Mié. 09 Octubre 2024 Actualizado 6:41 am

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En las estadísticas todas las drogas compiten, ya sean ilegales o legales, para ver cuál causa más daño (Foto: El Cayapo)

Opio somos y en fentanilo nos convertirán

La guerra desde siempre ha sido una bodega donde los pobres pagamos con la vida.

Entren que caben cien

¿Qué tiene que ver las pestañas con el desaguadero, qué tiene que ver María Corina revuelta, una fábrica de lo que sea, el delirante payaso Milei, los imitadores y adoradores europeos, los masca chicles del norte, los curas, los espectáculos, los policías, los jueces, los abogados, los fiscales, los alguaciles, los ejércitos, los productores de petróleo, de armas, la agroindustria, los artistas, los profesionales, los académicos, los laboratorios, las farmacéuticas, las textileras, los centros de investigación de cualquier área, sea física, matemática, biología, bacteriológica, filosófica, política, sociológica, con el gran fentanilo, el nuevo becerro nuclear que arrastrará tras de sí a las grandes mayorías depauperadas en desecho de la dictadura capitalista, incluso sus delirantes detractores que gritan desaforados que muera el becerro nuclear madre de todos los pecados?

Pensamos que nada, pero sí mucho.

Cuando sintetizamos ese aparente arroz con mango, vemos que todos estamos involucrados en la producción, almacenamiento, financiamiento, distribución, transporte y consumo de la droga. Es una empresa privada que nos afecta a todos, pero solo una pequeña elite gana. Todo tiene que ver con todo, sintetizándose en un fentanilo que nos droga a todos. Las más grandes transnacionales del transporte, el comercio, las finanzas, combustible, agroindustria, información, farmacéuticas, laboratorios, compañías armamentísticas, textiles, calzado, vestido, construcción, el arte, la educación, espectáculos, y lo inimaginable, están involucrados en el negocio de las drogas.

La guerra siempre se ha drogado

Hace milenios la guerra se convirtió en el deber ser de las elites poderosas, a ella se le cantaron odas y se le hicieron torneos, homenajes, y a sus generales se les exaltó como los máximos héroes, al punto que al nacer los niños con alguna deficiencia los asesinaban por ley, al no poder servir a los propósitos de los señores de la guerra, y siempre, en nombre de cualquier alucinación, la gente fue arrasada y arrastrada por la guerra.

Desde entonces la guerra es sostenida por las drogas de todo tipo, desde los alucinógenos religiosos que movieron en nombre de dios o la virgen a grandes contingentes de personas al asesinato, robo y saqueo de otras personas que no creían en el poder del alucinógeno, que esta vez nos salvaría para siempre de todos los males y dolores, hasta su nueva nuevísima presentación el sintetizado opio, el magnífico, el adorable, el quitador de todos los dolores, el gran fentanilo.

Pero la verdad ciertísima es que, a lo largo de la historia, esta especie ha ido acumulando más y más dolores en nombre de las alucinaciones que los señores de la guerra nos han impuesto, y por tanto cada día se requieren más y más evasivos para evitar que la locura se desborde y termine arrasando con todo.

Los civilizados y refinados asesinos europeos

Esta cultura ordinaria que ha invadido al mundo con sus ordinarieces ha pagado con drogas los refinados placeres copiados de las culturas asiáticas, ejemplo, el disfrute del té, la seda y las porcelanas eran pagadas a los chinos por los británicos con pelotas de opio que a su vez robaban en India, Afganistán, Türkiye.

Estas elites tienen un historial de crímenes de muy larga data. En otro artículo dijimos cómo por vía de las Cruzadas acumularon una gran porción de capitales en todos los sentidos. Con el opio religioso llevaron alucinados a miles y miles de hambrientos europeos, a una guerra de 200 años que les permitió a su vez financiar nuevas invasiones a otros continentes (África, América), que a su vez les facilitó una mayor acumulación de capitales con los cuales pudieron financiar la llamada revolución industrial, con la que descubrieron el opio físico en las invasiones al oriente (India, Türkiye, Afganistán). Había comenzado el gran negocio de los opioides o la segunda gran guerra por drogas.

