Jue. 29 Mayo 2025 Actualizado ayer a las 1:10 pm

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La realidad es que hoy la visión occidental de sus declarados "valores" atenienses en el resto del mundo está tan desacreditada como su teoría económica (Foto: Getty Images)

La "transición" hacia un nuevo orden mundial está más allá de Occidente

Incluso la necesidad de una transición —para que estemos claros— tan solo ha comenzado a ser algo reconocido por los Estados Unidos.

Para el liderazgo europeo, sin embargo, y para los beneficiarios de la financierización que altivamente lamentan la "tormenta" de Trump imprudentemente desencadenada sobre el mundo, su tesis económica base está siendo ridiculizada como una idea estrambótica completamente divorciada de la "realidad" económica.

Esto es completamente falso.

Puesto que, como señala el economista griego Yanis Varoufakis, la realidad de la situación occidental y la necesidad de una transición fue claramente expresada, deletreada por Paul Volcker, el otrora jefe de la Reserva Federal, tanto tiempo atrás como 2005.

El "hecho" duro del paradigma económico del globalismo liberal ya era evidente incluso en aquel entonces:

Lo que mantiene unido al sistema globalista es el enorme y creciente flujo de capital que viene de afuera, llegando a costar más de 2 mil millones de dólares cada día hábil, y que va creciendo. No hay ningún sentido de esfuerzo. Como nación no pedimos prestado ni rogamos de forma consciente. Ni siquiera ofrecemos tasas de interés atractivas, ni tenemos para ofrecer protección a nuestros acreditadores contra el riesgo de un dólar en declive.

Para nosotros todo es bastante cómodo. Llenamos nuestras tiendas y garajes con bienes de afuera, y la competencia ha sido una restricción poderosa sobre nuestros precios internos. Esto seguramente ha ayudado a mantener las tasas de interés excepcionalmente bajas a pesar de nuestros ahorros que se desvanecen y del crecimiento veloz.

Y ha sido cómodo, también, para nuestros socios comerciales, y para aquellos que proveen el capital. Algunos, como China [y Europa, en particular Alemania], han dependido sustancialmente de la expansión de nuestros mercados domésticos. Y en buena medida, los bancos centrales del mundo emergente han estado dispuestos a retener más y más dólares, que son, a fin de cuentas, lo más cercano que el mundo ha tenido a una divisa internacional verdadera.

La dificultad consiste en que este patrón aparentemente cómodo no puede seguir así de forma indefinida.

Precisamente. Y Trump se encuentra en el proceso de hacer volar por los aires el sistema de comercio mundial para resetearlo. Aquellos liberales occidentales, a los que hoy les rechinan los dientes y se lamentan del advenimiento de la "economía trumpiana", simplemente están en estado de negación respecto a que Trump ha, al menos, reconocido la realidad estadounidense más importante, a saber, que el patrón no puede continuar así de forma indefinida, y que el consumismo basado en la deuda hace tiempo que ya dejó atrás su fecha de expiración.

Recordemos que la mayoría de los participantes dentro del sistema financiero occidental no han conocido otra cosa en toda su vida que el "mundo cómodo" de Volcker. Con razón tienen dificultades para pensar fuera de su réplica sellada.

Esto no quiere decir, por supuesto, que la solución de Trump al problema vaya a funcionar. Posiblemente su forma particular de reequilibrio estructural pudiera hacer que las cosas empeoren.

Aun así es inevitable una reestructuración de alguna manera. Todo deriva, en cambio, en una elección entre una bancarrota lenta o rápida y desordenada.

El sistema globalista dirigido por el dólar en sus inicios funcionó bien, al menos desde una perspectiva estadounidense. Estados Unidos exportó su sobrecapacidad manufacturera postSegunda Guerra Mundial a una Europa recientemente dolarizada, que consumió los excedentes. Y Europa, también, disfrutó del beneficio de tener su ecosistema macroeconómico —modelos conducidos por la exportación, garantizados por el mercado estadounidense—.

La crisis actual comenzó, no obstante, cuando se invirtió el paradigma: cuando Estados Unidos entró en su era de déficits presupuestarios estructurales insostenibles, y cuando la financiarización conducida por Wall Street para construir su pirámide invertida de "activos" derivados, apoyándose en una pequeña base de activos reales.

El hecho crudo de la crisis de desequilibrio estructural ya es suficientemente malo. Pero la crisis geoestratégica occidental va mucho más a profundidad de ser tan solo una contradicción de flujos de capital hacia adentro y un dólar "fuerte" devorando el corazón del sector manufacturero estadounidense. Porque está atado, también, al colapso concomitante de las ideologías nucleares que cimentan el globalismo liberal.

