Mié. 19 Noviembre 2025 Actualizado 2:50 pm

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El yuan digital ha duplicado su participación en los pagos internacionales desde 2022 hasta hoy. (Foto: Archivo)
Trabajo especial

CBDC, stablecoins y la guerra por el nuevo orden financiero digital

En menos de una década, el dinero comenzó a transformarse en código. Ese proceso expresa una reconfiguración del poder financiero global, donde gobiernos, bancos centrales y corporaciones compiten por definir la forma del dinero en la era digital.

En el centro de esta disputa emergen dos modelos principales, las monedas digitales de banco central (CBDC) y las monedas estables (stablecoins).

Las primeras son monedas soberanas, emitidas por bancos centrales y respaldadas por el Estado. Funcionan como una versión digital del efectivo, dinero de curso legal diseñado para coexistir con el papel moneda, ofrecer transacciones seguras e instantáneas y mantener la estabilidad del sistema financiero.

El Banco de Pagos Internacionales sostiene que su propósito es modernizar el dinero y ampliar el acceso al dinero público mediante infraestructuras seguras y permanentes. En China, ese concepto tomó forma con el yuan digital (e-CNY), una moneda estatal programable que puede operar sin conexión a internet y que ya se usa en decenas de ciudades tanto para pagos de consumo como en proyectos de infraestructura y comercio exterior.

Por su parte, las stablecoins son monedas digitales creadas por empresas privadas o plataformas de blockchain. Su valor se ancla a una moneda tradicional, generalmente el dólar, y se utilizan para mover capitales en segundos fuera del sistema bancario convencional. Estas divisas corporativas, como USDT o USDC, se han convertido en un pilar del ecosistema financiero descentralizado y en un nuevo instrumento de poder estadounidense que reproduce la hegemonía del dólar en formato digital.

El auge simultáneo de ambos modelos, las CBDC estatales y las stablecoins privadas, marca una transición histórica en la arquitectura monetaria mundial. Entre 2020 y 2025, más de 130 países comenzaron a desarrollar o probar sus propias monedas digitales, lo que representa casi el 98 % del PIB global. En esa carrera, cada bloque geopolítico busca defender su influencia. China y el mundo emergente promueven monedas digitales soberanas para reducir su dependencia del dólar, mientras Occidente impulsa el uso de stablecoins reguladas para mantener su dominio en los circuitos financieros internacionales.

El nacimiento del dinero digital

Las monedas digitales de banco central (CBDC) son la expresión más reciente del dinero público. Se trata de divisas oficiales emitidas directamente por los bancos centrales, es decir, por los Estados, y respaldadas por su autoridad monetaria. No son criptomonedas ni activos especulativos: equivalen al dinero físico, pero en formato digital.

Según explica el BIS, una CBDC es una representación electrónica del dinero de curso legal que mantiene las mismas funciones del efectivo (medio de pago, unidad de cuenta y reserva de valor) con la diferencia de que circula a través de sistemas digitales estatales, no de bancos privados. En teoría, el usuario común podría tener en su teléfono una billetera con dinero directamente emitido por el banco central, sin intermediarios financieros. El propósito, señala un estudio de la Universidad de Oxford (2024), es ofrecer un sistema de pagos más seguro, inclusivo y barato, capaz de operar las 24 horas y de llegar a sectores no bancarizados.

Las CBDC se conciben bajo dos esquemas. El primero es el modelo minorista, pensado para el público general y el uso cotidiano (compras, transporte, impuestos). El segundo es el modelo mayorista, orientado a los bancos y grandes instituciones para agilizar transferencias y liquidaciones interbancarias. Ambos buscan modernizar el sistema monetario sin eliminar el efectivo, sino coexistiendo con él.

Una de las innovaciones más estudiadas es su programabilidad, es decir, la posibilidad de incorporar reglas automáticas en el dinero: pagos que solo se ejecutan bajo ciertas condiciones o subsidios que se entregan de manera inmediata y controlada. Este potencial convierte a las CBDC en una herramienta poderosa para la gestión fiscal y monetaria.

