A inicios de 2010 un tremendo terremoto azotó Haití y ocasionó una de las mayores catástrofes humanitarias de la historia. De inmediato se activaron mecanismos de ayuda; entre los que recuerdo, destacaron la brigada 51 de médicos latinoamericanos organizada por Cuba y Venezuela, los grupos de rescate de México (los Topos) y Protección Civil venezolana, junto a nuestro cuerpo de bomberos. Pero, al mismo tiempo, en los medios internacionales una hemorragia de discursos de las potencias y sus caritativas ONG competía a ver quién prometía más ayuda, aunque la mayoría nunca cumplió.
En aquellos días en Puerto Príncipe (capital de Haití), un amigo haitiano que era líder social de un precario y extenso refugio me dio una lección que no olvido. Él me preguntó: "¿Sabes cuál es el país que más ayuda efectiva nos ha enviado?".
Hice un recuento mental de los centros de acopio, de los grupos de rescate, de los hospitales de campaña, de las misiones internacionales que había allí en ese momento, pero no supe a qué país se refería.
Y él me respondió: "El país que más nos ha ayudado a los haitianos es Haití".
Y era totalmente cierto. Del campo haitiano se movilizaron silenciosamente toneladas de comida de las regiones campesinas para la capital, donde la necesidad era mayor. Inclusive la producción que estaba reservada como semilla para la próxima temporada de siembra se destinó a alimentar los refugios y se mantuvo ese flujo, incluso cuando las misiones internacionales habían vuelto a sus países. No estoy romantizando nada, lo viví y quiero compartirlo porque eso nunca se reconoció: fue Haití, el pueblo haitiano con todo y las grandes vulnerabilidades que tenía y aun tiene, el que dio la gran batalla para afrontar aquella circunstancia, por encima de cualquier misión de ayuda internacional.
Hoy en Venezuela estamos con un cerco naval de fuerzas militares estadounidenses apuntando hacia nuestras costas, con una amenaza de agresión directa, con submarinos, aviones y destructores merodeando el Caribe. Pero NO estamos solos porque estamos con nosotros, que somos bastantes y curtidos en esto de luchar y afrontar dificultades, asunto en el que tenemos sobrada experiencia debido en parte al constante sabotaje que, desde Estados Unidos, nos ha llovido en la última década sin que haya habido tregua, ni aun durante la pandemia.
No serán los vendepatria, ni paracos asalariados, ni los gobiernos arrodillados ante el trumpismo, ni los narco-rubios de Miami, ni sus ciber-subalternos en las redes quienes escribirán esta historia. Y menos con el cuento del narcoestado, inventado por el gobierno de Estados Unidos, que es precisamente el país que más droga consume y controla, además de ser el único cuyo ejército ha lanzado dos bombas atómicas sobre población civil en toda la historia de la humanidad, a lo que se suma un prontuario de intervenciones y atentados. Esa es la potencia que aparenta dar lecciones de lucha contra las drogas y el terrorismo, cuando lo evidente es la desesperada hambre de petróleo de un imperio en decadencia. Es bueno tener esta evidencia presente, y no prestar atención ni crédito a la avalancha de bots y bobots que el tecno-fascismo puso a andar en redes sociales para intentar conquistar el terreno de mentes confundidas o confundibles.
Defender el territorio de la amenaza exterior real y concreta es la tarea principal en este momento. Y la defensa de la patria siempre es preferible con la política y la diplomacia de paz, pero sabiendo que si nos imponen otro escenario aquí estaremos juntos y aplicando lo aprendido, siendo lo más efectivos que sea posible, con organización, método, táctica y, sobre todo, con mucha conciencia de la historia, que es la clave con la que los pueblos han resistido ante enemigos poderosos. No es consigna, es calmada y asentada identidad histórica, es el hilo cronológico en el que tenemos a Bolívar, a Zamora, a Chávez y a todas las batallas vividas en dos siglos y durante estos últimos años en unión cívico-militar. Sin arrebato ni desespero, pues de contingencias y revolución sabemos. Con el presidente Nicolás Maduro como comandante en jefe de la FANB, milicia incluida, y con los liderazgos propios de cada sector y comunidad convocando y accionando en los territorios, como corresponde cuando el asunto es prolongado, irregular y de todo el pueblo.
Como aquel 13 de abril de 2002, hay días que valen por años. Hoy estamos en una antesala que puede o no abrir escenarios insospechados, y si llegase a ocurrir la arremetida que no deseamos, no estaremos solos ni desprevenidos: habrá solidaridad de pueblos hermanos de la patria grande y el mundo. Sí. Pero será la fuerza de una Venezuela Bolivariana Unida el principal apoyo de los venezolanos para resistir, dar la pelea y vencer.
Ángel Palacios es un reconocido cineasta venezolano, autor de piezas documentales sumamente importantes para comprender los momentos de mayor tensión política en Venezuela durante la primera década del siglo XXI, entre ellas: Asedio a una embajada (2002), Puente Llaguno, claves de una masacre (2004) y la serie Injerencia: la invasión silenciosa (2006-2007).