Mar. 18 Noviembre 2025 Actualizado 2:33 pm

pacto de las bestias

Cuando la paz es exigida por los débiles y definida por los fuertes, deja de ser paz y se convierte en sumisión disfrazada de justicia (Foto: The Cradle)

El pacto de la bestia: los Estados árabes, Israel y el precio de la "paz"

Tras la guerra de Israel contra el Líbano, comenzó a circular un rumor en los pasillos políticos: la posibilidad de que el Líbano se uniera a los Acuerdos de Abraham. Esto salió a la luz incluso antes de que el enviado estadounidense, Tom Barrack, planteara negociaciones directas con Israel, una propuesta que Beirut rechazó en favor del "mecanismo" establecido de conversaciones indirectas mediadas por Washington.

Hoy en día, las pruebas demuestran que Washington no está presionando para una normalización inmediata con Tel Aviv, sino más bien para negociaciones directas sobre un "papel estadounidense" como primer paso en el llamado camino hacia la "paz". La paradoja es evidente: estos llamamientos a la paz ignoran la realidad sobre el terreno, con continuos actos de agresión.

Israel aún no ha respetado el alto el fuego, mientras que en el Líbano hay voces que piden la paz con una parte que sigue en guerra. Esa contradicción pone a los defensores de las "soluciones diplomáticas" en un auténtico dilema.

De hecho, el comandante del ejército libanés, Rudolphe Haikal, se vio obligado a ordenar disparar contra los drones israelíes que violaban el espacio aéreo libanés, antes de que el presidente le ordenara responder a cualquier incursión terrestre tras el incidente en el que las tropas israelíes irrumpieron en la aldea meridional de Blida y asesinaron a un empleado municipal mientras dormía.

Cuando "paz" equivale a "rendición"

Dos años después del lanzamiento de la Operación Diluvio de Al Aqsa en octubre de 2023, tras las atroces masacres y la guerra genocida de Israel contra Gaza, que causó la muerte de decenas de miles de palestinos, y la guerra contra el Líbano, que también causó la muerte de miles de libaneses, la cuestión de la paz resurge en el discurso árabe.

En medio de los llamamientos renovados a la paz con Israel de los Estados y los medios de comunicación árabes, hay una verdad ineludible: la paz desde una posición de debilidad no pone fin a la dominación, sino que, a menudo, lo consagra.

La paz en esos términos no invierte la ecuación de poder, a menos que el fuerte reconozca a un socio en igualdad de condiciones. Esa no es la agenda de Israel. Tel Aviv no busca una paz igualitaria, sino la dominación y la expansión.

El difunto escritor palestino Ghassan Kanafani, mártir de su causa, lo expresó de manera sucinta cuando se le preguntó por qué rechazaba el diálogo con Israel. Su respuesta fue:

"¿Qué sentido tiene el diálogo entre la espada y el cuello?"

¿Qué tipo de diálogo existe cuando solo los fuertes tienen el poder de decisión, mientras que los débiles se limitan a pedir?

La pregunta más precisa es: ¿busca Israel realmente un acuerdo justo que ponga fin a la ocupación y establezca una paz sostenible, o está más bien forjando acuerdos económicos y de seguridad que consolidan su superioridad y exigen la sumisión árabe y palestina a cambio de lo que se denomina engañosamente "paz"?

El 21 de enero de 2024, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, declaró: "No transigiré en lo que respecta al control total de Israel sobre la seguridad de todo el territorio al oeste del Jordán", lo que contradice directamente la idea de un Estado palestino soberano.

Esta postura política coincide con una aceleración sin precedentes de los asentamientos. Los informes de las agencias europeas y de la ONU muestran que entre 2023 y 2024 se registraron niveles récord de asentamientos y confiscaciones de tierras en la Cisjordania ocupada, lo que eliminó incluso la posibilidad de una solución de dos Estados.

En el mundo árabe actual, especialmente en el Líbano, los medios de comunicación ahora dicen: "Queremos la paz", "No es un delito pedir la paz", "Romper los tabúes es un deber".

El locutor libanés Marcel Ghanem declaró en la apertura de su programa: "Rompan los tabúes... no podemos soportar más dilaciones... Sí, exigimos la paz. No es un delito exigir la paz". Makram Rabah, director editorial de Now Lebanon y profesor adjunto de la Universidad Americana de Beirut (AUB), opinó que "no hay nada vergonzoso en la paz cuando es un pueblo soberano quien la alcanza. Lo único vergonzoso es seguir muriendo por las guerras de otros".

El deseo de paz no es en sí mismo erróneo. Pero, ¿qué pasa si la otra parte ve la paz solo como una herramienta para profundizar su dominio, someter aún más a la población de la región y apoderarse de sus riquezas y tierras?

