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Notas en tiempo real de la pandemia financiera global

Se ha repetido con insistencia que la recesión global es inevitable en el presente contexto de pandemia del covid-19, y que esto es consecuencia de la caída estrepitosa de las bolsas de valores en todo el mundo, cuyo epicentro está en Wall Street.

¿Suena parecido a 2008 y el par de años que le siguieron? Sí, pero no exactamente. El crack financiero de hace una década no contaba con un virus que acelerara la crisis, cuyo origen devino de una burbuja inmobiliaria que tuvo varios victimarios y las víctimas se multiplicaron con un ensanchamiento en los grados de desigualdad y precariedad en la población no sólo estadounidense, sino global.

Si bien es cierto que el epicentro del crack financiero que estamos presenciando en presente continuo se encuentra en Estados Unidos, debido a la mundialización del sistema estadounidense con el dólar como principal ariete monetario en las últimas décadas, las repercusiones son globales. En cada punto del planeta se sentirán, si ya no se están experimentando en algunos rincones, las consecuencias de la explosión de una estructura sistémica en constante implosión.

Desde Misión Verdad explicaremos lo que está sucediendo en el escenario económico, financiero y comercial, para que tengamos una idea lo más cercana posible a la realidad de cómo funciona el capital financiero sin recurrir a la nomenclatura usual de los economistas y analistas financieros, aunque nos apoyemos en sus trabajos para dicha crítica.

Este post se irá actualizando cada tanto con información, comentarios y análisis de interés como una especie de crónica en tiempo real de la pandemia financiera global. Para ello comenzaremos explicando de manera breve y clara las raíces del presente sistema para luego dar algunas claves que no debemos dejar de tomar en cuenta para conocer sus profundidades.

Las burbujas (necesarias) del capital financiero

Desde las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX se ha tenido una certeza: el sistema capitalista se nutre de burbujas financieras con miras a la acumulación de capital de un grupo cada vez más reducido de la elite corporativa global.

Tanto Karl Marx como Rudolf Hilferding y John M. Keynes (con enfoques y diagnósticos similares pero con objetivos diferentes) vaticinaron que el sistema capitalista pudiera colapsar debido a estas burbujas, describiendo el método cíclico de acumulación mediante la especulación financiera.

Keynes, por ejemplo, explicó que los procesos de acumulación de capital, es decir el ahorro y la inversión, deben orientarse en nuevas capacidades productivas para que la economía funcione de manera adecuada. Si no se invierte en la producción, aumenta la tasa de desempleo. Si cae el empleo, tanto el ingreso como el gasto de los trabajadores también lo hacen, por lo que se debilita el consumo.

¿Consecuencia? Bajan los grados de inversión. ¿Por qué? El ahorro y la inversión dependen, dice Keynes, del consumo de los trabajadores y viceversa: el consumo depende de la inversión para la generación de empleo. Es un ciclo económico para la preservación del capitalismo como sistema.

Aunque para Keynes esta fórmula garantiza que el capitalismo funcione sin tantos problemas, Marx diagnostica en este proceso ciertos factores que propician su desestabilización. Sin embargo, y sobre todo a partir del siglo XX, los grandes capitalistas comenzaron a generalizar una práctica que interrumpía el ciclo de inversión en productividad para satisfacer el de consumo: se trata de la emisión ilimitada de deuda que genera burbujas financieras.

¿En qué consiste dicha práctica? Son políticas monetarias con dos grandes objetivos: aumentar la liquidez y el circulante de dinero y proveer acceso fácil al crédito.

¿Qué tipo de políticas? La reducción de tasas de interés para acelerar la inversión y el crédito, la emisión de títulos de valores (las famosas acciones), el aumento de la deuda pública, la disminución del coeficiente de caja bancario para que los bancos presten más dinero si no cuentan con suficiente reservas líquidas, entre otras.

Son políticas monetarias que sostienen el gasto de la gente en deuda sobre deuda creando, así, “burbujas de endeudamiento” que, con el tiempo, se van acumulando hasta que el flujo de ingresos que las sostienen se detiene hasta hacerlas estallar.

