Jue. 14 Noviembre 2024 Actualizado 1:01 pm

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La explotación del uranio congoleño adquirió un oscuro matiz cuando los estadounidenses, ávidos de asegurar su supremacía nuclear, se involucraron en la región (Foto: DAPD)

El uranio congoleño en la historia atómica de Hiroshima y Nagasaki

En un fatídico día hace 78 años, la humanidad se enfrentó a una realidad que cambiaría su curso para siempre. Fue en Hiroshima donde se presenció el lanzamiento de la bomba atómica, un arma que sería recordada como una de las más devastadoras de la historia. Pero, ¿cómo llegamos a este punto? Gracias al descubrimiento de la fisión nuclear, realizado por científicos como Enrico Fermi, Otto Hahn y Fritz Strassmann,  que sentó las bases para esta nueva era de armas nucleares.

El núcleo de uranio-235, uno de los isótopos de tal elemento que se encuentra en la naturaleza en cantidades extremadamente pequeñas, juega un papel fundamental en la creación de las bombas atómicas. Es el único capaz de mantener una reacción nuclear en cadena. Su propiedad permite que, cuando es bombardeado con neutrones, se desestabilice y se divida en dos partes desiguales.

Durante este proceso se liberan dos o tres neutrones adicionales y, si estos vuelven a entrar en otros núcleos de uranio, la reacción se multiplica exponencialmente, desencadenando una explosión debido a la liberación de una enorme cantidad de calor.

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Explosión de la bomba nuclear en Nagasaki, el 9 de agosto de 1945 (Foto: EFE)

Little Boy, la bomba que cayó sobre Hiroshima, estaba fabricada con uranio-235, mientras que Fat Man, que cayó sobre Nagasaki, estaba fabricada con plutonio-239 obtenido del uranio. En ambos casos, la materia prima procedió de la República Democrática del Congo cuando este país estaba bajo dominio del Reino de Bélgica.

La mina que alimentó la bomba atómica

En la provincia congoleña de Katanga, en el corazón de África, se encuentra el codiciado cinturón de cobre, que se extiende desde el sur del Congo hasta Zambia. 

Las minas de esta zona albergan grandes concentraciones de las materias primas más raras y esenciales para la industria moderna, entre ellas el uranio. Por eso no resulta sorprendente —aunque sea un dato poco conocido— que el Proyecto Manhattan se surtiera de la mina Shinkolobwe, situada en Katanga, para alimentar las devastadoras bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.

Este depósito de uranio, el más grande del mundo, fue descubierto en 1915. En aquel entonces ese metal tenía un interés limitado, entre otras cosas, a la industria de la cerámica para obtener pintura luminiscente. Todo cambió con el desarrollo de la fisión nuclear, que generó un interés enorme por el elemento radioactivo.

En su libro Espías en el Congo: La misión atómica norteamericana en la Segunda Guerra Mundial, la periodista británica Susan Williams narra las intrigas y operaciones clandestinas que tuvieron lugar en ese país durante la Segunda Guerra Mundial y revela cómo Estados Unidos, para asegurar el uranio, desplegó a sus mejores agentes de inteligencia en el entonces llamado Congo belga.

En 1939 Estados Unidos temía por la posibilidad de que los nazis pudieran adquirir armas atómicas antes que ellos, aunque en realidad no habían avanzado mucho en su desarrollo debido a la falta de uranio altamente enriquecido. Albert Einstein escribió una carta al presidente Franklin D. Roosevelt en la cual le recomendaba que impidiera que los nazis tuvieran acceso a Shinkolobwe:

"En el curso de los últimos cuatro meses ha surgido la probabilidad –a través del trabajo de Joliot en Francia, así como el de Fermi y Szilard en los Estados Unidos– de iniciar una reacción nuclear en cadena en una gran masa de uranio, por medio de la cual se generarían enormes cantidades de energía y grandes cantidades de nuevos elementos similares al radio. Ahora parece casi seguro que esto podría lograrse en el futuro inmediato.

"Este nuevo fenómeno podría conducir también a la construcción de bombas, y es concebible –aunque con menor certeza– que puedan construirse bombas de un nuevo tipo extremadamente poderosas...

"Los Estados Unidos sólo cuentan con vetas de uranio muy pobres y en cantidades moderadas. Hay muy buenas vetas en Canadá y en la anterior Checoslovaquia, mientras que la fuente más importante de uranio está en el Congo belga", rezaba la carta.

La concentración de uranio de 65% del Congo superaba con creces las minas estadounidenses y canadienses, donde no llegaba a 1%.

Estados Unidos, consciente de la necesidad de una materia prima abundante, negoció en secreto con la compañía propietaria de la mina, Union Minière du Haut-Katanga, para explotar Shinkolobwe.