Durante el siglo XIX, Gran Bretaña a punta de tiros se apropia del negocio del opio; grandes cantidades de opio de la India los usa para invadir a China, que a la sazón estaba gobernada por la decadente dinastía Qing. Inglaterra invadió a China con opio a través del puerto de Cantón, y la primera consecuencia fueron las guerras del opio entre Gran Bretaña y China (primera guerra 1839-1842) y el Tratado de Nankín, donde Inglaterra impone el libre comercio fundamentalmente del opio a China a través de cinco puertos (el más importante de ellos: Cantón), así como la cesión de la isla de Hong Kong durante 150 años. Porque Inglaterra en su balanza comercial era deficitaria al no tener nada que China pudiera comprarle.

Segunda guerra 1856-1860 y el Tratado de Pekín, donde China es obligada a ceder 11 puertos al libre tráfico de los productos europeos, sobre todo el opio. A la postre se apoderaron de vastos territorios chinos, en esa cayapa participaron casi todos los países europeos, fundamentalmente Inglaterra y Francia. La imposibilidad china para conservar su independencia frente a las potencias imperialistas se enfatizó al perder la guerra con Japón (1894-1895), que le costó importantes pérdidas territoriales. Con la abdicación del último emperador de la dinastía Qing, China comienza en 1912 la recuperación de su soberanía, que conquistaría bajo la conducción del Partido Comunista y las orientaciones de Mao Tse-Tung.

Cien años después, el opio ha sido sintetizado por la misma pandilla de sátrapas que desde siempre ha asolado al mundo en nombre de la complacencia individual de los placeres y la superación del hambre, el miedo y la ignorancia, particular de estas elites saqueadoras que viven del trabajo ajeno. Hoy China de nuevo se ve confrontada por la misma chusma ordinaria que busca desesperadamente saquearla, con la diferencia de que ya China no está en decadencia sino floreciente, manteniendo la ventaja de que su comercio obedece a producción propia y no requiere nada de Occidente, pero además con la ventaja de estar aliada a los gobiernos de Rusia, Irán y Corea del Norte.

Las farmacéuticas no son fundaciones de caridad sino corporaciones obligadas a producir y a vender infinitamente

Tercera guerra de las drogas, pero ahora verdaderamente mundial

El fentanilo es un producto de laboratorio. Desde los años sesenta, un médico belga Paul Janssen logra sintetizar varios elementos químicos y su base fundamental es opio, derivado de la amapola. Es un opioide sintético 50 veces más poderoso que la heroína y 100 veces más potente que la morfina, que se usaban antiguamente para aliviar los dolores en el cuerpo por razones de operaciones, o enfermedades como el cáncer que generan dolores muy intensos. La razón médica para producir el fentanilo es su poder aliviador, porque el fentanilo no cura, dopa; alivia circunstancialmente, por tiempo muy corto.

El negocio del fentanilo no tiene su origen en unos capos que lo descubrieron como se pretende vender la idea: es un negocio de la farmacéutica, legalito, con sus patentes al día y sus pagos de impuestos para que sus dueños sean reconocidos como personas probas y sin máculas. Este producto se le vende al mundo entero, está en todos los quirófanos del mundo con sus dosis que no pueden sobrepasar los 2 miligramos porque asesinaría a las personas. Hasta aquí, lo bello y justificable del fentanilo, pero…

Como las farmacéuticas no son fundaciones de caridad sino fábricas, empresas, industrias, transnacionales, corporaciones, que por su esencia misma están obligadas a producir infinitamente y forzadas a vender incomparablemente porque no pueden parar la producción, y por eso la gran campaña publicitaria para combatir el dolor sin consecuencias con OxyContin, pero resulta que el fentanilo crea una adicción muy violenta.

El verdadero plan mafioso lo tienen las farmacéuticas legales, porque vendieron la idea de que el fentanilo era una droga que resolvía rápidamente todo tipo de dolores al cuerpo y la mente, como consecuencia el excesivo consumo genera adictos y aumenta la demanda y no se consigue la droga en las dosis y cantidades requeridas, y eso tira a la calle una epidemia de adictos que ha producido la industria legal con sus patentes, sus permisos y sus pagos de impuestos, sus señores bien vestidos y perfumados, que viven en sus salones agradables y disfrutan mientras 200 mil personas comprendidas entre los 18 y 45 años mueren al año fruto de su producto.