Tales burbujas no se hallan respaldadas en activos reales, por ejemplo, el oro y la plata, metales preciosos que han servido de referencia en la historia de la humanidad para el sostén efectivo del dinero que emiten, hoy día, los bancos centrales.

Esta es la base con la que debe entenderse la política económica de los Estados Unidos desde que el gobierno de Richard Nixon decidió abandonar el patrón oro en 1971, rompiendo con los Acuerdos de Bretton Woods de 1945.

Desde entonces, la acumulación de deuda es la divisa con la que se sostiene el dólar de manera mayoritaria, por lo que la emisión de dinero estadounidense (impreso y no impreso) no se sustenta en la inversión de la capacidad productiva sino en el apilamiento de deuda.

Esto viene acompañado de una disminución en la mejora de los salarios de los trabajadores. Por ejemplo, Estados Unidos lleva más de cuatro décadas seguidas con un estancamiento del salario medio, aun cuando el consumo ha subido en los últimos 25 años. ¿Cómo ha sido esto posible, si es un país con un crecimiento insólito de su economía desde hace años? A través de la deuda.

El crédito ha sido una política económica común para toda la población estadounidense, que se alimenta, se viste, tiene o alquila un techo y se entretiene con base al endeudamiento.

Pero este ciclo de crédito y endeudamiento no solo es aplicable a la población, sino también a las empresas y los Estados. Todos gastan más de lo que ingresan, sea por rentas o por productividad. En última instancia, los mercados financieros se inflan y galopan bajo burbujas que van creciendo hasta que terminan de estallar.

¿Por qué el gran capital ha dejado de invertir en la productividad?

Marx explica que en el proceso de producción del capital se genera valor, cuya única fuente es el trabajo objetivado, y que se expresa en último grado como dinero. Pero el dinero corre el riesgo de no realizarse como capital por diversos factores, entre ellos la acumulación de sobrecapacidad de producción de bienes y servicios, la saturación del mercado de consumo, la dificultad para ampliar las fronteras expansionistas del mercado, cuyas variables en conjunto suelen desembocar en las cíclicas crisis del sistema.

Esto, dice Marx, genera en los grandes capitalistas desconfianza en la inversión productiva y, así, da lugar a un déficit en ese apartado de la economía. La confianza, como veremos, es una palabra clave en las finanzas.

Al mismo tiempo que ocurre dicha desinversión, los dueños del capital buscan siempre el aumento constante de la productividad mientras disminuyen la tasa del salario con el fin de aumentar la tasa de ganancia. Para esto recurren a la inversión en maquinaria, equipos y tecnología cada vez mayor en detrimento del empleo de trabajadores. Para entenderlo, nos sirve el adagio capitalista por excelencia: menor inversión, mayor ganancia.

Aunque no tenemos tiempo ni espacio para profundizar en estos procesos, en un contexto de economía capitalista productiva, debemos tener claro que la baja salarial debilita el consumo y, por ende, el beneficio esperado de las inversiones productivas, un problema endémico del sistema.

Como los trabajadores no pueden consumir lo que producen como clase productora, volvemos al ciclo vicioso descrito por Keynes al principio de estas líneas: el descenso en la inversión hace caer el empleo, el ingreso y el gasto, lo que significa un bajo consumo. ¿Consecuencia? Desinversión productiva.

Para Marx este ir en círculos significa una expansión de las crisis hasta un eventual colapso del sistema, acontecimiento que aún parece distante en el tiempo histórico. Y, citando El Manifiesto Comunista:

“¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía? De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistándose nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos. Es decir, que remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas”.

Para Keynes, en cambio, la mano del Estado es capaz de recoger los vidrios rotos mediante lo que llama gasto deficitario, o a través de una redistribución tributaria, o incluso por medio de diversas medidas fiscales.

En la década de 1930, los años en que se experimentó la recesión económica producto de la Gran Depresión de 1929 (el crack financiero de mayor referencia en el siglo XX), pero sobre todo luego de la Segunda Guerra Mundial, el centro de gravedad de la economía global, con el dólar como punta de lanza, se trasladó de la productividad a la “especulación”, es decir, a un sistema de finanzas apuntalado, como explicamos, en la deuda ad infinitum.

