En menos de una semana el tablero geopolítico de Asia Occidental ha vuelto a encender alarmas globales.
Cinco días de intensos intercambios bélicos entre Irán e Israel han desencadenado una peligrosa espiral de ataques y contraataques con alto contenido estratégico y un saldo destructivo en expansión.
La escalada ha puesto al descubierto la irresponsabilidad de la actual conducción israelí. Estos hechos han propiciado reacciones que ahora amenazan con arrastrar a todo el sistema energético global hacia una fase crítica de incertidumbre.
La tensión en una de las regiones más relevantes para el tránsito de crudo, el golfo Pérsico y sus alrededores, introduce un nuevo factor de volatilidad extrema, que empuja los precios al alza y pone en riesgo la estabilidad energética mundial.
Ahora, la interrogante no es si habrá un impacto sino qué tan profundo y duradero será.
La infraestructura energética ha pasado a ser un objetivo en el conflicto ya que Israel atacó refinerías e instalaciones petroleras claves en Irán, lo cual afecta puntos sensibles de su sistema de energía.
En Tabriz, aunque los alrededores de la refinería fueron alcanzados, la planta mantuvo su operatividad. En la capital, Teherán, se reportaron incendios en los depósitos de combustible de Shahr-Reyeh y Shahran, que causaron daños parciales, pero fueron controlados.
Asimismo, el aeropuerto de Mehrabad sufrió afectaciones en su parque de tanques de almacenamiento.
En respuesta, desde la noche del 14 de junio en adelante Irán ha ejecutado ataques de represalia dirigidos contra infraestructuras energéticas israelíes.
Fueron impactadas la refinería de Haifa y una central eléctrica cercana, lo cual provocó interrupciones temporales en el suministro del recurso. El Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI) indicó que esta acción apuntaba al papel de Haifa en el abastecimiento de combustible para las operaciones aéreas militares de Israel.
Paralelamente, las tensiones obligaron al gobierno israelí a ordenar la detención preventiva de la producción de gas en el vasto yacimiento Leviatán, operado por la estadounidense Chevron. También se suspendieron temporalmente las actividades en los yacimientos marinos Karish y Tanin, explotados por la empresa Energean, como medida para reducir la vulnerabilidad frente a ataques adicionales.
Esta cadena de eventos revela cómo el conflicto está introduciendo un nivel inédito de riesgo sobre el sector energético regional, con ramificaciones globales.
Los embates directos a infraestructura crítica incrementan la percepción de inseguridad en los mercados.
Mercado petrolero y estrecho de Ormuz
El 13 de junio, mientras se desarrollaban los primeros choques abiertos entre Irán e Israel, los precios internacionales del petróleo se dispararon hasta 13%, en lo que fue el mayor salto diario desde el inicio de la operación militar rusa en Ucrania en febrero de 2022.
Aunque el mercado logró estabilizarse levemente el 16 de junio, la volatilidad continúa siendo el principal signo de un sector que opera al filo del colapso geopolítico.
Este repunte reflejó una reacción directa del mercado a la magnitud del conflicto emergente que, por ahora, los flujos de producción y exportación siguen en pie.
Sin embargo, todos los ojos están puestos en un punto neurálgico: el estrecho de Ormuz, que conecta el golfo Pérsico con el mar Arábigo y concentra casi 30% del comercio marítimo mundial de petróleo.
En ese contexto, el 14 de junio Eshaq Jahangiri Kosari, miembro del Comité de Seguridad Nacional y Política Exterior del parlamento iraní, advirtió que Teherán está considerando cerrar el estrecho como medida ante amenazas a su seguridad nacional.
Esta posibilidad ha elevado las alarmas en los mercados energéticos internacionales. Si la guerra escala hasta interrumpir esta vía crítica, el verdadero impacto estructural comenzará.
Según datos de la Administración de Información de Energía de Estados Unidos, en 2023 transitaron por esta franja marítima cerca de 20,9 millones de barriles diarios (b/d) de crudo. No existe una ruta alternativa con la capacidad técnica y logística para compensar su cierre total, pues oleoductos como los de Arabia Saudita podrían desviar apenas 5 millones de b/d, insuficientes para sostener la demanda global.
Un cierre forzado, ya sea parcial o prolongado, por parte de Irán como respuesta a la agresión israelí tendría consecuencias inmediatas: el suministro mundial caería bruscamente, los costos de transporte se dispararían y los mercados entrarían en una fase aguda de convulsión e incertidumbre, con impactos en cadena sobre precios, inflación y crecimiento económico global.
De hecho, las proyecciones del mercado advierten un escenario alarmante:
- Goldman Sachs advirtió que un cierre prolongado podría impulsar los precios muy por encima de los 100 dólares por barril.
- El ministro de Asuntos Exteriores iraquí, Fuad Hussein, alertó en una llamada con su homólogo alemán que una escalada regional podría llevar el barril hasta los 200 o, incluso, 300 dólares.
- Arne Lohmann Rasmussen, analista jefe de Global Risk Management, describió dicho cierre como una "absoluta pesadilla; podría afectar hasta 20% del flujo mundial de petróleo", que implicaría elevar los precios del petróleo por encima de los 100 dólares por barril y, potencialmente, hundir la economía mundial en una recesión.
- Saul Kavonic, analista senior de MST Financial, sugirió que los precios podrían superar los 100 dólares por barril e, incluso, superar los 150 dólares si se bloqueara el estrecho.
- Bjarne Schieldrop, analista jefe de materias primas del banco sueco SEB, afirmó que la regla general en los mercados de materias primas es que, si la oferta se ve gravemente restringida, el precio suele dispararse entre cinco y diez veces su nivel normal.
"Por lo tanto, si la situación empeora y el estrecho de Ormuz permanece cerrado durante un mes o más, el crudo Brent probablemente se disparará a 350 USD/b, la economía mundial se desplomará y el precio del petróleo volverá a caer por debajo de los 200 USD/b con el tiempo", declaró Schieldrop.
Bastarían solo dos semanas de cierre del estrecho de Ormuz para precipitar un colapso financiero en las economías más dependientes de la importación de hidrocarburos.
Además, la interrupción del tránsito no solo afectaría a los productores del golfo sino también a grandes consumidores como China, que importa alrededor de 1,4 millones de b/d de petróleo iraní a pesar del régimen de sanciones ilegales de Estados Unidos.
La alteración de estos flujos reconfiguraría las cadenas de suministro, incrementaría las primas de riesgo y dejaría un mercado energéticamente expuesto, tensionado y al borde del desabastecimiento.
Irán no solo ha ejercido su legítimo derecho a la defensa sino que ha puesto en evidencia la fragilidad estructural de un sistema energético mundial que depende de la estabilidad en Asia Occidental. En este contexto, cualquier intento de aislar o provocar a Irán no hará sino acelerar una crisis mayor, cuyas consecuencias no serán locales sino globales.
La afrenta de Netanyahu, con respaldo irrestricto de Estados Unidos, está empujando a la región, y al mundo, al borde de una convulsión energética de proporciones incalculables.