Por supuesto que eso lo llevan a la clandestinidad y aparece la película de los capos, mafiosos, asesinos, criminales; se repiten los Pablos Escobar Gaviria, los Chapo Guzmán, la dama de la mafia, y todas las películas que conocemos de esta tragedia que produce el capitalismo, pero todo esto lo que está enmascarando realmente es la expansión del negocio a niveles macros. Entonces "ya está entrando a Venezuela, en Chile, en Perú, que ya llegó a África", y los adictos desesperados siguen detrás de esa propaganda, tratando de aliviar los dolores que genera el capitalismo.

Somos esclavos del capitalismo: de ahí proviene el dolor

¿Por qué nos drogamos?

¿Por qué somos criminales, idiotas, estúpidos, torcidos, enfermos, influidos por el demonio? ¿Por qué dios no nos quiere, por qué somos seres corruptos, por qué tuvimos una infancia desprotegida, hiperquinéticos, pajúos, tímidos, faltos de mujer o marido? Cualquier excusa justificará la leyenda de la drogomanía y mantendrá viva la fábrica. ¿Por qué nos enajenamos? ¿Por qué nos volvemos locos en el marco del capitalismo? ¿Qué nos lleva a la droga? ¿Qué nos conduce a buscar el alivio del dolor?

Ahí es donde conseguimos la ranchera: "Cuando vine al mundo yo nací llorando/ que me sirvan una copa y muchas más/ que me sirvan de una vez pato el año/ que me pienso seriamente emborrachar"; en la salsa: "Si soy borrachón, pero la plata que yo me tomo la saco de mi sudor"; o el bolero: "Me duele el corazón, no siento el alma"; en el vallenato: "La herida que siempre llevo en el alma no cicatriza"; el pasaje: "Nunca pasa una tristeza en el corazón de un hombre"; que remachan en un monocorde musical el dolor que produce el capitalismo. Por eso las disqueras promueven y reproducen como chorizos todo tipo de canción asociada como droga calmadolores. Ahorita no suena nada que no diga que te metas una pastilla, que te des un pase, que te fumes alguna vaina; todo eso está asociado de una manera o de otra.

Las razones de estos dolores, que con drogas busca aliviar la gente, no las busquemos en la gente misma sino en la dictadura del capitalismo. No separemos la droga de una fábrica de medias, de un ventilador, de un teléfono, de un carro, de una ametralladora, de un paquete de espaguetis, de las redes, de las fábricas de todo tipo de producto por muy insignificante que parezca; fundamentalmente mueve capital que se reproduce como ganancia; este negocio genera altos niveles de plusvalía que ellos pueden legalizar e ilegalizar cuando a ellos les dé la gana, como en el caso de Estados Unidos, de Inglaterra o Europa, donde se prohibió el licor durante la Gran Depresión, una droga prohibida que mataba gente igualito que el fentanilo, que la cocaína, que la marihuana, que la heroína, que la morfina, que el café, que el cigarro, el cacao, el azúcar, la sal y todo lo que produce el capitalismo que por medio del sistema publicitario genera ansiedad y dolor en los potenciales consumidores.

"Cómprese el egoísta, único para usted nada más, la Ferrari se lo garantiza".

En las estadísticas, todas las drogas compiten, ya sean ilegales o legales, para ver cuál causa más daño, más niveles de mortalidad a los adoloridos consumidores, a los esperanzados adictos de que esta vez sí me va a resolver el problema.

El capital nos vende la ilusión de un alivio que no alivia

A quién beneficia la producción de droga

El capitalismo es un fentanilo trasnacional, síntesis de guerras que resume siglos de esclavitud, dominio, sometimiento, hoy llevados a niveles de excelsitud en el control masivo de la gente. El negocio de la droga es de un alto nivel de ganancia, que genera plusvalía y mantiene control social, pero ¿por qué la gente busca masivamente la droga, el cigarro, el café, la sal, el azúcar, el licor, la cerveza, el vino, el fentanilo, opioides, barbitúricos, religiones, espectáculos, deportes? Hay que ver la verdadera causa para no andar perdidos analizando consecuencias.