La economía capitalista, de esta manera, consiguió un paliativo a los ciclos de crisis en otro nicho mucho más frágil pero que genera, paradójicamente, mayores ingresos y, por lo tanto, acelera los focos de acumulación de capital, objetivo primario de los grandes dueños (el llamado 1%).

Gana el capital ficticio, perdemos las mayorías

Este resumen de cómo se deja de invertir en la economía productiva tiene otra variable: junto a la pérdida de interés ante la inversión de capital en industrias y servicios (es decir, en máquinas y trabajadores que valoricen lo invertido) que generan riquezas se encuentra la competencia en el aspecto tecnológico, lo que deriva en la caída de la tasa de ganancia de los grandes capitalistas ya que el aumento de la productividad y el plusvalor (que es, básicamente, la cantidad de trabajo no remunerado por el capitalista al trabajador) disminuyen.

De esta manera, el estancamiento en las ganancias de los grandes dueños de capital, bajo riesgo de que se desvalorice lo acumulado, depende de constantes innovaciones tecnológicas, de guerras y de desastres naturales (lo que Naomi Klein denominó “capitalismo del desastre”) para dar continuidad al sistema, lo que explica el discurrir vertiginoso del siglo XX y lo que llevamos del XXI.

Contra el anquilosamiento de la economía capitalista, la receta de Keynes consistía en la creación de deuda pública y privada, así como el gasto deficitario del gobierno. Claro está, el déficit debe ser invertido rentablemente en actividad productiva que, a la larga, generaría demanda, lo que podría contribuir a romper ciclos recesivos.

El sector financiero (bancos, sociedades de inversión, compañías aseguradoras, consorcios inmobiliarios, agencias calificadoras de riesgo, organismos globales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y un largo etcétera) sería el activador ideal para la canalización de estas ayudas a los ciclos económicos estancados.

Sin embargo, Marx previó que dicho sector no necesariamente se avocaba a estos paliativos, sino que más bien las inversiones más lucrativas se encontraban en la compra y venta de acciones en las bolsas de valores. La posesión de títulos dinerarios de papel era más deseada porque, al ser líquidos y transferibles, eran fácilmente separables de los activos reales de las empresas.

A finales del siglo XIX se comenzó a generalizar el uso del dinero para obtener más dinero, y se consolidó en el XX en un proceso que hoy llamamos “financiarización” de la economía global, con el dólar en el centro de dicho sistema.

Marx, por ello, denomina capital ficticio al capital financiero (cuya crítica desarrolló extensamente el mencionado Hilferding), ya que no genera empleos ni bienes ni servicios a la sociedad. Sus ganancias derivan exclusivamente de operaciones que consisten en apostar a la variación de precios de los diversos instrumentos que componen el sistema financiero (acciones, bonos, fondos de cobertura, etc.).

Desde la década de 1970, y con la máquina de imprimir dólares encendida las 24 horas del día, los siete días de la semana, aumentó la demanda de productos financieros como medio para mantener y aumentar el capital monetario.

Las burbujas financieras son un acumulado de jugar al casino con la deuda que crece exponencialmente hasta estallar. ¿Qué sucede luego de estas crisis? Un periodo de recesión, tan anunciado en nuestros días, en el que los grandes capitales devoran a los más pequeños y la desigualdad crece.


Claves para entender el crack financiero actual

Ahora que sabemos cómo llegamos hasta el actual estadio del capitalismo financiero (el economista estadounidense Michael Hudson le llama “imperialismo monetario”), enumeramos algunas claves para ir entendiendo el momento actual de las finanzas en Wall Street, que repercuten en todas las bolsas de valores en el mundo.

Para esto usaremos la guía del columnista Mike Whitney, aspectos que iremos desarrollando en cada entrega.

