de lugar y por lo tanto de mínima humildad, se le superpone una carga narcisista que nubla su presunta reforma interna de intereses y estrategias.

La altisonancia que permea los principios postulados y los ponderados estratégicos que presuponen el "vuelco" fracasan en ocultar, precisamente, el presunto giro copernicano de su visión.

La combinación de llegada milagrosa del presidente-emperador, la admisión del fracaso del orden liberal y las urgencias de un realismo matizado no logran sintetizar esa imagen si se somete al examen correspondiente.

La nostalgia de grandeza deja inalterada la base esencial que ha sido la continuidad de aspiración hegemónica a la que se le agrega la salvedad de encontrarse en ese límite que no se admite por completo, dejando intacta la alucinación geopolítica de los neoconservadores, derivando en que el nuevo "pensamiento" estratégico es una acumulación de "tácticas" donde la meta superior no difiere de absolutamente ningún gobierno anterior que haya ocupado la Casa Blanca.

Realismo "flexible" e imperial y el presunto "gran viraje"

"La política exterior del presidente Trump es pragmática sin ser ‘pragmatista’, realista sin ser ‘realista’, de principios sin ser ‘idealista’, muscular sin ser ‘militarista’ y moderada sin ser ‘pacifista’. No se basa en ideología política tradicional. Es motivada sobre todo por lo que le sirva a EE.UU. o, en dos palabras: ‘America First’" (p.8), manifiesta la ESN.

De este modo se presume de distanciarse de lo dicho en el apartado anterior, entendiéndolas como problemas de fondo que ahora cambian y superan los errores y los modos de representarse en lo que va de siglo XXI.

En oposición tanto a la Estrategia de Seguridad Nacional de 2018 y la de 2022, deja de admitir que se encuentra en la era de la gran competición con otros poderes globales emergentes.

Por el contrario, a través de los dispositivos eufemísticos y el esfuerzo, ahí donde se pueda, se empeña enfáticamente en no mencionar a los otros competidores.

Pero, dato reconocido y público, el autor y principal fuerza del documento es, como se dijo, Elbridge Colby, un thinktanker con un cerebro bien amoblado, pero igualmente reconocido por ser un halcón anti-chino.

Y a pesar de todas las omisiones, y las aparentes admisiones de las amenazas externas y su impacto interno, el principio rector es el mismo: se afirma que el foco es nacional, America First; que no se trata de China, cuando todo se trata de China. El único competidor que realmente amenaza, según Colby, el predominio estadounidense.

"Esto es", como afirma una pieza de The Atlantic sobre Colby, que "para permanecer siendo superpoderoso, EE.UU. tal vez necesite, temporalmente, dejar de superpoderear".

"Consumado institucionalista" del Washington oficial, como también apunta el artículo, Colby, nieto de William Colby, el exdirector de la CIA y creador del Programa Fénix (el modelo de desaparición y exterminio que nos asola hasta estos días), es un cuadro de aparato que ha colaborado con distintas administraciones y tanques de pensamiento de la capital.

Fue, también, uno de los autores centrales de la Estrategia de Defensa Nacional de 2018 que significó un alejamiento de la continuidad y reconocía el ascenso de las otras potencias como rivales estratégicos.

Pero en 2021 se da un giro con la publicación de su libro La estrategia de la negación: la defensa estadounidense en una era de conflictos entre grandes poderes.

Tras una revisión histórica de la evolución de las estrategias de defensa, el libro postula, en esencia, que EE.UU. debe priorizar antes que nada y por sobre todas las cosas el ascenso de lo que considera el único competidor o rival de peso: la República Popular China.

"La pura realidad es que China es demasiado poderosa para los EE.UU. como para que simplemente la haga dejar de pelear; EE.UU. y cualquiera de los aliados y socios por lo tanto necesitan persuadirlo de no hacerlo" (p.185), plantea Colby dentro del escenario de un conflicto militar en torno a Taiwán.