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Vista de la zona minera de cobre y uranio de Shinkolobwe, en 1925 (Foto: Ernest Thill)

La Oficina de Servicios Estratégicos de Estados Unidos (OSS), predecesora de la CIA, creó una unidad especial para llevar a cabo el contrabando de uranio. Bajo la dirección de William "Wild Bill" Donovan y Rad Boulton, la División de África de la OSS asumió la misión de asegurar todo el uranio al que pudieran acceder los estadounidenses, dice Williams en su libro.

Para efectuar esta operación de manera encubierta, los agentes de la OSS se disfrazaron de diversas formas, desde observadores de aves hasta importadores de seda, para evadir la detección y evitar sospechas. Incluso utilizaron la fachada de empleados de la compañía petrolera Texaco para camuflar sus actividades.

El proceso de extracción y transporte del uranio se mantuvo en el más absoluto secreto, tanto que muchos de los agentes implicados pensaban que estaban traficando con diamantes. Sólo unos pocos sabían su verdadero objetivo, pero desconocían su propósito final. Uno de esos sujetos, Wilbur "Doc" Haug, se enteró de la real naturaleza de su misión solo después del 6 de agosto de 1945.

El uranio se transportaba en ferrocarril hasta Port Frankie, luego en barcaza por los ríos Kasai y Congo hasta Leopoldville, capital del país africano —ahora Kinshasa—, donde se recargaba en tren para llevarlo al puerto de Matadi. Desde allí, el uranio era enviado en aviones de Pan American o en buques hasta un almacén en la costa norte de Staten Island, cerca del puente Bayona, en Nueva York.

A partir de 1942 se retiró uranio del sitio para su refinamiento y uso en la fabricación de bombas atómicas. Aunque el almacén fue destruido a mediados de la década de 1940, el sitio continuó siendo radiactivo debido al derrame de mineral de uranio en bruto.

Durante varias décadas esta información se mantuvo como una leyenda urbana hasta que, en 1999, Beryl Thurman, de la Asociación Cívica de Port Richmond, interesada en un terreno en la zona, solicitó al Departamento de Energía de Estados Unidos más detalles invocando la Ley de Libertad de Información.

El informe decía que "una serie de edificios ubicados en el sitio del antiguo almacén de Staten Island en Port Richmond, Nueva York, fueron utilizados por Union Minie're du Haut-Katanga Company para almacenar mineral de uranio de alto grado del Congo belga desde 1939 hasta 1942".

La tragedia de Lumumba y la población congoleña

En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la provincia de Katanga continuó siendo una valiosa fuente de uranio para Estados Unidos y Reino Unido.

Sin embargo, en 1960 el panorama político colonial cambió drásticamente. Las elecciones previas a la independencia llevaron al poder al Movimiento Nacional, liderado por Patrice Lumumba, quien se convirtió en Primer Ministro y ganó popularidad en todo el continente africano.

Las posibilidades de la nacionalización de la industria del cobre y el destino de las minas de uranio con la Unión Soviética en el radar fueron algunos de los elementos que motivaron a que fuerzas políticas belgas vinculadas al rey, con el apoyo de la CIA, fomentaran la secesión de Katanga, donde se concentraba toda la industria minera del país.

La Union Minière du Haut-Katanga participó en el complot pagando impuestos a los grupos separatistas en lugar de al gobierno del Congo. Esta decisión alteró drásticamente el equilibrio de poder en la capital de ese Estado, y Lumumba fue detenido y entregado a los separatistas para ser torturado.

El 17 de enero de 1961 Patrice Lumumba fue asesinado en Elisabethville —hoy Lubumbashi—, que se encontraba a unos 120 kilómetros de distancia de la mina de Shinkolobwe.

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Patrice Lumumba: símbolo de resistencia y dignidad en África (Foto: Getty Images)

Cuarenta años después, el Parlamento belga reconoció su responsabilidad en el asesinato y reveló detalles siniestros sobre el suceso: el cuerpo de Lumumba fue desmembrado y disuelto en ácido. Aunque se había dicho que lugareños perpetraron el crimen, más adelante se supo por la televisión alemana que un policía belga guardaba dos dientes como trofeo. Uno de ellos fue devuelto a la familia del líder africano en 2022, en un acto oficial en Bruselas.

Actualmente Shinkolobwe es un área restringida, y la extracción y exportación de uranio fueron prohibidas mediante un decreto presidencial en 2004. El lugar nunca recibió ni las evaluaciones ni la limpieza adecuada, tampoco se hizo un sellado correcto de la mina ni se investigó los efectos nocivos que ha tenido en la comunidad en general. Además, mineros ilegales continuaron excavando clandestinamente en busca de cobre o cobalto en los alrededores.

A pesar de su papel crucial en el abastecimiento de uranio para el Proyecto Manhattan, el oscuro capítulo del Congo y su población afectada han quedado relegados al silencio dentro de la extensa lista de los crímenes de Occidente. Específicamente esta situación ha sido olvidada, pero no lo ha sido el país en tanto su carácter estratégico. Se ha olvidado la vida, la dignidad de la gente, pero jamás los recursos a sobreexplotar.

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