Del otro lado del espectro se encuentranlas stablecoins, que cumplen una función similar pero con una diferencia crucial: son emitidas por actores privados. Su valor está anclado al de monedas tradicionales, sobre todo el dólar, y son gestionadas por empresas o consorcios que aseguran mantener reservas equivalentes en activos financieros. Los ejemplos más conocidos son USDT (Tether) y USDC (Circle), que juntos concentran cerca del 90% del mercado global.

En términos prácticos, la diferencia entre una CBDC y una stablecoin es también política. La primera encarna el principio de soberanía monetaria, la segunda el de confianza privada. Las CBDC responden a los bancos centrales y se integran en los marcos legales y regulatorios de cada país. Las stablecoins operan en redes públicas de blockchain, sujetas a la lógica del código y la competencia de mercado.

Ambos sistemas se desarrollan en paralelo y, dice el Atlantic Council, hacia 2025 casi todos los grandes países del mundo están experimentando con uno u otro.

China y la vanguardia del e-CNY

China lleva más de una década preparando su moneda soberana en código. En 2014 el Banco Popular de China (PBOC) formó un equipo dedicado y, tras prototipos, en 2020 inició pilotos cerrados en Shenzhen, Suzhou, Xiong’an y Chengdu. Después avanzó a nuevas sedes olímpicas y grandes urbes hasta sumar más de veinte ciudades entre 2020 y 2022.

Para 2021, el PBOC reportaba 260 millones de monederos personales y 10 millones de empresariales, con transacciones acumuladas por unos 87 mil 500 millones de yuanes, según el recuento de los académicos Jiemeng Yang y Guangyou Zhou en su artículo "Estudio sobre el mecanismo de influencia de las CBDC en la política monetaria: un análisis basado en el e-CNY".

El yuan digital, o e-CNY, funciona con un sistema de dos niveles. En el primero, el Banco Popular de China (el banco central) es quien crea la moneda y establece las reglas de su funcionamiento. En el segundo, bancos comerciales y proveedores de servicios de pago —como Alipay y WeChat Pay, las plataformas más usadas en China— son los encargados de distribuirla a la población, abrir monederos digitales y facilitar su uso en comercios y aplicaciones cotidianas.

De esa forma, el Estado mantiene el control sobre la emisión del dinero, mientras aprovecha la red ya existente de bancos y servicios de pago para hacerlo llegar a todos los usuarios. Según explica Leonardo Corazzini en el estudio "Análisis de la moneda digital del banco central (CBDC) con un estudio de caso sobre el e-CNY: circulación piloto", el yuan digital es considerado dinero oficial en formato electrónico —no un depósito bancario— y puede utilizarse incluso sin conexión a internet o sin tener una cuenta bancaria tradicional, lo que permite realizar pagos y transferencias de manera directa entre personas.

El despliegue ha dejado una estela de datos útiles para entender su orientación real. Corazzini compila, por ejemplo, que ciudades como Suzhou reportaron decenas de millones de billeteras, millones de transacciones y volúmenes agregados de varios billones de yuanes desde el inicio del piloto. También documenta que, en el conjunto del "10+1" de ciudades piloto, el promedio de transacciones por billetera al año ronda 1,3 y que el gasto medio por billetera y por operación se concentra en montos de medio y alto valor. Esa relación sugiere un uso más corporativo y de compras de ticket alto que de consumo cotidiano masivo. La misma investigación reseña programas de préstamos y subvenciones municipales, nómina pública pagada en e-CNY, y usos en impuestos, transporte público, plataformas B2B y cadenas de suministro con contratos inteligentes.