Este es el nervio central de su estrategia tanto en el libro como en la propia ESN, en este último partiendo de que la isla es el eje que divide geográfica y defensivamente las cadenas de islas en el Pacífico occidental que constituyen una barrera natural entre China y el flanco oeste del imperio.

Y, al no ser capaz de enfrentar a la República Popular directa y exclusivamente, careciendo de los recursos económicos, financieros, logísticos y tecnológicos para hacerlo, se necesita de tres pilares: la inversión en tecnología naval y aérea, una red de aliados y denegar la posibilidad de victoria en un conflicto en el cual el costo sea mayor que los beneficios para Beijing.

A su vez, esto implica, como ya se ha ido más o menos destilando hasta ahora, abandonar otras "prioridades" correspondientes a la visión globalista para concentrar todos los esfuerzos en estos tres puntos y un solo adversario/enemigo.

Pero esto también involucra un escenario en el cual socios y aliados estén dispuestos no solo a aceptar parte de la carga de ese esfuerzo, sino de los costos humanos y militares que esto pudiera implicar para alcanzar una meta superior que, de ser exitosa, aseguraría el control del Pacífico occidental como pilar del predominio global.

Existe, entonces, una admisión expresa de que EE.UU. no se encuentra en condiciones ni en posición de lograr esos objetivos hoy en día, amenazándola.

De ahí la necesidad de un "cese de hostilidades" (pp.25-26) en Ucrania que reduzca la atención sobre Rusia y la conduzca a un punto de "estabilidad estratégica" (p.27). Aunque cese de hostilidades no es fin de la guerra, sino una pausa momentánea.

Pero para volver a situarse ante una hipotética vanguardia en materia de industria y tecnología militar, se necesita ganar tiempo; y para ganar tiempo se hace indispensable un sistema de alianzas diplomáticas, militares, regionales y económicas en Asia oriental en particular y en el resto del mundo, en general.

No de otra forma se le pueden ir creando instancias de denegación a la República Popular en su proyección global y sus propios mecanismos políticos, comerciales y de cooperación en todo el planeta.

Y, aun así, el escenario desarrollado en el que se libra la batalla por Taiwán implica un complejo juego de percepción pública, acción de alianzas milimétricamente funcionales y bien aceitadas, junto al impacto que debería suponer una superioridad aeronaval acumulada.

Es de la preocupación de Colby que el público estadounidense, afirma en su libro (p.302), considere que valga "el sacrificio y el riesgo que entrañan" el contener a un Estado "hegemónico" a una distancia significativa de sus problemas.

Por lo que, es de inferir, que ir en contra de esta idea de preeminencia es equiparable a una herejía política que debe ser perseguida; por lo tanto, debe entenderse que la disidencia interna a este postulado es una de las principales amenazas a la seguridad nacional.

Colby ha dicho públicamente que EE.UU. no está preparado para una hipotética Tercera Guerra Mundial, y la única forma de evitarla es prepararse para ella.

Visto así, y aquí, quizás, en los términos alocados del tardoimperialismo, radica la visión y lucidez de Colby y sus simpatizantes: así los textos de 2018 y 2022 asumen y asoman esta amenaza, su prefiguración operaba dentro de una viciosa visión maximalista, y lo que es necesario es la secuenciación estratégica o una suma de tácticas cohesionadas para negar la continuación expansiva de China.

De ahí es que se debe de entender el abandono aparente de la autodestructiva Europa, la reducción de África y el Medio Oriente a una red de alianzas público-privadas donde se privilegien las empresas estadounidenses y contratos con los Estados mientras que, centralmente, se afianza el control absoluto del Hemisferio Occidental como base de poder capaz de remozar y refortalecer, por la vía del control extractivo, la iniciativa privada y la expulsión de los actores multipolares de América Latina y el Caribe, negándole la "esfera de influencia" a Beijing.

