La guerra contra Venezuela parece inminente. Frente a sus costas, Estados Unidos ha desplegado la mayor concentración militar en la región desde 1994. Desde que la animosidad de Washington comenzó en 2002, cuando el presidente Hugo Chávez llegó al gobierno, la pregunta no es "por qué" sino "por qué ahora".
Con la unipolaridad hecha añicos y la resistencia euroasiática aumentando, el último proyecto viable de Washington es la consolidación de su so-called "patio trasero". Incluso instituciones halconas se dan cuenta de que ya no pueden hacerse cargo de Rusia y de China. Fallando la dominación global, el plan b es controlar el hemisferio occidental. Esta gran estrategia tan solo se ha acelerado bajo el segundo mandato del presidente Donald Trump.
Para consolidar su control, Estados Unidos necesita Venezuela, que tiene las mayores reservas probadas de petróleo en el mundo. Obstaculizando el camino está un gobierno antiimperialista. La coacción económica no ha logrado derrocarlo, por lo que la única opción es la fuerza militar. Pero este tiro podría salir de la culata, con aliados regionales volteándosele a Estados Unidos y Venezuela recibiendo ayuda de Beijing, Moscú y Teherán. En ese caso Trump tendrá que ver hacia otro lado para asegurar recursos.
Auge y caída de la unipolaridad
El colapso de la Unión Soviética le entregó un dominio global sin precedentes a Estados Unidos. En su mejor momento unipolar Washington lanzó campañas militares para afirmar su supremacía: Irak fue expulsada de Kuwait, Yugoslavia fue fracturada y se reinstaló un gobierno prooccidental en Haití.
Confiado, el presidente George W. Bush comenzó la "guerra contra el terrorismo" para consolidar el control sobre Asia central y Occidental. En lugar de una victoria rápida, la resistencia local mantuvo empantanado a Estados Unidos en Irak y Afganistán por más de una década. Para 2018 ya era reconocido que el sueño de control de las reservas energéticas del mundo había fracasado.
Mientras tanto, China aprovechó la deslocalización corporativa estadounidense para supercargar su economía. Rusia aplastó la insurgencia, apoyada desde el extranjero, en Chechenia, reafirmó su influencia en su esfera inmediata y obstruyó la expansión de la OTAN en Georgia, Moldavia y Ucrania.
En vez de ajustarse a la multipolaridad, Washington redobló la apuesta. Expandió la OTAN hacia las fronteras rusas, apoyó revoluciones de color en Europa Oriental y el Cáucaso, envió buques de guerra al mar del sur de China, sancionó a adversarios y apoyó a sus aliados en Asia Occidental, impulsando a Israel, embargando a Irán y ocupando partes de Siria e Irak.
Recalculando la gran estrategia
Estos esfuerzos fallaron en gran medida. Rusia expandió su control en Ucrania y sobrevivió a las sanciones. La guerra comercial contra China produjo poco impacto. En su lugar, los embargos llevaron a países a abandonar el dólar. En Asia occidental fue derrocado el presidente Bashar al Assad, pero el genocidio en Gaza creó un contragolpe global contra Israel —incluido en Occidente—, y aumentó la popularidad y el apoyo a la resistencia.
Como Fadi Lama, asesor internacional para el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo escribió en The Cradle en 2022:
"En vista de la influencia global creciente de los RIC (Rusia, India, China), para Occidente la única estrategia viable debe ser la de 'eliminar la competencia' dividiendo el mundo".
Desde entonces esta política se ha acelerado bajo Trump. En vez de que Estados Unidos garantice la seguridad de Europa, terceriza la Unión Europea (UE) y a miembros individuales de la OTAN —recientemente anunció el retiro de tropas estadounidenses de Rumanía—.
Con seguridad, la administración Trump todavía incluye a halcones neoconservadores. Trump envió miles de millones en ayuda militar a Israel y Ucrania, impuso más sanciones a Rusia y aumentó las operaciones en el mar Rojo, incluidos ataques con drones en Somalia.
Inicialmente su segundo mandato mostró un apalancamiento vía Asia y el Pacífico. Trump albergaba la esperanza de que al poner fin a la guerra en Ucrania traería de vuelta a Rusia al redil occidental, con lo cual crearía divisiones con China. Pero Rusia continúa avanzando en Ucrania; no ve razón alguna para finiquitar la guerra. Frente a las sanciones, aumentó su cooperación con Beijing.
La guerra comercial de Trump escaló, con aranceles a los bienes chinos en 145%. Beijing reciprocó con un control más estricto sobre los minerales críticos. ¿El resultado? Washington discretamente redujo los aranceles a 47%. Incluso Taiwán —alguna vez un tema candente— se ha disuelto de la agenda de la Casa Blanca.
Una nueva Doctrina Monroe
La política exterior de Trump ha sido caracterizada erradamente como "aislacionista" o que "busca la paz". No es ninguna de las dos. Incapaz de contrarrestar a China y Rusia, el objetivo verdadero es volver a las Américas —desde la Patagonia hasta Groenlandia— como la esfera de influencia de Washington.
Esta es una continuación de la Doctrina Monroe, que por 200 años ha dictado que el hemisferio occidental es responsabilidad de Estados Unidos. Lo que es diferente es el indisimulado llamado de Trump a la anexión de Canadá, Groenlandia y Panamá. Descartado como locura por los opinadores liberales, las propuestas no obstante dieron resultados.
Canadá aumentó la militarización de la frontera. Bajo presión, Dinamarca intensificó su presencia militar en Groenlandia, efectivamente cerrando el acceso chino a recursos críticos, Panamá abandonó sus contratos en el marco de la Franja y la Ruta con China y revocó el acuerdo de operaciones del canal con CK Hutchinson, firma radicada en Hong Kong.