Cuando los "acuerdos de paz" son firmados por un actor débil que cede enormemente, mientras que el fuerte mantiene su estructura colonial, entonces la paz se convierte en una rendición absoluta. Esa dinámica refuerza la idea de que Israel pierde mucho más en la paz que en la guerra, por lo que la "paz", definida correctamente, es una amenaza para Israel.

El modelo catarí de dominación facilitada por mediadores

Lejos del frente, el Estado de Catar invirtió en su papel de mediador internacional con vínculos con Washington e, indirectamente, con Israel. En marzo de 2022, la ONU designó a Catar como "aliado importante no miembro de la OTAN" (MNNA por sus siglas en inglés).

En teoría, ese estatus otorga a Doha privilegios especiales en materia de defensa y seguridad. Catar patrocinó conversaciones, financió la ayuda a Gaza, invirtió en empresas israelíes y mantuvo sólidas relaciones con Estados Unidos, que utiliza la base aérea de Al-Udeid como importante centro de operaciones avanzado.

La ironía: a pesar de este posicionamiento estratégico, Catar siguió siendo blanco de Israel. El 9 de septiembre de 2025, Israel llevó a cabo un ataque en Doha contra miembros de una delegación negociadora de Hamás dentro del país. Esto plantea una pregunta fundamental: si Israel ataca incluso a un mediador que no tiene antecedentes de lucha contra él, ¿podrá cambiar alguna vez su naturaleza agresiva?

La experiencia de Catar demuestra que, para que la "paz" tenga sentido, no puede ser simplemente una iniciativa de la parte más débil, sino que debe ser buscada y aceptada por la parte más fuerte. De lo contrario, carece de sentido.

Consideremos el ejemplo de la Autoridad Palestina (AP) liderada por Mahmud Abás. A lo largo de décadas, se ha convertido en un socio de seguridad de Israel, coordinando en la Cisjordania ocupada, deteniendo a los cuadros de la resistencia, entregando listas y cooperando bajo la etiqueta de "coordinación de seguridad".

Sin embargo, Israel lo acusa de "financiar el terrorismo" debido a los subsidios que recibe cada preso. Parece que ni siquiera la colaboración total garantiza la paz; la sumisión sigue siendo la norma.

Por el contrario, el modelo de los Emiratos Árabes Unidos muestra una dinámica diferente: la normalización con Israel se basa en la economía y la inversión, no en la justicia ni en el fin de la hegemonía. Cuando el más débil se convierte en socio económico, la "paz" se transforma en un producto lucrativo para el más fuerte, entendiendo la paz como "un servicio al más fuerte a cambio de una estabilidad temporal".

En Sudán (el tercer Estado árabe en adherirse a los Acuerdos de Abraham) Israel nunca consideró a Jartum como un socio estratégico, sino como un puesto de seguridad para vigilar el mar Rojo y las rutas de tráfico ilegal. La normalización vino "desde arriba", no de socios en igualdad de condiciones.

Esto demuestra que Israel no se opone a la paz, pero sí se opone a una paz "igualitaria" o a una paz que transforme las relaciones de poder.

Tratados de paz históricos, pero no justicia

Egipto e Israel firmaron un tratado de paz en marzo de 1979, que exigía la retirada total del segundo del Sinaí en un plazo de tres años y establecía medidas de seguridad y zonas desmilitarizadas. A pesar de la normalización formal desde 1980, la relación se describe ampliamente como una "paz fría". La máxima sigue siendo que las firmas de los Estados árabes no equivalen a una normalización popular.

Sobre el terreno, incidentes de seguridad poco frecuentes pero reveladores ilustran la fragilidad, como los ocurridos en junio de 2023 y mayo de 2024 cerca de Rafá. Mientras tanto, se profundizó la cooperación energética: Egipto, Israel y la Unión Europea (UE) firmaron un acuerdo el 15 de junio de 2022 para ampliar las exportaciones de gas egipcio a través de plantas de licuefacción.

La realidad es una imagen dual de la asociación en materia de seguridad y energía, unida a la resistencia popular. Ese equilibrio ilustra cómo la "paz", tal y como está estructurada actualmente, sirve a las necesidades de seguridad y energía de Tel Aviv, y no a la justicia palestina.

Jordania ofrece otro caso. Su tratado del 26 de octubre de 1994 estableció marcos para el agua y las fronteras. Pero, treinta años después, la paz sigue siendo difícil de alcanzar. En noviembre de 2023, Amán retiró a su embajador por la guerra de Gaza y congeló la firma de un proyecto de "agua por energía".