Comenzando, por supuesto, por los principales simpatizantes de la apuesta multipolar en la región: entiéndase Venezuela. Para Washington, el continente americano ya no es un vecindario sino, como se ha dicho antes, un asunto de estricta política interna.

En desmedro y oposición de buena parte de los estrategas y opinadores tradicionales, la visión de Colby tiene en el centro la necesidad de reducir la sobre-extensión del imperio como vía para el reimpulso.

Es, en ese sentido, un texto transicional y provisorio para que una vez "recuperado" Washington vuelva por sus fueros. En este punto de la historia, la autopista de la dominación es contraproducente y se necesita un gran desvío para esa meta superior: EE.UU. necesita derrotar a China, pero por ahora depende de la carretera vieja.

Realismo imperial, y una situación manifiesta e interiorizadamente límite.

Corolario Trump: soberanía funcional y reconfiguración del orden hemisférico

La ESN 2025 propone un cambio fundamental en lo que cuenta como soberanía en el hemisferio occidental, cuyo núcleo operativo es el llamado "Corolario Trump a la Doctrina Monroe" (p.5). Pero no se limita a actualizar la política exterior estadounidense; no es un mero ajuste táctico. Consiste en una redefinición de las reglas del juego: qué decisiones de otros países son aceptables y cuáles, aunque legales y soberanas, se tratan como amenazas.

En este enmarcamiento podemos considerar tres momentos de la soberanía que se reconocen por desarrollo histórico y aplicación sistemática de la razón imperial, in crescendo.

doctrina monroe

Una caricatura política de principios del siglo XX muestra al Tío Sam a caballo entre las Américas mientras blande un gran garrote con la inscripción "Doctrina Monroe 1824-1905" (Foto: Archivo Bettmann / Getty Images)

La Doctrina Monroe (1823) reconoció explícitamente la soberanía de los nuevos Estados latinoamericanos y se limitó a prohibir intervenciones europeas en asuntos del Hemisferio. Su lógica era de no interferencia: "América para los americanos (…) y los americanos son libres e independientes".

El Corolario Roosevelt (1904), en cambio, introdujo la soberanía condicional en el caso de que un país de América no cumpliera con sus obligaciones internacionales; en dicho escenario, EE.UU. se vería obligado a ejercer, siquiera temporalmente, las funciones de "policía internacional". Aquí, la soberanía podía ser delegada o revocada si el Estado no cumplía con estándares externos: fiscales, morales, civilizatorios, etc.

Pero el Corolario Trump no suspende la soberanía: la redefine desde su fundamento. Ya no se trata de si un Estado es soberano o no, sino de qué tipo de soberanía cuenta como legítima para el orden hemisférico estadounidense.

La legitimidad ya no depende del régimen interno ni del cumplimiento de normas internacionales, sino de su compatibilidad con la cadena de valor estadounidense.

La ESN lo formula con claridad técnica y retórica hegemónica:

  • "Negaremos a competidores no hemisféricos la capacidad de posicionar fuerzas u otras capacidades amenazantes, o de poseer o controlar activos estratégicamente vitales, en nuestro Hemisferio" (p.15).

  • "Los términos de nuestros acuerdos, especialmente con aquellos países que más dependen de nosotros y sobre los que, por tanto, tenemos mayor influencia, deben ser contratos de fuente única para nuestras empresas" (p.19).

  • "Debemos hacer todo lo posible por expulsar a empresas extranjeras que construyan infraestructura en la región" (p.19).

Esto implica que la soberanía de otros se mide por su capacidad para no interferir —y preferiblemente, para facilitar— los intereses vitales de EE.UU.

Llama la atención —y revela una continuidad estructural más profunda que las diferencias retóricas— que tanto el Corolario Roosevelt (1904) como el Corolario Trump (2025) tomen a Venezuela como caso inaugural o ejemplar para justificar su doctrina hemisférica.

En 1902-1903, el bloqueo naval europeo contra Venezuela por impago de deudas sirvió a Roosevelt como casus belli para afirmar que EE.UU., y solo EE.UU., tenía derecho a intervenir en el hemisferio cuando un Estado "incapaz" amenazaba la estabilidad regional.