En política interna, el yuan digital cumple varias funciones al mismo tiempo. En primer lugar, sirve para equilibrar el poder de los grandes sistemas de pago privados, como Alipay y WeChat Pay, al ofrecer una alternativa pública y gratuita tanto para los comercios como para los usuarios. Además, busca ampliar el acceso al sistema financiero, ya que permite abrir diferentes tipos de monederos digitales con pocos requisitos y realizar pagos incluso sin conexión a internet, algo destacado en el Libro Blanco del e-CNY.

En clave monetaria, el yuan digital también tiene un papel clave. La investigación de Yang y Zhou describe que este nuevo formato de dinero ayuda al banco central a aplicar sus políticas con mayor eficacia: mejora el control sobre la cantidad de dinero en circulación, acelera los flujos de pago y permite un seguimiento más preciso de las reservas de los bancos.

La dimensión geopolítica es igual de clara. China está probando el e-CNY en corredores de pago con Hong Kong y con varios países de la ASEAN (la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático), y además participa en proyectos como mBridge, donde distintos bancos centrales experimentan con pagos y transferencias directas entre países sin necesidad de usar intermediarios tradicionales.

Según el estudio de Luiza Peruffo, André Moreira Cunha y Andrés Ernesto Ferrari Haines, "¿Alejándonos de un sistema monetario y financiero internacional dominado por el dólar? El grupo BRICS como escenario para promover el e-CNY", China aprovecha espacios como el grupo BRICS, la Iniciativa de la Franja y la Ruta, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura y la Organización de Cooperación de Shanghái para impulsar el uso internacional del yuan digital en el comercio y la inversión. No se trata de reemplazar al dólar de forma inmediata, sino de construir, paso a paso, una mayor independencia financiera y fortalecer el peso de China dentro del sistema monetario global.

Los recuentos de David Krause en "Geopolítica, desdolarización y el auge de las CBDC y las stablecoins: alternativas estratégicas para los sistemas monetarios globales" integran estas piezas en una estrategia: el e-CNY sirve dentro de China para reducir dependencia de redes privadas y mejorar la supervisión, y fuera de China como vehículo de facturación y compensación en corredores de la Franja y la Ruta, con pilotos que apuntan a recortar la intermediación en dólares en parte del comercio regional hacia 2030. El mismo compendio recuerda que, pese a la ampliación de monederos y el salto de valor transado, los usos transfronterizos siguen siendo limitados frente al total de operaciones, lo que sugiere que la internacionalización del e-CNY avanza por capas y sectores.

Sin embargo, Krause señala que, aunque el número de monederos y el valor total de las transacciones ha crecido mucho, el uso internacional del yuan digital sigue siendo limitado en comparación con las operaciones internas. Esto sugiere que la expansión del e-CNY más allá de las fronteras chinas avanza poco a poco, consolidándose por sectores y regiones específicas antes de alcanzar un alcance verdaderamente global.

Occidente ante el desafío del dinero soberano: divergencias internas y defensa común del dólar

El avance de las monedas digitales soberanas, encabezadas por el yuan digital, ha puesto en alerta al bloque occidental. Frente a esa ola de soberanización financiera, Occidente reacciona con dos estrategias distintas pero complementarias: Estados Unidos apuesta por la innovación privada regulada, mientras Europa intenta construir una autonomía digital dentro del mismo orden atlántico. En ambos casos, el objetivo es el mismo: preservar la centralidad del dólar frente a un mundo que comienza a operar con nuevas reglas.

En enero de 2025, el presidente Donald Trump firmó una orden ejecutiva que fijó una posición explícita: Estados Unidos apostará por las stablecoins respaldadas en dólares como principal instrumento para mantener su hegemonía financiera. Según Barbara C. Matthews y Hung Tran, en su análisis para el Atlantic Council, esta política refuerza el dominio del dólar sin alterar la arquitectura del poder financiero global.

En Estados Unidos, las principales instituciones —el Congreso, la Casa Blanca y la Reserva Federal— comparten una misma visión: el dólar digital no tiene por qué ser emitido directamente por el Estado. Lo importante, según esta postura, es que las monedas digitales privadas que representan al dólar estén sujetas al control y las leyes estadounidenses.