Sin embargo, la cooperación práctica continúa: el agua, el gas y los canales de seguridad permanecen abiertos. Jordania incluso abrió su espacio aéreo a la Fuerza Aérea israelí para interceptar amenazas de drones y misiles iraníes, lo que demuestra que Israel ofrece acuerdos simbólicos a las capitales que sirven a sus intereses, sin una resolución política de la cuestión palestina.

En Siria, el nuevo gobierno vinculado a Al Qaeda ofreció gestos de "buena voluntad", devolviendo los restos del espía israelí Eli Cohen, declarando su hostilidad hacia Irán e interceptando armas destinadas a la lucha de Hezbolá contra Israel.

Sin embargo, Israel nunca participó en verdaderas negociaciones de paz. En cambio, ocupó más territorio, atacó el aeropuerto de Damasco, se apoderó del monte Hermón y de los recursos hídricos, además declaró que nunca se iría. Israel no quiere Estados fuertes, sino lo suficientemente débiles como para que actúen como policía fronteriza para su propia seguridad, y no para defender su territorio.

En el Líbano, los asesinatos diarios, las masacres y la ocupación no se olvidarán fácilmente. ¿Cómo se puede pedir al Líbano que firme una paz que ignora la justicia? Israel ha matado a miles de libaneses y sigue bombardeando pueblos y asesinando a personas a diario.

¿Cómo se puede exigir la paz en un territorio donde los crímenes de guerra siguen sin resolverse y la sangre sigue fluyendo? ¿Cómo se pueden entregar las armas a un enemigo que nunca ha mostrado buena voluntad?

Aunque el primer ministro, el presidente y la mayoría de los ministros del Líbano comparten una postura contraria a las armas no estatales, también confirman que Israel nunca ha respetado lo que ha hecho el país. Entonces, ¿cómo se puede hablar de negociaciones cuando el enemigo ni siquiera ha respetado el alto el fuego que el Líbano ha mantenido?

¿Y qué hay de las voces que ahora abogan por la paz como si fuera una salvación posible, que solo llegará después de que el Estado libanés consiga la plena soberanía y monopolice las armas? Estas voces ignoran que la presidencia y el gobierno del Líbano, a pesar de las disputas internas, están de acuerdo: Israel no busca la paz, sino ganancias ilimitadas.

Siria fue devastada sin disparar una sola bala contra Israel, y, sin embargo, los ataques israelíes persisten. ¿Cuál es entonces la diferencia entre el Líbano y Siria? La cuestión no es el movimiento de resistencia, Hezbolá, sino el continuo afán de expansión y control de Israel.

Estas ambiciones quedaron al descubierto en el acuerdo sobre la frontera marítima, en el que Tel Aviv pretendía maximizar sus ganancias, pero que luego canceló tras el asesinato del secretario general de Hezbolá, Hasán Nasralá. La codicia territorial volvió a salir a la luz cuando Netanyahu mostró en la ONU un mapa del "nuevo Medio Oriente" en el que se omitía a Líbano y Siria.

Ese mapa pertenecía a la fantasía del "Gran Israel”, no a la realidad política. Haciéndose eco de esto, Tom Barrack afirmó en Damasco que el Líbano y Siria son "un solo país, no dos", en una inquietante sincronía con el discurso israelí que borra las fronteras y redibuja la región a su antojo.

Los que hoy reclaman la paz llegan con décadas de retraso, más de 30 años después de la Conferencia de Madrid de 1991, que Israel rechazó.

¿Qué entiende Israel por "paz"?

Si se combinan los elementos anteriores (control de seguridad perpetuo al oeste del Jordán, aceleración de los asentamientos, empuje a las capitales árabes hacia una cooperación bilateral ajena a la resolución definitiva o a la cuestión palestina) se llega a la definición de "paz" tal y como la entiende Israel. Un sistema de disuasión y sometimiento que neutraliza a los Estados al tiempo que perpetúa el control sobre los palestinos.

Las propias declaraciones de Netanyahu rechazando un Estado palestino tras la guerra y las políticas de su gobierno en Cisjordania confirman esta conclusión tanto desde el punto de vista político como práctico.

La paz exigida desde una posición de debilidad no es suficiente. La paz verdadera comienza cuando el fuerte se ve obligado a tratar a la otra parte como a un igual, y no como a un subordinado. Israel se ve a sí mismo como el "amo" y al resto como sus subordinados creados.

Esta es la esencia de su pensamiento, impulsado por el mito de un Gran Israel. Los Estados débiles no pueden limitarse a reclamar la paz, sino que deben crear ecuaciones de poder que impongan el respeto y obliguen al reconocimiento de sus derechos.

El riesgo aquí es que los llamamientos árabes a la tregua se conviertan en un pacto de sumisión, calificado de "paz", pero que en realidad no es más que una continuación de la hegemonía.