Hoy, la alianza de Venezuela con actores no hemisféricos —China, Rusia, Irán— y su resistencia a integrarse funcionalmente en la cadena de valor estadounidense cumplen un rol análogo: su capacidad autónoma la convierte en el ejemplo perfecto de desviación del nuevo orden a imponer.

En ambos casos, Venezuela es un pretexto: su existencia permite instaurar una doctrina general —la de la soberanía condicional en 1904, la de la soberanía funcional en 2025— que luego se aplica a todo el hemisferio.

Se trata de usar a Venezuela como modelo para redefinir qué cuenta como orden legítimo y quién decide cuándo ese orden ha sido violado.

Tres desplazamientos estructurales

  1. De la soberanía jurídica a la soberanía funcional

En la tradición westfaliana, la soberanía es un estatus: el monopolio legítimo de la coerción dentro de un territorio reconocido.

En la ESN de la administración Trump, la soberanía es una capacidad operativa: la de alinearse con la infraestructura, logística y estándares que sostienen la reproducción del capital estadounidense.

Un Estado puede ser plenamente reconocido por la ONU, celebrar elecciones y tener control territorial, pero si permite que una empresa china construya un puerto, una mina o una red 5G, su soberanía se vuelve funcionalmente ilegítima en los términos del Corolario.

  • "Algunas influencias serán difíciles de revertir, dada la alineación política entre ciertos gobiernos latinoamericanos y ciertos actores extranjeros" (p.17).

Aquí se cuestiona la validez estructural de los gobiernos dentro de la región, concebida como un espacio de preeminencia estadounidense.

  1. Del control territorial al control infraestructural

La dominación clásica se ejercía sobre el cuerpo del Estado: invasión, ocupación, cambio de régimen. Ahora, de otra manera, la dominación funcional se pretende sobre los medios de producción de la soberanía misma: energía, logística, datos, minerales críticos, estándares técnicos.

Bastaría con, según el nuevo Corolario, controlar el acceso a refinerías y tecnología petrolera (Citgo, Chevron); condicionar el financiamiento a la reversión de contratos con Rusia, Irán o China; ofrecer "ayuda" a cambio de "contratos de fuente única" para empresas estadounidenses.

El poder reside en el control de los nodos que hacen posible cualquier gobierno: energía, infraestructura, minerales, etc.

  1. De la soberanía como derecho a la soberanía como oferta coercitiva

En la tradición liberal y republicana, la soberanía es un derecho inalienable, fundado en la autodeterminación. En la ESN 2025, la soberanía se presenta como una oferta de servicio: EE.UU. "invita" a integrarse en un sistema donde la prosperidad y la estabilidad están garantizadas; siempre y cuando se acepten las condiciones.

  • "La elección que todos los países deben enfrentar es si quieren vivir en un mundo liderado por EE.UU., de países soberanos y economías libres, o en uno paralelo en el que están influenciados por países al otro lado del mundo" (p. 18).

¿Es una elección libre? La respuesta es, sin duda, negativa. Es estructuralmente incentivada y coercitivamente enmarcada. La soberanía es lo que EE.UU. certifica como compatible con el nuevo orden hemisférico.

El Corolario Trump se rehúsa a negar la existencia de la soberanía estatal, pero la enmarca como capacidad de alineación funcional. Un Estado soberano, en este orden, es aquel que se hace disponible para la cadena de valor estadounidense; por coacción a través de un diseño institucional, financiero y tecnológico.

Excepcionalidad y el caso-límite venezolano

El Corolario Trump funcionaría, entonces, como una arquitectura del orden posible, que introduce un cambio en el marco de lo posible en el Hemisferio: lo que antes era una decisión soberana —elegir con quién comerciar, con quién aliarse— ahora se convierte en una señal de riesgo o desestabilización.

