Mié. 21 Mayo 2025 Actualizado 2:04 pm

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En febrero de 2025 el presidente Nicolás Maduro recibió a Richard Grenell en el Palacio de Miraflores, enviado especial de Trump para Venezuela (Foto: Prensa Presidencial de Venezuela)

Realpolitik y petróleo en las negociaciones entre Caracas y Washington

La reciente liberación del veterano de la Fuerza Aérea estadounidense, Joseph St. Claire, preso en Venezuela desde finales de 2024 tras cruzar la frontera con Colombia, implicado en actividades vinculadas con el sabotaje del sistema eléctrico nacional, confirma una vez más que el canal de negociación directo entre los gobiernos de Nicolás Maduro y Donald Trump no solo se mantiene activo sino que continúa consolidándose como una herramienta efectiva con vistas a resolver cuestiones sensibles para ambas partes.

La entrega, realizada en la isla caribeña de Antigua por parte del gobierno venezolano a Richard Grenell, enviado especial de la administración Trump, representa un nuevo capítulo en esta dinámica bilateral que se desarrolla fuera de las lógicas tradicionales de confrontación ideológica y maximalismo político.

Este hecho no puede entenderse sin ubicarlo dentro del contexto más amplio de disputas internas en Washington sobre cuál debe ser el enfoque hacia Caracas. Por un lado Marco Rubio, actual secretario de Estado, insiste en mantener la política de "máxima presión", obsesionado con agendas de "cambio de régimen" que han demostrado su fracaso histórico.

Por otro lado Richard Grenell encabeza una línea alternativa basada en realpolitik, pragmatismo y búsqueda de intereses comunes, sin desconocer diferencias, pero priorizando resultados tangibles.

El lenguaje de la publicación en X del enviado especial sobre el recibimiento de St. Claire en Antigua da cuenta de que existe dicho cisma cuando dice que ello "solo fue posible porque @realDonaldTrump pone a los estadounidenses como prioridad", sin mencionar al Departamento de Estado, supuesto ejecutor de la diplomacia de Washington, a cargo de una figura que se destaca por la agresividad contra Cuba, Nicaragua y Venezuela debido a su raigambre política relacionada con Florida.

La entrega del militar estadounidense es, en sí misma, un gesto significativo por parte del gobierno venezolano. Refleja disposición a reiniciar los canales diplomáticos directos con Washington, a pesar de entregar a un sujeto acusado de planes terroristas; una voluntad política de construir puentes con Estados Unidos bajo condiciones de reciprocidad y respeto a la soberanía.

Este tipo de medidas permite descomprimir tensiones y crear espacios de confianza necesarios para avanzar en temas más complejos.

Movimiento en el plano energético (y geopolítico)

Pero si bien la liberación del veterano simboliza un avance en el ámbito diplomático, el movimiento paralelo en torno a Chevron profundiza aun más el carácter estratégico de este nuevo capítulo en la relación bilateral.

Según reportes del Wall Street Journal y Bloomberg, el gobierno de Trump estaría preparándose para extender por otros 60 días la Licencia General 41a, otorgada por la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) del Departamento del Tesoro, que permite a Chevron y otras empresas operar en Venezuela bajo ciertos límites.

Esta prórroga, prevista para expirar el 27 de mayo, sería una señal clara de que Washington está dispuesto a flexibilizar su política sancionatoria en aras de objetivos económicos y energéticos compartidos. De igual manera, falta la confirmación oficial, que podría darse el mismo día martes 27.

Esto no es casualidad. Bajo el entendido expresado de que Trump no busca un cambio de régimen ni desea ver a China expandiendo su influencia en el sector petrolero venezolano —como lo reveló Grenell en el podcast de Steve Bannon el 20 de mayo—, esta ventana energética adquiere un matiz geopolítico crucial:

"Bannon: ¿Hay alguna discusión sobre una ampliación de Chevron? ¿Está eso en las cartas o es algo en lo que el presidente Trump está trabajando?

Grenell: No, el presidente Trump autorizó esa extensión si éramos capaces de conseguir algún progreso, si éramos capaces de construir alguna confianza, si éramos capaces de hacer eso hoy. Así que la prórroga será concedida".

