La noche del 12 al 13 de junio cazas furtivos —y, según fuentes, drones probablemente lanzados desde Azerbaiyán— golpearon el yacimiento de gas South Pars y el campo petrolífero Shahran, arterias que sostienen buena parte de las exportaciones energéticas iraníes.
Horas después, el primer ministro Benjamín Netanyahu recurrió a las redes para proclamar que "el régimen iraní nunca ha estado más débil" y exhortar a la población a levantarse contra Teherán.
El mensaje delata la lógica que guía la ofensiva. No basta con degradar capacidades militares o retrasar el programa nuclear de Irán; se persigue fracturar la infraestructura económica vital de la que depende la República Islámica y, con ello, precipitar un cambio de régimen.
Los blancos elegidos confirman esa intención. La puesta fuera de servicio de South Pars y Shahran, aunque temporal, erosiona la renta petrolera. La misma lógica rige los asesinatos selectivos de mandos de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC, por sus siglas en inglés) y de científicos: la de cercenar la conducción político-militar e inducir una crisis de legitimidad.
En ese contexto se entiende la declaración de Netanyahu: un llamado directo a la sublevación, apoyado en la idea de que la presión combinada activará las fallas internas de un Estado "debilitado".
Contexto del conflicto abierto
Los impactos iniciales de Tel Aviv sobre territorio iraní no hicieron sino corroborar que el expediente nuclear sirve de pantalla, mientras la operación persigue objetivos estructurales. Al golpear la renta energética que sustenta subsidios y defensa, y al descabezar escalonadamente la cadena de mando, Tel Aviv persigue debilitar la columna vertebral económica y administrativa de la República Islámica.
El periodista palestino Qassem Qassem, en un artículo para The Cradle, recuerda que tras la salida de Washington del JCPOA (siglas en inglés del acuerdo nuclear de 2015), Netanyahu ordenó a Tzahal (las Fuerzas de Defensa de Israel) prepararse para una fase abierta. Si la presión diplomática fracasaba, la operación pasaría del velo encubierto al choque directo. Lo que ocurrió entre el 12 y 13 de junio.
Teherán respondió con una disuasión calibrada. Misiles y drones de precisión alcanzaron objetivos estrictamente militares y energéticos en Israel (refinería de Haifa, Instituto Weizmann, Rafael Systems), mientras sus servicios de seguridad desmantelaban células infiltradas y drones de tejado en la propia capital. El despliegue parcial de sistemas como Fattah-1, Shahed-136 y Kheibar Shekan mantiene margen para escaladas sucesivas.
La penetración de esos proyectiles a través de la cúpula de hierro y del sistema Thaad desnuda la brecha entre la propaganda de invulnerabilidad y la realidad operativa. El analista geomilitar Simplicius The Thinker subraya que ese contraste constituye un frente decisivo en la guerra psicológica. Israel necesita exhibir control para sostener su consenso interno, mientras Irán busca mostrar que la ofensiva tendrá un costo estratégico insoportable. De fondo asoma el propósito político de provocar un punto de quiebre dentro de Irán.
Del mito nuclear al diseño del cambio de régimen y la destrucción
La insistencia de Tel Aviv en la "amenaza nuclear", que Estados Unidos respalda, cumple la función instrumental de legitimar una campaña que apunta, en realidad, a la erosión estructural de la República Islámica. Qassem Qassem señala que los principales complejos de enriquecimiento (Fordow y Natanz) están fortificados bajo cientos de metros de roca y dispersos en redundancia; su destrucción absoluta requeriría medios penetradores que Israel no posee sin apoyo directo de Estados Unidos.
Sobre ese reconocimiento se levanta la tesis que Simplicius recupera del comunicador digital @Zei_Squirrel en X: la guerra se concibe como un proceso de colapso progresivo del Estado iraní, no como una operación quirúrgica contra centrifugadoras.