Su fuerza reside en hacer impensable la desviación, pero con prerrogativa para castigar a quienes lo hacen.

Ya no se trata de que Venezuela no pueda asociarse con China: más bien insiste en que, si lo hace, deja de ser un interlocutor legítimo y, por tanto, cualquier acción contra ella (sanciones, aislamiento, presión militar y diplomática) se vuelve razonable, incluso necesaria.

Este estatus es análogo al homo sacer conceptualizado por el filósofo italiano Giorgio Agamben: puede ser sancionado (bloqueado, aislado, presionado militarmente) sin que eso constituya una "violación de la soberanía" porque, en el lenguaje del Corolario, no está ejerciendo soberanía legítima. Pero tampoco puede ser integrado en el orden, porque su existencia misma —autónoma, no funcional— pervierte la coherencia del sistema.

En este vacío estructural, cualquier medida contra Venezuela se vuelve legítima: las sanciones, así, son medidas de contención; el cerco financiero consiste en un restablecimiento de las condiciones mínimas de estabilidad; y la presión militar no constituye una "agresión" sino prevención de amenazas.

En el marco del despliegue militar estadounidense en el Caribe, las medidas coercitivas contra Venezuela aparecen como operaciones técnicas de gestión del riesgo. El ejército estadounidense ha intensificado patrullajes navales y aéreos en aguas cercanas a Venezuela bajo el rótulo formal de "operaciones antidrogas" con el uso explícito de fuerza letal contra embarcaciones civiles o incorporadas a operaciones comerciales (petroleras) y redes logísticas no militares, algo que la ESN 2025 autoriza como reemplazo de la "estrategia exclusivamente policial de las últimas décadas" (p.16).

En este contexto, las sanciones se presentan como medidas de contención preventiva: la "venta forzosa" de Citgo, por ejemplo, se justifica como impedimento a que activos estratégicos permanezcan bajo control de un gobierno que mantiene alianzas con actores calificados como "adversarios" en la estrategia (p.17).

El cerco financiero —exclusión del sistema Swift, prohibición de transacciones en dólares, etc.— se enmarca como restablecimiento de condiciones mínimas de estabilidad, según el discurso del Departamento del Tesoro, que repite punto por punto la advertencia de la ESN sobre los "costos ocultos en espionaje, ciberseguridad y trampas de deuda" de la cooperación con potencias no hemisféricas (p.18).

Y la presión militar se califica como prevención de amenazas, con base en el mandato de "negar a competidores no hemisféricos la capacidad de controlar activos estratégicamente vitales" (p.15).

En este enmarcamiento, toda acción coercitiva se desplaza del registro político al técnico, basado en un cálculo sobre funcionalidad.

Venezuela encarna el desafío máximo para esta doctrina: es el caso-límite. Mantiene alianzas estratégicas con China, Rusia e Irán; controla recursos críticos sin entregar su gestión a capitales alineados; y ha desarrollado mecanismos de intercambio que eluden el dólar y las cadenas de valor estadounidenses.

En este sentido, el Corolario Trump lo reconoce con franqueza: "Algunas influencias serán difíciles de revertir, dada la alineación política entre ciertos gobiernos latinoamericanos y ciertos actores extranjeros" (p.17).

Venezuela funciona como precedente, pues demuestra que es posible sostener una política exterior autónoma, aun bajo presión coercitiva prolongada.

Lo hemos podido confirmar, a la luz del documento analizado: el cerco no busca solo un cambio de gobierno: sobre todo impone la invalidación del modelo a favor de la excepcionalidad estadounidense: probar que ningún país puede sostenerse fuera del orden de la soberanía selectiva trazada por la nueva doctrina. Cambio regional tras el cambio de régimen.

El Corolario Trump es una tecnología de producción de lo excluible: introduce una nueva forma de medir la legitimidad según la alineación con la cadena de valor estadounidense.

EE.UU. se reserva el derecho a decidir cuáles activos son "estratégicamente vitales", cuáles alianzas constituyen "riesgo sistémico" y cuáles gobiernos, aunque soberanos, deben ser tratados como anomalías.