  1. Los inversores han estado llenándose los bolsillos de dólares y retirándose de las bolsas buscando mayor liquidez, lo que ha provocado la mayor caída en Wall Street desde 1987. La confianza de los inversionistas (el 1%) declinó por la incertidumbre a las pocas expectativas de prosperidad futura en la rentabilidad de las acciones de las empresas debido a la pandemia, que haría a los trabajadores resguardarse en sus casas provocando un despido masivo, subiendo la tasa de desempleo.
  2. El consumo, por ende, disminuye en todos los sectores de la economía. A menor ingreso, menor demanda.
  3. La Reserva Federal (el banco central de los Estados Unidos, que es una entidad privada conformada por los principales financieros del país) imprime dinero a mansalva, inyectando hasta 1,5 billones de dólares en Wall Street. ¿Dónde está ese dinero? Buena parte, en los bolsillos de los inversionistas.
  4. La economía real (compuesta por capital productivo) es débil. El sistema financiero no tiene un colchón dónde caer, es decir, no tiene con qué respaldarse.
  5. Por eso, la compra y venta de oro por parte de los inversores se hace común para apoyar la caída de las acciones. Como vimos, el oro es el principal respaldo de referencia del dinero en el mundo.
  6. Se ha desplomado la recompra de acciones, un mercado muy lucrativo que está en el centro de la crítica contra Wall Street, pero que genera altas ganancias a los grandes capitales que, con dinero de la Reserva Federal y del Departamento del Tesoro, devoran a los más vulnerables.
  7. Cuando el crédito escasea, la economía financiera se contrae. Una crisis crediticia es una mala noticia para el mercado de deuda. Es por ello que el gobierno estadounidense y la Reserva Federal buscan inyectar más dinero en los inversores para estabilizar el valor de las bolsas. El crédito, en este contexto, genera confianza. En esta línea debe entenderse la baja de las tasas de interés a casi 0% por parte de la Reserva Federal, para que los bancos compren dinero a bajo costo.
  8. El Fondo Monetario Internacional había advertido de las políticas de “dinero fácil” a la Reserva Federal, ya que se dedica a prestar dinero a inversores que muy seguramente no devolverán en el futuro. La máquina de imprimir dinero es un factor clave.
  9. Las grandes mayorías no estamos preparadas para una recesión, mucho menos en los Estados Unidos. Gran parte de su población (el 99%) nunca vio los frutos de la recuperación económica de la crisis de 2008 y, desde luego, no está preparada para un desplome económico. Otra recesión aumentará dramáticamente la falta de vivienda, la inseguridad alimentaria y la indigencia. Una crisis de este tipo sólo es equiparable a lo sucedido en la década de 1930.

A la vista de todos estos elementos, el gobierno de Donald Trump logró un acuerdo con el Senado para votar una ley que sirve como “plan de estímulo” a la economía estadounidense, unos 2 billones de dólares.

Aunque estas medidas intentan cubrir las consecuencias de la recesión en la población estadounidense, la mayor cobertura monetaria (un cuarto del “estímulo”) va para las bolsas de casino en Wall Street, cuyos inversores comenzaron a comprar acciones de empresas que se desplomaron por la caída continua del último mes, lo que significó un fuerte repunte de 10% en las acciones mundiales este miércoles.

Se prevé asimismo que las “ayudas” a la economía por la pandemia lleguen a los 6 billones de dólares, lo que significaría un tercio del Producto Interno Bruto (PIB) de los Estados Unidos. Un hito en su historia y que apila mayor deuda al país más endeudado del mundo.

Básicamente, lo que ha estado ocurriendo en marzo de 2020 es que un sector de grandes dueños de capital quebró a otro sector para adueñarse de sus acciones. Los grandes peces se han estado comiendo a los pequeños.

Actualización, 29/03/2020

Golpe y terapia de shock financiero

Es oficial: Donald Trump firmó la ley que supuestamente dará rescate a la economía de los Estados Unidos. Los principales medios financieros han celebrado el acuerdo bipartisano, pero no explican en qué consiste. Si bien es cierto que el texto jurídico comprende a trabajadores, hospitales, medianas y pequeñas empresas entre los beneficiarios del dinero gubernamental, todo en un contexto de crisis pandémica, el “rescate” a los bolsillos de inversionistas y CEOs de Wall Street es la mayor tajada del asunto.