Mantener empresas estadounidenses como Chevron en el terreno venezolano no solo garantiza un flujo de crudo hacia refinerías claves en Texas y Nuevo México sino que también limita el espacio para actores rivales de Estados Unidos —de acuerdo con la lógica estadounidense— que buscan posicionarse en un mercado rico en recursos y subutilizado por años de bloqueo y desinversión. Esa sería la cuenta sacada por la administración estadounidense en el plano geopolítico, un razonamiento que también podría aplicarse al caso de Trinidad y Tobago, que busca continuar con los proyectos de campos compartidos de gas con Venezuela.

En este sentido, la combinación de cooperación en materia de seguridad —con la repatriación del veterano— y flexibilidad sancionatoria en el ámbito energético marca un patrón que puede divisarse de esta manera: ambos países están transitando hacia una relación menos condicionada por dogmas ideológicos y más guiada por la racionalidad estratégica.

Esto, aunque choca frontalmente con las posturas de sectores extremistas dentro y fuera de Estados Unidos, liderados por Marco Rubio y María Corina Machado, parece responder a un realismo político que reconoce que los conflictos prolongados no tienen solución unilateral, y que Venezuela, lejos de ser un tablero abstracto de batallas ideológicas, es un actor internacional con capacidad de negociación y agenda propia.

No obstante, los obstáculos persisten, y tienen un grave carácter criminal. La guerra contra migrantes venezolanos, muchas veces canalizado mediante políticas coercitivas como el envío masivo a la megaprisión Cecot en El Salvador, muestra que la praxis coactiva sigue vigente en ciertos frentes.

Pero el protagonismo creciente de Grenell respecto a Venezuela demuestra que hay otra vía posible: una que privilegia el diálogo discreto, la construcción de consensos mínimos y la resolución de problemas reales antes que la retórica vacía o los planes utópicos de intervención.

¿Hacia un proceso progresivo de negociaciones?

Lo ocurrido con el veterano y la inminente prórroga de la licencia de Chevron son hitos que, aunque aparentemente pequeños, configuran un tejido de acuerdos menores que podrían ir conformando una estructura estable de interlocución entre ambos países.

Este tipo de movimientos no solo fortalece la legitimidad del presidente Maduro a lo interno de Venezuela —al demostrar capacidad de negociar con potencias extranjeras en condiciones de igualdad— sino que también ofrece a Washington un margen operativo para proteger sus intereses sin recurrir constantemente a herramientas de guerra económica.

En este marco resulta cada vez más evidente que el modelo de "máxima presión" se ha agotado, harta su utilidad. Lejos de lograr cambios políticos significativos, generó daños colaterales profundos en la sociedad venezolana y minó la credibilidad de Estados Unidos ante el concierto internacional como socio confiable.

Frente a ello, el camino que se abre con estas nuevas acciones prometería una relación basada en el reconocimiento mutuo, en la interdependencia funcional y en la gestión pragmática de intereses comunes. Eso sí, con matices que Grenell apuntó en el podcast con Bannon:

"Queremos asegurarnos de que probamos y creamos confianza. Muchos de los debates sobre diplomacia y sobre cómo encontrar soluciones consisten literalmente en generar confianza para asegurarnos de que una de las partes hace lo que dice. Porque recuerden, ellos son escépticos con nosotros y nosotros somos escépticos con ellos".

Aunque las resistencias internas en Washington no desaparecerán de un día para otro, especialmente en sectores ligados a los neoconservadores y halcones del establishment eestadounidense y a grupos extremistas venezolanos, la tendencia indica que la realpolitik y la diplomacia silenciosa ganan terreno.

Y es precisamente esa dinámica, cuidadosamente manejada por Grenell y respaldada por decisiones concretas de la Casa Blanca, la que podría ir sembrando las bases para una relación bilateral menos volátil, más predecible y, sobre todo, más útil para enfrentar los desafíos energéticos y geopolíticos del presente.

En suma, el inevitable camino de negociación entre Maduro y Trump es actualmente una opción viable y una necesidad operativa. Y mientras Washington sigue dividido entre quienes quieren continuar con las ruinas del pasado y quienes apuestan por construir puentes, Venezuela sigue avanzando paso a paso, con la mirada fija en una estrategia que, aunque cautelosa, empieza a dar frutos.

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