La verdadera novedad no es que EE.UU. imponga su voluntad sobre otros, ya se sabe. Es que decide, unilateralmente, qué tipo de decisiones de otros países cuentan como legítimas. Y cuáles, aunque sean soberanas, se tratan como amenazas. Vulgar alcabalismo imperial.

Es (otra vez) la economía, estúpido

Si bien la política excepcionalista de EE.UU. cobraría un nuevo fuelle con la redefinición de la soberanía y la "legitimidad" en el marco de un orden hemisférico que solo prioriza los intereses del poder en Washington, se debe entender su proceder retórico en el marco de la ofensiva económica que aparentemente interesa a Trump.

Así, el documento trata al hemisferio occidental como un espacio de oportunidad estratégica: un mercado en formación, una base industrial potencial, una red de cadenas de suministro y lo más aproximado a un paraíso fiscal con leyes laborales laxas que, si se gobierna desde Washington, puede reducir drásticamente la dependencia estadounidense de Asia y Europa, tras décadas de globalización neoliberal a destajo.

Para lograrlo, la estrategia se divide en dos movimientos complementarios: reclutar a los socios ya alineados; y expandir la influencia hacia los aún no integrados.

El texto deja claro que la "diplomacia comercial" es la columna vertebral estratégica de la política exterior America First:

"Estados Unidos dará prioridad a la diplomacia comercial para fortalecer nuestra propia economía e industrias, utilizando los aranceles y los acuerdos comerciales recíprocos como herramientas poderosas" (p.16).

Así, configura a EE.UU. como epicentro de una pretendida reindustrialización hemisférica coordinada: busca que sus socios "fortalezcan sus economías nacionales" porque un hemisferio más próspero se convierte en "un mercado cada vez más atractivo para el comercio y la inversión estadounidenses".

Mientras los socios ganan acceso a tecnología, financiamiento y mercados, EE.UU. gana resiliencia sistémica. El beneficio mutuo no es tal sino asimétrico:

"El fortalecimiento de las cadenas de suministro críticas en este hemisferio reducirá las dependencias y aumentará la resiliencia económica estadounidense" (p.17).

Esto significa que los minerales para baterías, los componentes médicos, los insumos agrícolas y hasta los chips de baja complejidad podrían producirse en cualquier país latinoamericano —y no en China— bajo estándares, patentes y contratos estadounidenses. La "cercanía geográfica" se convierte así en una ventaja estratégica: logística y de control.

Y aunque el enfoque es económico, el Corolario no separa comercio de seguridad: "E incluso mientras damos prioridad a la diplomacia comercial, trabajaremos para fortalecer nuestras alianzas de seguridad, desde la venta de armas hasta el intercambio de inteligencia y los ejercicios conjuntos" (p.17).

La venta de aviones de combate, de drones o de sistemas de vigilancia costera es anclaje funcional bajo un diseño securitario. Cada contrato militar crea dependencia técnica, estandariza protocolos y abre la puerta a contratos civiles —energía, telecomunicaciones, logística— que consolidan la alineación.

El segundo movimiento —expandir— opera donde la alianza no es automática. Allí, EE.UU. no compite en igualdad de condiciones. Por ende, propone una alternativa estructuralmente ventajosa y deslegitima a sus competidores por riesgo sistémico:

"Estados Unidos ha logrado reducir la influencia externa en el hemisferio occidental al demostrar, con especificidad, cuántos costos ocultos —en espionaje, ciberseguridad, trampas de deuda y otras formas— están implícitos en la supuesta ayuda extranjera ‘de bajo costo’" (p.18).

EE.UU. desnaturaliza las políticas de los actores multipolares: China no ofrece cooperación Sur-Sur; ofrece dependencia encubierta. Rusia no construye puertos; instala puntos de vigilancia y acceso logístico. Irán no refinancia petróleo; introduce tecnologías no certificables en mercados globales. La proyección psicopolítica en este caso es notable, con síntomas de trastorno facticio impuesto a otro en el campo de la política exterior estadounidense.

