Seguramente Pete Hegseth se preparó toda su vida para ese momento. Para el día y la hora en que pudiera bajar línea a los altos mandos de la principal potencia militar del planeta sobre lo que pretende para esta nueva etapa del imperio. Una etapa que comenzó volviendo al nombre original de la dependencia en que lo ungió el presidente Donald Trump: Departamento de Guerra. El que tuvo desde los días de la independencia —entonces con George Washington— hasta 1947, cuando el mundo surgido de la matanza que acababa de concluir parecía encaminarse hacia la diplomacia como forma de resolver los conflictos y por lo tanto cabía ser Departamento de Defensa. Pura retórica, porque con un nombre o el otro, Estados Unidos no dejó de guerrear. Y como reconoció el propio Hegseth, desde entonces no ganó ninguna guerra, salvo, según él, Irak en 1991.
El caso es que si esperaba salir de ese encuentro en la base naval de Quantico del 30 de septiembre en andas, como el cruzado con que se sueña cuando se mira en el espejo, no le salió del todo bien. Por empezar, son más de los que esperaba quienes aceptaron el convite de renunciar si no estaban de acuerdo con las nuevas directivas. La lista incluye desde el almirante Alvin Holsey, comandante del Comando Sur, que reemplazó a nuestra conocida Laura Richardson en noviembre del año pasado, hasta los generales Bryan Fenton —jefe del Comando de Operaciones Especiales— y Thomas Bussiere, titular del Comando de Ataque Global de Fuerza Aérea. Estos son solo algunos, entre ofendidos y humillados que colgaron el uniforme desde que Donald Trump volvió a la Casa Blanca en enero pasado. Uno de los últimos casos es el del general de tres estrellas Joe McGee, director de Estrategia, Planes y Política del Estado Mayor Conjunto, quien dejó el cargo en discrepancia con las políticas en torno "a Rusia y Ucrania hasta operaciones militares en el Caribe", según anota el canal CNN. Una cifra que preocupa a muchos analistas, que no dudan en calificar a estas movidas de una "purga", palabra que sacaron de la naftalina de cuando se usaba para hablar de los despidos soviéticos. Preocupa porque ante el estilo belicoso y provocativo que muestra la administración del empresario inmobiliario, puede dejar afuera a militares con años de experiencia y ocupar esos vacíos con inexpertos demasiado dispuestos para la lisonja.
Carta blanca
¿Qué fue lo que dijo esa vez el Secretario de Guerra? Que la decadencia de Estados Unidos es por culpa del "wokismo", es decir, esa mala costumbre de ser políticamente correctos. "No más caminar sobre cáscaras de huevo", les dijo. "Luchamos para ganar. Desatamos una violencia aplastante y punitiva sobre el enemigo. Tampoco luchamos con reglas de combate estúpidas. Damos carta blanca a nuestros combatientes para intimidar, desmoralizar, perseguir y matar a los enemigos de nuestro país", abundó. Y luego les dio otros permisos: "Sí, pueden atacar como tiburones, pueden maldecir, pueden poner las manos encima de los reclutas".
Les dijo: "En esta profesión, se sienten cómodos con la violencia para que nuestros ciudadanos puedan vivir en paz".
Les dijo: "La letalidad es nuestra tarjeta de presentación y la victoria nuestro único objetivo aceptable".
Luego de los fuertes cuestionamientos que recibieron las fuerzas armadas por las barbaridades cometidas por sus efectivos en Irak, Afganistán y la base de Guantánamo luego del 11-S —reveladas por WikiLeaks, la plataforma lanzada por Julian Assange en 2010— las palabras de Hegseth aventuran el regreso a lo peor de la historia de las invasiones estadounidenses. Para colmo, Trump arengó a los generales sobre nuevos escenarios de combate, no solo allende las fronteras. "Nos encontramos bajo una invasión desde dentro. No es diferente de la de un enemigo externo, pero más difícil, de muchas maneras, porque no llevan uniformes", les dijo. Y, a tono con la estrategia de enviar tropas federales con la excusa de combatir el delito a distritos controlados por demócratas, indicó: "deberíamos usar algunas de esas peligrosas ciudades como puestos de entrenamiento para nuestros militares". Algo similar está ensayando en Puerto Rico como base para la intercepción de lanchas presuntamente cargadas de droga con destino a EE.UU. prevenientes de Venezuela. El otro gran objetivo de la potencia naval más impresionante en la historia de la humanidad.
Habrá que decir entonces que no todos los que se fueron o quedaron fuera de las nóminas rechazaron el mensaje de Hegseth, algunos señalan estas acciones específicamente como el detonante. El coronel del Cuerpo de Marines Doug Krugman publicó una columna en The Washington Post que titula "Renuncié al ejército por culpa de Trump", y detalla que el despliegue de tropas de la Guardia Nacional como se hizo en Portland, "traspasó los límites legales". Y añade: "Ignorar la realidad para aprovecharse de leyes vagas y asumir poderes de emergencia también es inmoral (…) Este no es el tipo de acciones por las que estoy dispuesto a arriesgar mi vida para defenderlas (…) En lugar de intentar trabajar dentro de la constitución o enmendarla, el presidente Trump está probando hasta qué punto puede ignorarla".
