En un giro discursivo que contrasta abiertamente con la línea de presión, sanciones y amenazas militares que ha sostenido contra Venezuela, Donald Trump ha comenzado a invocar públicamente la posibilidad de "dialogar" con el presidente Nicolás Maduro.
La aparente apertura surge mientras Estados Unidos mantiene operaciones en el Caribe bajo el pretexto del narcotráfico y continúa aplicando mecanismos de coerción económica.
Este cambio de tono responde a una recalibración dentro de un escenario donde la presión psicológica y política contra Venezuela no ha producido los resultados esperados y donde Estados Unidos enfrenta contradicciones internas y el avance de China y Rusia como actores centrales en la región.
¿Qué dijo Trump y qué respondió el presidente Maduro?
Donald Trump volvió a colocar a Venezuela en el centro de su discurso al afirmar que "es posible que estemos teniendo conversaciones con Maduro", agregando que "ellos querrían hablar", en declaraciones ofrecidas a periodistas en West Palm Beach.
Ese comentario, formulado mientras se mantiene un despliegue militar estadounidense en el mar Caribe, funciona más como un movimiento retórico que como una invitación formal, pues no estuvo acompañado de señales de desescalada ni del retiro de amenazas.
Más adelante reforzó su postura desde el Despacho Oval: "No descarto nada, simplemente tenemos que encargarnos de Venezuela", insistiendo en que todas las opciones siguen sobre la mesa.
La respuesta del presidente Nicolás Maduro fue inmediata y frontal. Desde su programa Con Maduro+ señaló: "El que quiera hablar con Venezuela, se hablará cara a cara, sin ningún problema". Afirmó que Venezuela está dispuesta a conversar incluso bajo la presión militar que Washington mantiene en aguas cercanas, calificadas por su gobierno como una "amenaza". Pero dejó claro que la disposición al diálogo no implica tolerancia frente a agresiones: "Lo que no se puede permitir es que se bombardee y masacre al pueblo venezolano".
El mandatario venezolano dijo además que la vía diplomática es, y ha sido, la posición constante de su administración. "El que quiera dialogar encontrará siempre en nosotros gente de palabra, gente decente y con experiencia para dirigir a Venezuela", afirmó, subrayando que las diferencias entre Estados deben resolverse mediante comunicación directa y respeto soberano.
"Solo a través del diálogo se deben buscar puntos comunes en temas de interés mutuo", dijo, insistiendo en que el uso o la amenaza de la fuerza no puede normalizarse como herramienta de relacionamiento internacional.
¿Disposición al diálogo?
El llamado por parte de Trump no surge por voluntad política ni por un cambio de enfoque hacia Venezuela, sino por una necesidad táctica ante un escenario que no se comportó como la planificación estadounidense esperaba.
Durante meses, Washington ha desplegado una operación psicológica sostenida orientada a presionar a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) y a los principales liderazgos políticos del país. Esta ofensiva busca generar fracturas internas y crear condiciones para una desestabilización mayor.
El objetivo no se ha cumplido. Ante el estancamiento del desgaste, Trump recurre ahora al lenguaje del diálogo como una maniobra para reposicionarse. Este giro también refleja contradicciones dentro del propio aparato de poder estadounidense.
En Washington coexisten varios grupos de interés con agendas divergentes: el bloque MAGA, que impulsa una visión unilateral y agresiva; los halcones neoliberales, centrados en la imposición económica; los neoconservadores guerreristas, que apuestan por la confrontación directa; y un sector que intenta mantener una fachada diplomática más tradicional.
A ello se suma un elemento estructural que pesa sobre toda la estrategia estadounidense: la expansión de China y Rusia en América Latina. Ambos países figuran como amenazas existenciales para la hegemonía estadounidense en el hemisferio, de acuerdo con el Pentágono y el Departamento de Estado. China se ha convertido en el principal socio comercial de la región, mientras Rusia actúa como un contrapeso político, militar y diplomático que limita la capacidad de Washington para imponer su agenda. Ambos países ofrecen rutas financieras y comerciales que rompen con la dependencia tradicional hacia Estados Unidos.
Frente a ese panorama, Trump invoca el diálogo porque las condiciones internas y externas lo obligan a mover sus fichas. La presión no funcionó; las facciones estadounidenses compiten entre sí; la multipolaridad avanza.
El "diálogo" aparece entonces como un ajuste dentro de una estrategia mayor cuyo objetivo sigue siendo someter a Venezuela dentro del marco de influencia estadounidense en un momento en que esa hegemonía se ve profundamente cuestionada.