El esquema planteado consta de tres fases claramente diferenciadas. Primero, sería neutralizar el núcleo duro del poder militar y científico (mandos del IRGC, directores de proyectos estratégicos) mientras se golpea la renta energética para minar el financiamiento de subsidios y defensa. Lo que constituiría la escalada reciente.
Segundo, profundizar en torno al liderazgo político. Desde 2020, durante el primer mandato de Donald Trump, los estamentos de seguridad israelíes han puesto sobre la mesa la opción de un ataque preciso contra la cúpula iraní, incluso hasta la posible eliminación del propio Líder Supremo Alí Jamenei o del Parlamento, con el objetivo de precipitar una crisis de sucesión y vaciar la legitimidad institucional.
La posibilidad de un ataque quirúrgico contra la cúpula, en particular el guía supremo Alí Jamenei, apunta a precipitar una crisis de sucesión y vaciar la legitimidad institucional.
En tercer lugar, se intentaría encender el frente interno mediante una constelación de grupos terroristas proxy, desde el MEK hasta milicias yihadistas y escuadrones armados con fondos del golfo o articuladas bajo el cobijo de la alianza OTAN-Erdogan.
El propósito último, subraya el analista, reproduce el patrón observado en Libia y Siria al buscar la balcanización del país, profundizar las fracturas étnicas y convertir la pugna geopolítica en una guerra civil prolongada.
El andamiaje de la campaña depende, en última instancia, de los instrumentos que puede activar Estados Unidos: inteligencia en tiempo real, aviones cisterna que prolongan la autonomía de ataque, veto protector en el Consejo de Seguridad y un régimen de sanciones que asfixia la economía iraní.
Dicho analista sostiene que esta hoja de ruta se trazó antes de la era Trump y seguiría intacta con cualquier administración demócrata, porque la meta es neutralizar al único actor regional sin paraguas nuclear que limita la primacía estadounidense.
Cuando la ingeniería del desastre es un búmeran
Los misiles iraníes que atravesaron la bóveda tecnológica de Israel hicieron más que perforar metal y hormigón. Voltearon el guion que Tel Aviv había preparado para exhibirse como poder incontestado. La narrativa de la defensa perfecta y el ataque sin costo cedió lugar a otra escena, incómoda y pública: la de un adversario capaz de golpear refinerías, laboratorios y plantas eléctricas en pleno corazón israelí mientras contiene las bajas civiles y reserva capacidades para nuevas fases.
Desde ese ángulo, el plan de Benjamín Netanyahu —"remodelar el mapa regional", como señala Qassem Qassem— luce menos inevitable. Sin medios para perforar defensas profundas ni músculo económico para sostener una guerra larga, Tel Aviv solo podría coronar su apuesta arrastrando a Washington hacia una guerra abierta.
Sin embargo, la disyuntiva que apunta Simplicius permanece. Si Estados Unidos sigue operando en la penumbra, la ofensiva israelí acabará declarándose victoriosa con logros simbólicos y enfrentará una creciente presión interna; si cruza la línea y compromete sus bombarderos estratégicos, la respuesta iraní —cierre del estrecho de Ormuz incluido— trasladará la apuesta militar a un terremoto global.
En un análisis previo señalamos que la Operación Promesa Verdadera III cohesionó el tejido social iraní. Las multitudes del Eid al Ghadir y la rápida reposición del mando reflejan un cierre de filas frente a la agresión externa. Al otro lado, las sirenas en Tel Aviv alimentan un debate doméstico sobre la vulnerabilidad real de un actor que prometía seguridad total.
La operación ideada para descarrilar el Estado iraní enfrenta ahora un efecto búmeran. La maquinaria para destruir Irán e imponer condiciones topa con sus límites y parece inclinarse en el siguiente sentido: el tablero de Asia Occidental, antes que ceder, terminaría devolviendo la jugada a quienes buscaron voltearlo por la fuerza.