Es por esta devoción profunda de Occidente a la ideología —así como al "confort" volckeriano dado por el sistema— que ha disparado semejante torrente de ira y escarnio abierto hacia los planes de "reequilibrio" de Trump. Apenas algún economista occidental tiene algo bueno que decir, pero ningún marco alternativo plausible es ofrecido. Su pasión dirigida contra Trump sencillamente subraya que la teoría económica occidental, también, está en bancarrota.

Lo que es decir que la crisis geoestratégica más profunda consiste en tanto el colapso de la ideología arquetípica COMO de un orden paralítico de sus élites.

Por 30 años, Wall Street vendió una fantasía —que la deuda no importaba—... y esa ilusión se quebró en pedazos.

Sí, algunos entienden que el paradigma económico occidental de consumismo hiperfinancierizado y conducido por la deuda se agotó y que el cambio es inevitable. Pero tan comprometido está Occidente en el modelo "angloeconómico" que, en su mayoría, los economistas se quedan paralizados en la telaraña. No hay alternativa (TINA) es la frase de vigilancia.

La columna vertebral ideológica del modelo económico estadounidense yace primero en El camino a la servidumbre de Friedrich von Hayek, que fue interpretado como que cualquier tipo de involucramiento del gobierno en la administración de la economía era una violación a la "libertad" y equivalente a socialismo. Y luego, en segundo lugar, siguiendo la unión hayekiana con la Escuela Monetarista de Chicago en la persona de Milton Friedman, que firmó la "edición estadounidense" de El camino a la servidumbre (que, irónicamente, se llegó a llamar Capitalismo y libertad); de este modo se estableció el arquetipo.

El economista Philip Pilkington escribe que el delirio de Hayek sobre que los mercados son equivalentes a "libertad" y que eran, por lo tanto, consonantes con la corriente libertaria estadounidense, profundamente interiorizada, "se ha vuelto algo extendido al punto de que todo discurso está siendo completamente saturado".

En compañía educada, y en público, se puede ser de izquierda o de derecha, pero siempre se será, de alguna forma o manera, neoliberal; de otro modo, simplemente no se permitirá entrar en la conversación.

Cada país puede tener sus propias peculiaridades… pero sobre principios amplios siguen un patrón similar: el neoliberalismo de la deuda es, primero y principalmente, una teoría sobre cómo rediseñar el Estado para que garantice el éxito de los mercados, y su participante más importante: las corporaciones modernas.

Así que aquí está el punto fundamental: la crisis del globalismo liberal no es solamente un asunto de reequilibrar una estructura que está fallando. El desequilibrio, de todos modos, es inevitable ahí donde todas las economías, de forma similar, persiguen, todas juntas, al mismo tiempo, el modelo "abierto" anglo, conducido por las exportaciones.

No, el mayor problema es que el mito arquetipal de los individuos —y los oligarcas— buscando su maximización de utilidades de forma separada e individual —gracias a la mano oculta del mercado mágico— es tal que, en su totalidad, también han colapsado sus esfuerzos combinados, que obrarán en el beneficio de la comunidad en su conjunto (Adam Smith).

Efectivamente, la ideología a la que Occidente se aferra de forma tan tenaz, que es un espejismo que la motivación humana es utilitaria —y tan solo utilitaria—. Como lo han señalado filósofos de la ciencia como Hans Albert, la teoría de la maximización de utilidades descarta, a priori, un mapeo del mundo real, haciendo improbable, de este modo, la teoría.

Paradójicamente, Trump, no obstante, es por supuesto el jefe de todos los maximizadores utilitaristas. ¿Es él entonces el profeta del retorno a la era de los magnates temerarios estadounidenses del siglo XIX? ¿O será él el adherente a un repensar más fundamental?

Puesto de forma sencilla, Occidente no puede realizar una transición a una estructura económica alterna —como un modelo "cerrado" de circulación interna— precisamente porque está tan pesadamente comprometidos ideológicamente en los fundamentos filosóficos del actual, que al cuestionar esas raíces parece equivaler a la traición de los valores europeos y los valores libertarios fundamentales de Estados Unidos —tomados de la Revolución Francesa—.

La realidad es que hoy la visión occidental de sus declarados "valores" atenienses en el resto del mundo está tan desacreditada como su teoría económica, así como para una parte importante de sus propias, rabiosas y desafectas poblaciones.

Por lo que la conclusión es esta: no esperen de las élites europeas ninguna visión coherente del orden mundial emergente. Están en el colapso y preocupadas por intentar salvarse ellas mismas de entre la desmoronada esfera occidental y el miedo a la retribución de sus votantes.

Esta nueva era, sin embargo, efectivamente también marca el fin de la "vieja política": la de los rojos contra los azules; las etiquetas derecha versus izquierda pierden relevancia. Ya se están formando nuevas identidades políticas y agrupaciones, incluso a pesar de que sus contornos todavía no están definidos.


Publicado originalmente en inglés en Strategic Culture el 19 de mayo de 2025, la traducción para Misión Verdad la realizó Diego Sequera.

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