Frente a ello, EE.UU. se presenta como el socio de la soberanía real: "Los productos, servicios y tecnologías estadounidenses son una compra mucho mejor a largo plazo, porque son de mayor calidad y no vienen con las mismas condiciones que la ayuda de otros países" (p.18).

Pero el nuevo Corolario no se conforma con predicar: anuncia la corrección de su propia burocracia para competir: "Reformaremos nuestro propio sistema para agilizar las aprobaciones y las licencias, una vez más, para convertirnos en el socio de primera elección" (p.18).

Esto implica decisiones concretas: reducir los plazos de la Corporación Internacional de Financiamiento para el Desarrollo (DFC) de 18 a 6 meses, flexibilizar los requisitos ambientales de la Corporación del Reto del Milenio (MCC) para proyectos energéticos o permitir que el Banco de Exportación e Importación de los Estados Unidos (Ex-Im Bank) financie contratos "de fuente única" con empresas estadounidenses, como exige el documento (p.19).

Se trata de una estructura coercitiva de incentivos: quien elija el "mundo multipolar" quedará fuera de los sistemas financieros, tecnológicos y logísticos que definen la prosperidad contemporánea.

En este marco, la economía es un ámbito intrínsecamente ligado a la seguridad. Es la trinchera principal de la nueva hegemonía hemisférica. Y Venezuela, por su resistencia a integrarse en esta lógica, representa una excepción política que debe neutralizarse para que el modelo se sostenga.

Reivindicación tardía y retroactiva del Estado-nación: el déficit comercial

De esta manera, el realismo imperial se acaba cuando, al asegurar tenerlas todas consigo, por contraste admite una dramática pérdida de terreno que la obliga a renunciar a una responsabilidad global que solo por su propio socavamiento sostenido es un error. Mientras afirma que la misión persiste, solo que ¿temporalmente? delegada.

Por lo visto, "EE.UU. retiene activos enormes —la economía y el ejército más fuertes del mundo, innovación insuperable, ‘poder blando' sin rivales, y una trayectoria histórica de beneficiar a nuestros socios y aliados—, que nos facilita competir exitosamente" (p.19), pero requiere dar un paso atrás para poder ser eso que a lo largo de todas estas páginas dice que debe recuperar.

"La diplomacia marca America First busca re-equilibrar las relaciones de comercio global. Le hemos dejado claro a nuestros aliados que el actual déficit en las cuentas de los EE.UU. es insostenible", y le exige a "otras naciones prominentes", tras enumerar a Europa, Japón, Corea, Canadá y México, para que "adopten políticas comerciales que ayuden a volver a equilibrar la economía china hacia el consumo doméstico" porque regiones como el sureste asiático, Latinoamérica y Asia occidental solos "no pueden absorber la enorme capacidad de excedentes" de la República Popular (p.22).

Pero además admite, peyorativamente: "EE.UU. y sus aliados todavía no han formulado, mucho menos ejecutado, un plan conjunto para el así llamado ‘Sur Global’" (p.22), pero aun así pretende asumir ese papel rector, no obstante las nuevas definiciones de "soberanía" y "Estado-nación" repasadas hasta ahora.

Pero para Emmanuel Todd, a quien hasta ahora no le ha fallado la puntería, un déficit comercial, sea el estadounidense o el de Europa occidental, conlleva el devenir de poder decirse lapidariamente que "en Occidente, el Estado-nación no existe" (La derrota de Occidente, p.15).

Y alega: "Un déficit sistemático deja obsoleto el concepto de Estado-nación, ya que la entidad territorial en cuestión sólo puede sobrevivir por la percepción de un tributo o una prebenda del exterior, sin contrapartida" (p.16).

