Vie. 11 Octubre 2024 Actualizado ayer a las 4:30 pm

La “nueva normalidad”: qué cambia en las sociedades con las pandemias

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El avance de la pandemia, con ya más de 3 millones de casos confirmados para el 27 de abril, impone un cambio de situación que es a nivel planetario. Su alcance se aprecia en la política y en la economía, pero podría proyectarse incluso en las formas de relacionamiento social.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha previsto que no habrá una vacuna disponible al menos dentro de año y medio. Luego, pese a su producción masiva, tardará meses para que sea accesible.

Otros estudios sobre el patrón del virus indican que este podría tener la facultad de volverse estacional, recrudeciendo brotes en los ciclos fríos. Por otra parte, se trata de un virus volátil, con capacidad de mutar lo cual implica que pueda dejar en entredicho la capacidad de las futuras vacunas.

La OMS ha indicado que “lo peor no ha pasado todavía” y que estaremos con el virus durante “mucho tiempo”. No es esa una afirmación destemplada pues hasta ahora los hallazgos sobre “inmunidad de rebaño” parecen lejanos. La OMS tiene dudas sobre la generación de inmunidad en los pacientes curados de Covid-19, no hay datos concluyentes sobre ello y ha habido casos de pacientes recuperados sobre quienes el virus ha reincidido.

La ciencia trabaja en la solución a corto plazo, que es el desarrollo de un tratamiento altamente eficaz, cercano a lo infalible, que en un escenario de contagios mucho más masivo pueda tratar a pacientes llevando la posibilidad de muertes al mínimo y pueda curarlos, sin que se produzca un colapso en los servicios médicos intensivos. Pero esta posibilidad aún no está al alcance.

Dicho de otra forma, la humanidad tendrá que vivir con el virus durante un largo trecho y esto impone una transformación de nuestro sentido de la “normalidad”. Aunque en nuestro tiempo ello pueda parecer preocupante, lo cierto es que en otros tramos de nuestra historia la humanidad ya ha dado ese tránsito y lo hemos hecho en peores condiciones que las que hoy tenemos.

Las pandemias del pasado y sus lecciones

La peste negra o peste bubónica del siglo XIII es un evento emblemático como crisis sanitaria, entendiendo que asoló a Europa y buena parte del mundo pre-atlántico. Casi la mitad de la población europea murió por la peste de las ratas y con más de 50 millones de muertos estimados en el mundo, la humanidad tardó 200 años en recuperarse demográficamente.

Creencias del cristianismo que vinculaban a los gatos como “animales demoníacos” propiciaron su casi desaparición de algunas ciudades europeas, por ende, proliferaron las ratas y con ellas la peste.

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El historiador Pedro García Luaces refiere que, además de la peste, las grandes epidemias del siglo XIV, como “la malaria, cólera, tifus o lepra, contribuyeron al desarrollo de la prevención sanitaria. Las Juntas de Sanidad establecidas en Florencia y Venecia en 1348 para paliar los innumerables problemas que generaba la peste fueron un antecedente de las magistraturas permanentes que aparecerían en el siglo XV en Milán, Florencia y Venecia, y que son propias de la burocracia administrativa de la Edad Moderna”.

Una Europa en pleno oscurantismo, y sus ciudades lúgubres, con población hacinada, era el caldo perfecto de la insalubridad. Quizá la narrativa de Patrick Süskind en su novela El perfume es la que, acorde a datos históricos, explica mejor el ambiente maloliente de esas ciudades sin drenaje donde los excrementos eran arrojados en las calles angostas, plagadas de ratas y bichos, donde el agua para el consumo humano (que no era potable) no llegaba directo a las viviendas, sino que era colocada en acueductos y pozos de uso público.

Quizás para nosotros son de lo más triviales las condiciones básicas de servicios en un urbanismo, pero no fue así para aquella Europa. La modernidad y los servicios elementales de urbanismo incluso tardarían en llegar a otras regiones del mundo. En México, al día de hoy, para advertir una situación de peligro se usa la expresión “¡Aguas!”, que refiere a los tiempos en que, sin haber drenaje, la gente advertía a cualquier transeúnte que lanzaría “aguas” a la calle, es decir, una taza con agua, orina y excrementos.

El advenimiento de la modernidad cambió radicalmente el estilo de vida de la población, a expensas de las horrendas experiencias de las epidemias y pandemias del pasado. Tanto así que lavarse las manos, algo que era considerado absurdo en otro tiempo, es una de las prácticas más comunes al día de hoy y ha sido relanzada con el Covid-19.

La “gripe española”, cuyo primer brote registrado se detectó en Kansas, Estados Unidos, fue llamada así porque los medios españoles fueron los primeros en referirla por un número injustificado de muertes en Madrid. Estaba en desarrollo la Primera Guerra Mundial y otros países que ya tenían la gripe proliferando, prefirieron ocultarla para no desalentar a sus tropas.