La fábrica somete durante ocho horas diarias continuas en el mundo entero a la mayoría de la población, y eso es una dictadura absoluta porque no tenemos la libertad de irnos a buscar otro trabajo, adonde vayamos nos dirán lo mismo; es una dictadura, no podemos ni siquiera elegir democráticamente al esclavista que nos enajena: el esclavista es el esclavista, no importa el nombre ni el producto, ese esclavista puede producir azúcar o fentanilo, ametralladoras, petróleo, pantaletas o chupetas, eso no importa; al esclavista, llámese patrón, empresario, jefe, debemos cumplirle ocho horas sin importar quién sea o qué produce, porque no somos esclavos de ese dueño: somos esclavos del capitalismo.

Ese inmenso dolor, esa ansiedad entre la carencia y el sometimiento que no sabemos de dónde viene, es porque no le podemos responder al dueño. Ese tipo nos puede maldecir, maltratar a través del capataz, del gerente, del supervisor, de la máquina, la oficina, y no podemos responder porque tenemos hijos que mantener, un plato de comida que llevar a la boca, pero además una ilusión que son las mieles del capitalismo que la publicidad nos ofrece: "Puedes tener el gran carro, la mujer más arrecha, o el tipo más repintado que hay, puedes viajar a islas maravillosas y paradisíacas, si reúnes una platica te puedes ir a la luna con Elon Musk".

Todo eso lo ofrece el capitalismo, seas trabajador del aseo urbano o trabajador de la NASA, estés en PDVSA o en la China, es igualito, eso nada cambia. Ahí está la razón verdadera que justifica la existencia de la droga como negocio, sea esta la que sea.

Los luchadores antidrogas se benefician, como se benefician los productores, los administradores, los banqueros, claro, cada uno en su nivel. Por ejemplo, las industrias textiles son beneficiarias de las drogas porque producen los uniformes de los policías, de los ejércitos, el uniforme de jueces, de abogados, de alguaciles, de secretarias, de carceleros, de presos, la industria del calzado produce las botas, el calzado de los militares, de los policías, y todo es una cadena que está interconectada al mismo sistema, es un sintético, es un fentanilo absoluto. Ahí está la razón de la drogadicción masiva de las personas.

Los antidrogas con sus acciones esconden a los dueños del negocio, porque no son dueños de las transnacionales farmacéuticas, de las 220 mil hectáreas de coca en Colombia, de los sembradíos de marihuana en Marruecos, del procesamiento y producción de opio en Afganistán, ni dueños de la producción transgénica de marihuana que controlan los empresarios en Estados Unidos, porque en ese negocio están involucrados grandes bancos, vendedores de petróleo, fabricantes y vendedores de armas, las farmacéuticas, la información, los refrescos, los espectáculos, quienes mantienen un aparato escolar que prepara a la gente para que sea esclavo.

Pero que el consumidor tampoco justifique su incapacidad para pensar porque también tiene un cerebro, y está obligado a pensar; si no, que se lo trague el tremedal. No tenemos ningún derecho a exigir que nos salven. Tenemos cerebro: pónganoslo a funcionar, nada de "pobrecitos, mira cómo andan los zombis en las calles de Estados Unidos", y ahora el negocio con las fundaciones protectoras de zombis.

La única manera de lograr romper con ese ciclo permanente de dominio es pensando, no hay otra manera, porque si buscamos la razón del dolor la vamos a conseguir ahí, no en la mujer que nos abandonó, en el marido que nos dejó, en el novio o novia que nunca tuvimos, no en el caramelo que se nos cayó un día o el plato de lenteja que se voltió y nos dijeron que no había más. El dolor no viene de ahí, viene del capitalismo que es el que lo genera, y el que nos vende la pastilla, porque tampoco es que la regala: nos vende la ilusión de alivio y ni siquiera alivia, porque cuando salimos de los templos, botiquines, centros comerciales, después de haber fumado marihuana, de haberse tomado las pastillas, de haber consumido fentanilo, cocaína, heroína, de haberse emborrachado, viene el pazón, el ratón, el mono y ve para los lados, y ahí está la realidad cruda y quiere más droga.

De no pensar alternativas al capitalismo, aplicaremos la vieja fórmula de opio somos y en fentanilo nos convertirán.

— Somos un grupo de investigadores independientes dedicados a analizar el proceso de guerra contra Venezuela y sus implicaciones globales. Desde el principio nuestro contenido ha sido de libre uso. Dependemos de donaciones y colaboraciones para sostener este proyecto, si deseas contribuir con Misión Verdad puedes hacerlo aquí<