Se trata de una estructura que para su funcionamiento necesita de una clase media que funcione como "centro de gravedad" y "sistema nervioso" de una nación mínimamente homogénea bajo ciertos parámetros.

La ESN admite la necesidad, como se vio, de reconstruir la clase media dada la pulverización oligárquica que ha supuesto el sostenido movimiento de capital irrestricto de abajo hacia arriba, a la acumulación por desposesión que además conduce a una competencia encarnizada hacia la cima de la élite.

Esta característica, profundamente desarrollada por algunos, es una señal de crisis que para Todd lo es de desintegración nacional. Los recientes reportes laborales no son nada halagüeños, y a la par de todo esto una oligarquía de la tecnología y la nube, de la economía inmaterial y especulativa asume las riendas, de forma extensiva, en todo el aparato del Estado federal.

A través de este filtro, un documento que mientras reivindica la clase media apela a esta misma constelación corporativa, la de los Tech Bros, para colaborar en tareas de vigilancia ahí donde sea necesario que el garrote actúe, comienza, algorítmicamente, por vigilar y controlar a la propia población doméstica, precisamente esa clase media que esta administración dice defender (p.21).

Sea en su ajuste de visión planetaria o en su dimensión local, de todas las carreras que aspira a echar, el imperio debería cuidarse de cuál de estas dos mencionadas hasta acá pierde primero, más aún cuando la lógica mecanicista con la que delinea su estrategia les impide a sus planificadores calcular las reacciones y consecuencias de este reajuste.

Hegemonía como administración del declive

El anuncio de una gestión disciplinada del retroceso toma su impulso de la urgencia: la certeza de que EE.UU. ya no puede sostener simultáneamente la globalización financiera, el intervencionismo militar y el consenso multilateral que construyó tras 1945.

Frente a esa imposibilidad, el documento propone una solución radical: replegarse para rearmarse. Rechaza cualquier tipo de abandono de la hegemonía y pasa a relocalizarla. El Hemisferio Occidental es el laboratorio de esa operación.

Aquí, no busca restaurar las ruinas imperiales de las décadas pasadas. Propone algo estratégicamente nuevo: un orden funcional con síntomas de reumatismo geopolítico.

Venezuela, en este campo de sentido, es el espejo en el que EE.UU. se reconoce a sí mismo: un Estado que insiste en decidir su destino, aun cuando el costo sea el aislamiento, el cerco financiero y la presión militar permanente. Su persistencia amenaza inusual y extraordinaria su narrativa de inevitabilidad.

Por eso, el cerco y la piratería tiene su razón imperial mientras Venezuela siga siendo el precedente de posibilidad alternativa. Pero en esta lógica late una paradoja letal: cuanto más exige EE.UU. que otros sean "funcionales", más evidente se vuelve su propia disfunción.

Su economía depende de déficits insostenibles. Su clase media, de la que depende su estabilidad interna, está pulverizada. Su cohesión política, fracturada por una oligarquía tecnocrática que gobierna desde los algoritmos y los fondos de inversión. Y su discurso de America First revela, en el fondo, una profunda inseguridad: es la voz de quien teme perder el control, sin darse cuenta de que la voz de mando se haya descentralizada fuera del "patio trasero".

El futuro del Hemisferio no se decidirá en el Pacífico, sino en la política que ahora luce disfrazada de gestión técnica y la coerción de incentivo; allí donde se está librando la batalla más decisiva del siglo por las nuevas definiciones de poder.

En la extensión de esta arena, si se quiere civilizatoria, mientras Venezuela siga existiendo —no como potencia, sino como posibilidad—, el orden funcional del imperio en declive no estará completo. Porque anuncia un mundo en el que aún todo está por escribirse.

— Somos un grupo de investigadores independientes dedicados a analizar el proceso de guerra contra Venezuela y sus implicaciones globales. Desde el principio nuestro contenido ha sido de libre uso. Dependemos de donaciones y colaboraciones para sostener este proyecto, si deseas contribuir con Misión Verdad puedes hacerlo aquí<