El primer paso hacia una paz genuina no es una firma ni un comunicado de prensa, sino esta sencilla pregunta:

¿Esta "paz" cambia la realidad o legitima la sumisión continua? ¿Está dispuesta la parte fuerte a renunciar a la ocupación y la agresión?

No basta con decir "no queremos la paz". Si la otra parte solo quiere dominarnos en su nombre, entonces nuestro llamamiento a la paz es, por un lado, un mero deseo y, por otro, una recompensa por el genocidio.

Demonizar a la resistencia

Durante años, una enorme maquinaria mediática árabe y occidental ha generado una propaganda metódica para reestructurar el mapa moral en la conciencia árabe. Irán, Hezbolá y cualquiera que se resista al proyecto estadounidense-israelí son presentados como la raíz del colapso regional, mientras que los invasores y sus regímenes aliados son retratados como defensores de la paz y la estabilidad.

Cada día, la memoria de la gente se borra con un discurso unilateral sobre la "amenaza iraní", la "expansión de Hezbolá" y la "media luna chií", mientras se ocultan los crímenes cometidos en nombre de la "libertad" y la "democracia" por las alianzas occidentales o los representantes árabes.

La verdad es que no fue la resistencia la que destruyó el Líbano, sino aquellos que se rindieron. Aquellos que colaboraron con el asedio, facilitaron la invasión y financiaron la degradación mediática, política y militar que arrasó la región en nombre de la modernidad y la ilustración.

Durante dos décadas, los medios de comunicación árabes y occidentales han construido una narrativa distorsionada que ha convertido a Irán y Hezbolá en el enemigo público número uno, y han silenciado las verdaderas causas de nuestras tragedias.

Cuando Afganistán quedó devastado bajo la ocupación estadounidense, nadie preguntó cuántos murieron o cuántos millones sufrieron bajo la "guerra contra el terrorismo".

Cuando Irak fue invadido ilegalmente en 2003, murieron cientos de miles de personas, la infraestructura se derrumbó y reinó el caos, todo ello bajo el lema de "una marcha hacia la democracia".

El Líbano es blanco constante de la agresión israelí y se le prohíbe construir un Estado verdaderamente independiente, porque su independencia amenaza la "superioridad" de Israel. Sin embargo, las campañas mediáticas presentan a la resistencia como la fuente de las crisis, ignorando a quienes impusieron el asedio, financiaron la división y destruyeron la economía.

En Siria, la destrucción no fue causada por la "influencia iraní", como se ha popularizado, sino por un proyecto internacional que movilizó a miles de combatientes del ISIS, el Frente al Nusra y otros grupos con financiación del Golfo Pérsico y la complicidad occidental. Irán fue una de las pocas potencias que ayudó a evitar el colapso de Damasco. El Gobierno acabó cayendo bajo un asedio económico aplastante, no por la proyección iraní.

En cuanto a Yemen, la guerra no fue un conflicto por poder, como lo simplificaron los medios de comunicación, sino una agresión directa por parte de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, respaldados por Washington, que convirtió al país en uno de los que sufren algunas de las peores catástrofes humanitarias del siglo XXI.

En Palestina, la gente ha sido masacrada y asesinada por bombas y asedios durante décadas, pero sus movimientos de resistencia son demonizados más que los perpetradores. Los principales medios de comunicación niegan el derecho a la autodefensa del pueblo ocupado, demonizando sus cohetes e ignorando los aviones de combate de la ocupación que aniquilan familias y destruyen ciudades.

En Sudán se está llevando a cabo una limpieza étnica sistemática, liderada por las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF por sus siglas en inglés) en Darfur, acusadas de asesinatos en masa, desplazamientos forzados y genocidio. Están implicadas las milicias respaldadas regionalmente por los Emiratos Árabes Unidos e Israel. La corriente dominante trata el conflicto como una crisis marginal.

La propaganda ha dado un giro completo a la narrativa: quienes invaden y ocupan son presentados como pacificadores, mientras que quienes se resisten a ellos son tachados de amenazas. Si los llamamientos árabes a la "paz" continúan en estos términos, no se interpretarán como una búsqueda de justicia, sino como una señal silenciosa de sumisión.


Este artículo fue publicado originalmente en inglés en The Cradle el 5 de noviembre de 2025, la traducción para Misión Verdad la realizó Spoiler.

Radwan Murtada es un periodista afincado en Beirut que escribe para Al Akhbar desde 2007 y ha colaborado con muchos medios de comunicación extranjeros sobre asuntos políticos, penales, sociales y judiciales en el Líbano y en toda la región. Radwan es especialista en grupos yihadistas islámicos y perfeccionó sus contactos y su oficio durante el conflicto sirio, entrevistando a líderes de Al Qaeda y del ISIS para diversos medios de comunicación. 

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