De esto han hablado analistas críticos del capital financiero estadounidense. La ley estipula que se dará dinero prestado y garantías de préstamo a las aerolíneas, transportistas aéreos y “empresas críticas para la seguridad nacional” y un fondo de 425 mil millones de dólares que se repartirá a discreción de Steven Mnuchin, el secretario del Tesoro.

Lo que se trata de ocultar es que se garantizan 4 billones de dólares adicionales de la Reserva Federal para ser prestados a grandes corporaciones y bancos, autorización para rescatar fondos del mercado monetario (depósitos bancarios no regulados de sumas multimillonarias para el 1%) y autorización del gobierno a través de la Corporación Federal de Seguros de Depósitos para garantizar billones de dólares que serían invertidas en riesgosas deudas bancarias.

Dicha ley es una autorización para “reestructurar la economía” de acuerdo con las preferencias de un grupo muy pequeño de personas, con base en más endeudamiento que tendrá que ser pagado con el dinero fiscal de los contribuyentes estadounidenses y el resto de países que usan el dólar como moneda contable. Y el dinero está siendo administrado por BlackRock, el fondo de cobertura más grande del mundo, contratado por la Reserva Federal. Es un rescate privatizado, el dinero fluirá libremente en Wall Street pero no en el 99% de la población estadounidense.

Es por eso que Matt Stoller, autor de un libro sobre el monopolio en Estados Unidos, lo llamó como lo que es: un golpe corporativo. Wall Street, con esta ley, “ahora tendrá de 4 a 6 billones de dólares de crédito a bajo costo garantizado por el gobierno para ir de compras a las empresas en problemas”. Lo dicho anteriormente: los peces grandes se comen a los pequeños.

Mike Whitney, por otro lado, llama a esta reestructuración económica a favor del capital financiero, como “una terapia de choque”, “transformando el Tesoro de los Estados Unidos en un fondo de cobertura”.

La privatización de la economía estadounidense es una realidad ya palpable con esta ley, si antes no lo era de facto. Se apoya en la impresión de dinero por parte de la Reserva Federal con base a un crédito sin límites, comenzando un nuevo ciclo de burbuja financiera que solo beneficia al capital financiero.


Actualización, 5/4/2020

Un poco de historia para entender el sistema monetario estadounidense

En la mayoría de países el banco central funciona como el ente rector de la política monetaria y funciona como una institución estatal generalmente independiente. Se supone que regula las políticas fiscales, la emisión de moneda y otros factores que estimulan la economía financiera y productiva en un marco estatal.

En Estados Unidos, la Reserva Federal toma ese papel por encima del Departamento del Tesoro. ¿Cómo sucedió esto? Comentaremos un trabajo del economista Michael Hudson para entender lo que sucedió.

En la primera mitad del siglo XX, los bancos, tanto en Estados Unidos como en Europa, tomaron por asalto la dirección de las políticas monetarias por encima de los estados. En el otro lado del Atlántico el objetivo fue frenar la emisión de dinero que acumulaba déficit.

Se habla de déficit cuando los pagos superan a los ingresos y el balance, en consecuencia, es negativo. El déficit fiscal indica la misma idea, aplicada en este caso a la diferencia entre ingresos y egresos públicos.

En cambio, en Estados Unidos la razón de que los bancos tomaran mayor poder sobre el gobierno federal se basó en más creación de dinero y gasto deficitario, lo que ha provocado hasta el día de hoy los recurrentes cracks financieros.

Estos bancos abogaron por la creación en 1913 de la Ley de Reserva Federal, que confederaba a las distintas entidades financieras privadas con la responsabilidad y la capacidad de dirigir el curso monetario del país.

Antes de 1913, el Departamento del Tesoro tenía esa prerrogativa. Dice Hudson: “Sería más exacto ver a la Reserva Federal cambiando a Wall Street el poder financiero concentrado hasta ahora en manos del Secretario del Tesoro en Washington”.