Sueños cruzados
Conviene definir a esta altura quién es Peter Brian Hegseth, que sin dudas oficia de uno de los "instructores de combate" de Trump. Nacido en Minneapolis hace 45 años, tras graduarse en Princeton en política, ingresó a un programa de entrenamiento para oficiales de reserva y luego se sumó a la Guardia Nacional, primero en su ciudad natal y luego en la base de Guantánamo. Al tiempo, se ofreció de voluntario para ir a Irak y Afganistán en plena efervescencia patriótica impulsada por el gobierno de George W. Bush a raíz del 11-S de 2001. Obtuvo una medalla de bronce por sus acciones en esas lejanías. En 2014 saltó a la cadena Fox como comentarista político y llegó a tener programa propio. Aprendió a moverse en cámara y como Trump, a usar los medios para sus fines.
Dice que se fue de las Fuerzas Armadas porque le rechazaron su participación en el acto de asunción de Joe Biden, en 2021. Pasó que un oficial a cargo de la seguridad lo consideró peligroso porque tiene un tatuaje en su brazo que dice "Deus vult", Dios lo quiere, el lema del papa Urbano II a los fieles que iban a las cruzadas contra los musulmanes. De hecho, en el pectoral derecho tiene dibujada una enorme Cruz de Jerusalén, el símbolo de los cruzados.
No se puede decir que en ese sentido sea contradictorio. En 2020 había publicado un libro impactante, de alguna manera, American Crusade: our fight to stay free (Cruzada estadounidense: Nuestra lucha por mantenernos libres). Una mezcla de Mi lucha de Hitler y Los Protocolos de los Sabios de Sion, pero donde el enemigo es principalmente el musulmán y por extensión, la izquierda y los no blancos en general y los chinos en particular. Por tal motivo, resalta, "nosotros, los cristianos —junto con nuestros amigos judíos y su extraordinario ejército en Israel— debemos tomar la espada del americanismo sin complejos y defendernos".
En ese texto de casi 300 páginas dice entre otras cosas: "La Europa sin fronteras no solo facilitó los viajes de turistas y camioneros; ahora los migrantes podían viajar a cualquier parte del continente sin ser detectados. Colarse en Turquía o Grecia permite colarse en París y el resto de Europa. (…) Los nuevos inmigrantes traen consigo los valores de su país de origen, que con demasiada frecuencia no son los valores de la libertad".
Acusa a los "globalistas corporativos" de querer "el mismo esquema de control centralizado que existe en las Naciones Unidas y la Unión Europea, y su estrategia es la subyugación del trabajador estadounidense a cambio de la mano de obra barata de la China comunista y narcoestados como México. Esto debilita el tejido social estadounidense al dejar sin trabajo a nuestra clase media mientras construye las clases dominantes de las naciones enemigas".
Asegura que con "los comunistas chinos y sus ambiciones globales, el islamismo es la amenaza más peligrosa para la libertad en el mundo. No se puede negociar, coexistir ni comprender; debe ser expuesto, marginado y aplastado. Al igual que los cruzados cristianos que repelieron a las hordas musulmanas en el siglo XII, los cruzados estadounidenses deberán mostrar la misma valentía contra los islamistas de hoy".
Observa que en Occidente "se libra una guerra impía contra la verdad y la honestidad intelectual. La izquierda no quiere que se cuente la verdadera historia del islam y el islamismo. Quiere glorificarlo y envalentonarlo, ocultando sus defectos bajo una alfombra persa y destacando una versión desinhibida de sus mejores cualidades; todo lo cual perpetúa la mentira políticamente correcta de que el islam es una religión de paz".
Sin derrochar mesura, lanza: "De nuevo, ¿disfrutas de la civilización occidental? ¿La libertad? ¿La justicia igualitaria? Agradéceselo a un cruzado. Si no fuera por las cruzadas, no habría habido Reforma Protestante ni Renacimiento. No habría Europa ni América".
Concluye: "Hoy, Estados Unidos tiene el único ejército poderoso, pro libertad, pro cristiano y pro israelí del mundo. El único".
"No más ser blandos"
Esas consideraciones extremas lo acercaron a Trump ya en su primer período en el gobierno. Y fructificó con la designación al frente de Defensa en enero pasado. No fue una nominación fácil ya que Hegseth genera una pila de rechazos. Para su aprobación obtuvo en el Senado 50 votos a favor y 50 en contra, lo que obligó al presidente JD Vance a desempatar. Su extremismo no era una buena carta de presentación y ya se sospechaba que iba a causar problemas en el Pentágono, que se vino adecuando a modelos más abiertos de reclutamiento y de aceptación de las diferencias que muestra la sociedad estadounidense. Por eso el discurso del 30-S podría resumirse en "No más barbas ni vestidos raros, no más cambio de sexo, no más ser blandos, no más exceso de kilos. Somos los malos y venimos a tomar lo que queramos y al que no le guste…". Frase esta última que repitió ante los oficiales que lo miraban atónitos.
Los medios reflejaron algunas feroces críticas de los uniformados, pero la peor es la que deslizó un general —no se sabe si de cuantas estrellas—, que dijo en un rigurosísimo off the record: "Esperaba un discurso con la estrategia para la guerra y me encontré con el de un sargento que solo estaba preocupado por la vestimenta o el semblante de los conscriptos".
En su mensaje a los altos mandos Hegseth recordó una frase del escritor latino Flavio Vegecio Renato, "si vis pacem, para bellum", que tradujo "quien quiere la paz debe prepararse para la guerra", un lema que ya había utilizado el propio Washington. Lo que no dijo es que el texto en el que figura, Epitoma Rei Militaris, (Compendio de asuntos militares), fue escrito alrederdor del año 430, cuando Roma avanzaba hacia su decadencia, la que se profundizaría en 476 cuando el pequeño y fugaz emperador Rómulo Augústulo fue depuesto por el líder germánico Odoacro.
Este artículo se publicó originalmente en Tektónikos el 2 de noviembre de 2025.