Esta pandemia mató, según cifras conservadoras, a unas 50 millones de personas en todo el mundo, y ello equivalía a 2,5% de la población mundial de la época. Fue la pandemia que por vez primera impuso el uso de tapabocas y las cuarentenas a gran escala aplicada en ciudades y países. En la Sociedad de Naciones (antecesora a la Organización de Naciones Unidas) se creó una rama que sería antecesora de la actual OMS, justo a causa de la gripe.

La “gripe española” fue clave en la aceleración de los sistemas de vacunación a escala internacional, propició la homologación de los sistemas de salud del mundo y generó las claves esenciales para las contenciones sanitarias actuales, desde los cercos epidemiológicos focalizados y estrictos hasta los aplicados a gran escala.

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Conjuntamente a los rebrotes de otros virus del pasado como el cólera y otras epidemias como el dengue, vinieron a nuestra cotidianidad la potabilización del agua, productos antibacteriales, los antibióticos y la ducha diaria. Algo que es trivial en nuestro tiempo, pero que eran cosas impensables hace 100 años.

La pandemia del VIH sobrevenida en los años 80 del siglo pasado propició el uso del condón, logrando lo que otras enfermedades venéreas y otras ETS no habían conseguido, que es la conciencia preventiva. Generó con ello un verdadero cambio en la cotidianidad sexual y las relaciones no monógamas y ha servido para favorecer la prevención de embarazos.

Hay que recalcarlo: el VIH logró algo que era impensable en los años 60.

La nueva normalidad que impone el Covid-19

Los países que han decretado cuarentena están empezando a generar ensayos de flexibilización. Estos son aplicados de manera diferenciada, se entiende que el asunto es de largo aliento e impone una nueva “normalidad”.

La pandemia generará un estado de alerta permanente, también de incertidumbre. Habrá disminución de casos confirmados y habrá rebrotes, lo cual implica que países aflojen o endurezcan cuarentenas respectivamente. O incluso, que ciudades o estados de un país estén en cuarentena severa y otros en cuarentena flexibilizada.

Será una normalidad de cercos epidemiológicos focalizados, mientras otras actividades se mantienen bajo vigilancia y medidas de control. De movilidad restringida, al punto que complicará vuelos y viajes en autobús. El desplazamiento de un lugar a otro podría limitarse dentro y fuera de un país determinado.

Todo parece indicar, que al menos en los próximos dos años el uso del tapabocas será algo nuevo en la cotidianidad. Así como el uso de antibacteriales y lavarse las manos y la cara constantemente.

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El distanciamiento continuará parcialmente, lo cual implica que darse la mano, abrazarse o darse un beso en la mejilla quedarán relegados como saludos habituales.

En Bélgica, trabajadores portuarios han empezado a usar dispositivos como pulseras que alertan la proximidad de otra persona. Guardar un metro y medio de distancia entre una persona y la otra podría volverse una norma, bastante complicada de aplicar en ciudades. Una norma que impondrá nuevas pautas para la actividad comercial, la cual será de tipo esencial principalmente.

Cosas cotidianas como ir a un bar, un café o un restaurant tendrá nuevas pautas, como el número de mesas en el lugar, el ingreso limitado de personas e incluso muchos gobiernos van a prescindir de reanudar esas actividades durante un largo tiempo. Conciertos, aglomeraciones, reuniones, ir al cine e incluso realizar matrimonios y actos fúnebres estarán suprimidos o en restricción severa.

Muchas empresas se perfilan hacia el desarrollo del teletrabajo, tanto para atenuar la pandemia como para reducir costos ante la recesión en ciernes. Lo cual supone que el trabajo desde casa comenzará a ser más común que nunca, en muchas actividades y en otras nuevas que se incorporarán a esta modalidad. La educación a distancia también será otra modalidad común.

Las actividades económicas esenciales se mantendrán acorde a nuevas pautas que formarán parte de la salud ocupacional, acarreando nuevos costos a las empresas. Muchas actividades no esenciales quedarán relegadas, como el turismo, las del entretenimiento y las de la burocracia gubernamental, entre otras.

El virus aparece en los albores de una revolución industrial, que es digital, a distancia, mediante el auge del software, el hardware, la conectividad, la inteligencia artificial y el Big Data, entre otros. Un desafío en tiempos donde son palpables las desigualdades sociales y el acceso a las tecnologías, lo cual implica la ampliación de las brechas.

Y todo implica que, al menos en el corto plazo, se acelerarán todos los procesos de inserción de las nuevas tecnologías en todos los ámbitos de la cotidianidad. Aplicaciones para el distanciamiento social, tecnología (desde drones hasta rastreos de teléfonos) para cercos epidemiológicos, tecnologías de diagnóstico rápido de Covid-19, trabajo y estudios a distancia, delivery robotizado, transformación en los protocolos de uso de transporte particular y masivo, auge de las criptomonedas y otras formas de pago de cara a la recesión, entre otros. Las posibilidades son incontables. Todo está sujeto a revisión y transformación.

He ahí que el cambio en el sentido de normalidad ya está en ciernes y significa una remodelación parcial de nuestras pautas de sociabilidad y cotidianidad.

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