El GENIUS Act, un proyecto de ley analizado por Carina Rivas en su informe "CBDC frente a stablecoins: la batalla emergente por el dólar digital", busca justamente eso. La propuesta crea un marco legal federal para auditar las reservas de las empresas emisoras, otorgar licencias oficiales y asegurar que compañías como Circle (emisora del USDC) o PayPal (con su PayPal USD) operen bajo la supervisión directa del Departamento del Tesoro. De esta manera, Estados Unidos mantiene el control del dólar en el entorno digital, pero apoyándose en la iniciativa privada en lugar de una moneda digital estatal.

Así, Washington traslada su hegemonía al terreno tecnológico sin renunciar a su lógica original. Las stablecoins actúan como extensiones del dólar en la red blockchain, multiplicando su alcance global. Cada token emitido equivale a un dólar depositado o, en muchos casos, a un bono del Tesoro, lo que crea una demanda estructural de deuda pública estadounidense. El resultado es un modelo donde la potencia financiera reside en controlar el ecosistema donde se crea, circula y respalda el dinero privado.

Mientras tanto, en Europa el diagnóstico es distinto pero complementario. Bruselas y Fráncfort temen que la dependencia de sistemas de pago dominados por corporaciones estadounidenses (como Visa, Mastercard o PayPal) limite su soberanía tecnológica y fragilice su estabilidad financiera. Por eso, el Banco Central Europeo (BCE) impulsa el euro digital como una forma de autonomía dentro del bloque occidental.

De acuerdo con Matthews y Tran, busca proteger su espacio de maniobra dentro del mismo sistema. El euro digital, aún en fase piloto, se presenta como una moneda pública complementaria al efectivo y al sistema bancario, orientada a reducir costos de transacción y blindar la estabilidad frente a la volatilidad de los criptoactivos.

El nuevo marco regulatorio europeo conocido como MiCA (Mercados de Criptoactivos) busca poner orden en el ecosistema de monedas digitales. Esta ley exige que las monedas estables tengan un respaldo real y completo en dinero o activos líquidos, que se sometan a auditorías constantes y que su circulación dentro de Europa esté limitada y controlada.

Al mismo tiempo, la Unión Europea experimenta con la digitalización de sus propios activos públicos. Algunos países, como Eslovenia, ya han emitido bonos soberanos en formato digital sobre blockchain, y el Banco de Francia ha realizado operaciones con valores del Estado utilizando criptomonedas creadas por el propio banco central. Estos ensayos buscan desarrollar una infraestructura financiera moderna gestionada por instituciones europeas, pero que pueda conectarse sin fricciones al sistema global.

El euro digital no pretende sustituir al dólar ni competir directamente con él. Más bien, busca reforzar la autonomía económica de Europa dentro del bloque occidental, reduciendo parcialmente su dependencia tecnológica de las grandes corporaciones financieras estadounidenses y preparándose ante el avance de las monedas soberanas impulsadas por potencias como China.

De la desdolarización a la guerra financiera digital

El poder del dinero vive una transformación profunda. En las últimas dos décadas, el dólar ha pasado de ser el pilar de un supuesto consenso financiero global a convertirse en un instrumento de presión política al servicio de Washington.

La congelación de 300 mil millones de dólares en reservas rusas en 2022, el bloqueo de bancos mediante el sistema SWIFT y las sanciones comerciales contra países como Venezuela, Irán y China marcaron un punto de quiebre. Desde entonces — en realidad, desde antes— muchos Estados entendieron que depender del dólar significa subordinarse a la política exterior estadounidense, y comenzaron a trazar caminos alternativos para proteger su soberanía financiera.

Este proceso ha impulsado un viraje estructural en las reservas internacionales. Los datos del FMI muestran que la participación del dólar en las reservas internacionales pasó de más del 70% a principios de este siglo a aproximadamente 58% hacia 2024–25. Al mismo tiempo, los bancos centrales han comenzado a aumentar la proporción de oro y monedas locales en sus carteras.