Luego de mucha presión, México aceptó aumentar los aranceles a China. El acuse de recibo argentino por 40 mil millones de dólares ayudó al gobierno prooccidental a ganar las elecciones recientes. Y, del mismo modo, Costa Rica y Guatemala aceptaron recibir deportados a cambio de reducir aranceles.
Uno a uno, los Estados regionales están devolviéndose al redil imperial mediante el soborno, el chantaje y amenazas militares.
Venezuela versus la hegemonía
Pero Venezuela es la excepción. Desde 2002 Caracas ha resistido operaciones de cambio de régimen, sanciones e intentos de golpe.
Inicialmente esto parecía funcionar. Los países no podían comerciar con Venezuela ya que Estados Unidos les cortaría el acceso a las instituciones financieras. Como resultado de esto, el PIB se contrajo 74%, la inflación llegó a 2 millones por ciento y 7,9 millones de personas huyeron de Venezuela. Parecía que lo único que tenía que hacer Estados Unidos era esperar que el gobierno colapsara; pero no ocurrió.
La economía ahora es una de las de crecimiento más rápido, la población está regresando y la inflación está, de alguna manera, bajo control. Esto es en gran medida gracias a la resiliencia del pueblo venezolano. Pero también lo es gracias a China, que ha invertido 60 mil millones de dólares, más de la mitad del valor de la economía de Venezuela. A través de inversiones China ayuda a Venezuela a exportar bienes para esquivar las sanciones. Rusia también ha ayudado, con miles de millones en equipo militar y cooperación en inteligencia. Irán, también, ha estado al lado de Caracas, suministrando al asediado país suramericano varios millones de barriles de crudo.
Esto le supone dos problemas a Estados Unidos. En primer lugar, la resiliencia de Venezuela pudiera inspirar a otros países. De por sí, gobiernos orientados a la izquierda han sido electos en Brasil, Chile, Colombia, Honduras, México y Nicaragua. Protestas masivas en Ecuador y Perú podrían ver a estos países uniéndose al grupo a través de los votos o las balas. En segundo lugar, a las sanciones contra Venezuela les ha salido el tiro por la culata, proveyendo una forma de afianzarse para China y Rusia en el "patio trasero" norteamericano.
La lógica del escalamiento
Con la guerra económica agotada, lo único que queda sobre la mesa son las opciones militares. Estados Unidos ha movilizado grandes activos navales hacia el Caribe, su despliegue más agresivo desde 1994. Como se esperaba bajo esta nueva gran estrategia, algunos de los activos fueron movilizados desde Asia occidental y el Pacífico hacia la costa venezolana. Como un acto de intimidación, Estados Unidos ha atacado embarcaciones a las que acusa de tráfico de drogas.
Venezuela no está mordiendo el anzuelo. Invitó a Rusia a desplegar sistemas de defensa antiaéreos y a proveer asesores militares de Wagner. Existen reportes de discusiones sobre misiles hipersónicos. También se está construyendo la resistencia regional. El Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra de Brasil —1,5 millones de personas— ha prometido brigadas de solidaridad. México y Colombia han condenado las acciones estadounidenses. Caracas ha armado milicias locales preparadas para el combate urbano.
Incluso si el ejército venezolano es rebasado, le ha dado armamento a milicias ciudadanas para continuar la pelea. En el mejor de los casos, la intervención sería como la guerra de Irak: prolongada, impopular y, en última instancia, inganable.
La última etapa del imperio
Trump redujo la gran estrategia de Estados Unidos, de dominación global, de pivotear desde Asia y el Pacífico y ahora asegurando el hemisferio occidental. Pero con Venezuela en el camino, incluso este proyecto está tambaleando. Si Venezuela sobrevive —militar y económicamente—, entonces la última ilusión del dominio estadounidense será destrozada.
El imperio, entonces, podría arreglarse por un control colonial parcial: limitado a unos cuantas zonas de recursos offshore, en guerra constante para extraer materias primas.
De por sí ya hay señales de que Estados Unidos vire su atención hacia otra parte. Trump ha acusado a Nigeria de cometer "genocidio contra los cristianos"; un pretexto familiar para la intervención. Nigeria, desgarrada en líneas divisorias religiosas y étnicas, podría ser balcanizada para que el sur del país, rico en petróleo, quede separado del norte, de mayoría musulmana.
Pero Nigeria tampoco es un blanco fácil. Requeriría enormes costos y recursos, y la carga humanitaria sería estremecedora. Sin embargo, en los ojos de un imperio desesperado, la apuesta tal vez valga la pena.
Estrategia en flujo
La actual gran estrategia está en transición. Los neoconservadores están intentando mantener el statu quo alentando a Trump a quedarse en Asia Occidental, apoyar a Europa contra Rusia y contrarrestar a China. Tomará tiempo antes de que Estados Unidos se retire por completo. Pero Trump está dando las primeras señales.
La trayectoria no culminará con su presidencia. El establishment ampliado está lentamente reconociendo los límites de la unipolaridad. Si no puede dominar el planeta, dominará la región.
Pero, incluso, eso podría fallar.
Si Venezuela se mantiene, si se alinea el Sur Global, y si las fuerzas populares en América Latina se congregan alrededor de la soberanía en vez de la subordinación, entonces ni siquiera en el hemisferio será seguro para el imperio.
Lo que vendría después podría no ser el aislacionismo. Podría ser la retirada, disfrazada, militarizada y todavía peligrosa. Pero ya no sería más "hegemonía".
Aidan J. Simardone es un abogado especializado en migración, escritor y posee un máster en Asuntos Globales.
Publicada originalmente en The Cradle el 11 de noviembre de 2025, la traducción para Misión Verdad la realizó Diego Sequera.