Desde 1914, con el auge de la primera gran guerra europea del siglo XX, la Reserva Federal tomó el control de las políticas monetarias de Estados Unidos.

¿Pero cómo surgió esta idea de que los bancos privados más grandes del país se abrogaran tanto poder?

En 1910, una reunión secreta convocada por el senador republicano por Rhode Island, Nelson Aldrich, familia del magnate John Rockefeller, dio pie a un plan para la privatización de la política financiera federal. Se trataba de la Ley de Reserva Federal.

En este cónclave participaron dicho senador; Abram Piatt Andrew, asistente del entonces Secretario del Tesoro; Henry P. Davison y Benjamin Strong en representación del más grande banquero estadounidense John Pierpoint Morgan; Paul Warburg de Kuhn, Loeb & Co., que acabaría siendo Lehman Brothers (quebrado en 2008) y American Express; y Frank Vanderlip y Charles Norton, presidentes, respectivamente, de National City Bank y First National Bank, que luego pasó a ser Citigroup.

Todos ellos acordaron la creación de la Reserva Federal dominada por ellos mismos, los banqueros privados, sin que el Secretario del Tesoro tomara parte de la junta directiva.

Por ende, la sede de la Reserva Federal se trasladó a Nueva York, dejando Washington y manteniendo, desde entonces, una relativa independencia. La única condición que impusieron los congresistas y el gobierno federal, presidido por Roosevelt, en 1935, era la de mantener bajas las tasas de interés para minimizar los costos de endeudamiento del Tesoro, cuestión que duró hasta 1951.

Cuenta Hudson:

Para divorciar el sistema bancario de la influencia política, las actividades financieras de la Junta de la Reserva Federal estaban exentas de depender de las asignaciones del Congreso. Finalmente, se establecieron doce bancos de distrito, cuyos banqueros y empresarios poseían el equilibrio de poder en los primeros años de las operaciones de la Reserva Federal, con Nueva York emergiendo rápidamente como el centro de formulación de políticas.

Las pugnas políticas por el control de la política monetaria, que bajo la égida de la Reserva Federal constaba en emitir cada vez más moneda con base al endeudamiento perenne para proveer de liquidez a los bancos y sus asociados (los llamados “inversionistas”), siguieron con los gobiernos demócratas de John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, que pujaron por trasladar el poder de la Reserva Federal a Washington de vuelta sin ningún éxito.

De hecho, como dice Hudson: “Los republicanos respondieron con la propuesta de Milton Friedman de eliminar por completo la ‘interferencia’ discrecional aumentando la oferta de dinero a una tasa fija cada año”.

A finales de la década de 1960 y comienzos de los 1970, ganó la doctrina de planificación financiera y fiscal de Wall Street, lo que concluyó en el abandono del patrón dólar-oro y tuvo como consecuencia la expansión del llamado “imperialismo monetario”.

Concluye Hudson:

“Desde 2008, los bancos de inversión de Wall Street han obtenido mucha más riqueza mediante ganancias de capital (ganancias de precio de activos para bienes raíces, bonos y acciones) y tarifas de inversión que de intereses. Esto los ha llevado a presionar al gobierno para que adopte políticas para inflar las hojas de activos más que proporcionar crédito para la industria. Europa ha seguido su ejemplo. El resultado es que los bancos de Europa y América han ganado el control sobre la política del gobierno para convertirse en los principales proveedores de dinero de la economía y recibir subsidios y favores públicos. Su captura de las instituciones financieras, reguladoras y de formulación de políticas del gobierno ha llevado a un sesgo político que favorece a los acreedores sobre los deudores. En términos de política monetaria, los acreedores siempre han abogado por precios y salarios a la baja. Pero desde la década de 1980 también han favorecido la inflación de bienes inmuebles apalancada por la deuda”.

Visto en perspectiva histórica, Wall Street ha ganado el pulso de poder en Estados Unidos, provocando un estallido del dólar con consecuencias globales, en la que dicha moneda rige la mayoría de las transacciones financieras y comerciales sin mayor soporte que la deuda, como ya hemos aclarado.

Sin duda, todas las burbujas financieras conducen a Nueva York.

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