La tendencia también se refleja en el comercio: más de un tercio de los intercambios entre países del bloque BRICS se liquidan hoy en monedas nacionales o digitales, frente al 12% registrado en 2020. Esta diversificación responde tanto a razones de seguridad económica como a la búsqueda de autonomía política frente al sistema financiero dominado por Washington.

Un estudio de Morgan Stanley confirma la dinámica. La entidad muestra cómo los flujos comerciales en yuanes, rupias y rublos han aumentado de manera sostenida en Asia, África y América del Sur, impulsados por acuerdos bilaterales y por el desarrollo de sistemas digitales de liquidación. El aumento de las reservas en oro, que hoy supera los 36 mil toneladas en los bancos centrales, completa el cuadro de una transición monetaria en curso, donde la confianza se desplaza de las instituciones financieras occidentales hacia activos tangibles y monedas regionales.

En este contexto aparecen los sistemas paralelos de pagos digitales, que materializan la nueva fase de la desdolarización. El proyecto mBridge, liderado por los bancos centrales de China, Tailandia, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, permite realizar transacciones transfronterizas en tiempo real utilizando monedas digitales soberanas. David Krause describe cómo esta red, basada en tecnología blockchain, ya se utiliza en operaciones vinculadas a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, facilitando el comercio en yuanes digitales sin intermediación del sistema financiero estadounidense.

El avance no se limita a Asia. El BRICS Bridge, impulsado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, desarrolla un mecanismo similar para liquidar operaciones en monedas digitales nacionales, respaldadas en oro o en reservas locales. En 2024, el 34% del comercio intra-BRICS se realizó bajo este esquema. En paralelo, Rusia y China han ampliado el uso del Sistema de Pagos Interbancarios Transfronterizos (CIPS), una alternativa a SWIFT que se enlaza con las pruebas del e-CNY y del rublo digital. Estas plataformas construyen una infraestructura financiera multipolar que reduce el margen de maniobra de las sanciones estadounidenses.

El bloque euroasiático ha entendido que el control de los flujos financieros digitales es tan estratégico como el control de la energía o las rutas marítimas.

Fin de una era monetaria y un ciclo de acumulación

La crisis de confianza en el dólar, profundizada por el uso político de las sanciones y la confiscación de reservas extranjeras, está impulsando a buena parte del mundo a buscar rutas de independencia financiera, ahora articuladas en la era digital.

El proceso de traslación de la arquitectura financiera en dirección los países emergentes, necesariamente, impondrá un nuevo proceso de reconfiguración del poder monetario, que se unirá a los procesos de acumulación de capital que ya está en marcha desde estos países, a expensas de su crecimiento económico.

El despliegue de las monedas digitales soberanas, en particular el yuan digital, encarna la respuesta de los países que buscan desvincular su comercio, sus reservas y sus infraestructuras tecnológicas del dominio estadounidense.

La aparición de estos proyectos tributa a la formación de una arquitectura financiera que ya no dependería del dólar ni de las instituciones de Bretton Woods, sino de la cooperación directa entre Estados. Es el núcleo de la multipolaridad financiera digital: una red que distribuye poder y redefine los centros de emisión y control del dinero.

El Occidente financiero conserva su influencia, pero su hegemonía se erosiona frente a un proceso que es estructural. Al cambiar el proceso estructural monetario, progresivamente cambiará el proceso de acumulación.

La confianza, el verdadero cimiento de cualquier moneda, se está desplazando hacia sistemas alternativos donde el dinero no está sometido a una sola jurisdicción ni a una única lógica de poder.

El orden que se perfila no elimina la competencia, pero la redistribuye. En lugar de una autoridad global que dicta las reglas del valor, surge un equilibrio entre potencias emergentes que utilizan la tecnología para sostener su autonomía. Esa es la dimensión histórica del proceso: la digitalización podría romper la jerarquía financiera del siglo XX.

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