Jue. 08 Mayo 2025 Actualizado 5:56 pm

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La brutal realidad es que no nacimos humanos sino esclavos, pero los esclavos nos creemos libres porque estudiamos cuatro libros, o porque nos dicen que tenemos derechos (Foto: El Cayapo)

Pueden los humanos secuestrar a una niña

La noticia le da vuelta al mundo: una niña venezolana es secuestrada por el Estado norteamericano. La justificación repetida por agencias y propagandistas pro-norteamericanos de origen venezolano es que la niña merece ser secuestrada porque sus padres son criminales. Según la apreciación de los palangreros miserables, el bello Estado norteamericano, ese dechado de virtudes, convertirá a esta niña en un prodigio.

Hemos dicho en repetidas oportunidades que el imperio capitalista se encuentra en pleno deterioro y haciendo lo que le viene en gana y sin contrapeso. Por lo menos en la época del nazi-fascismo estaba la Unión Soviética y un importante movimiento comunista que no evitó el gran crimen, pero al menos contuvo la aberración humana-nazi-fascista, dirigida por las grandes corporaciones capitalistas en su estado imperial.

Con su industria publicitaria y propagandística, con Hollywood a la cabeza, han estado preparando a la especie para que acepte pasivamente la brutalidad real del humanismo, en todo su esplendor, y lo peor es que conseguirán a defensores del humanismo en todos los rincones del planeta, en los llamados izquierdistas y progresistas, que contribuirán enormemente a la confusión de la torre terrorífica de Babel, en la que nos convertirá el humanismo y sus acciones.

Pero, ¿es nueva la criminalidad ejercida por el capitalismo contra América Latina y el Caribe? ¿Es que no sabemos que ellos asesinaron durante más de 205 años a los originales del norte para poder asentarse como dueños en esos territorios? ¿Acaso desconocemos que el capitalismo basado en su creencia de superioridad y destino manifiesto están destinados por dios a someter, más allá de oscurantismos y cordialidades, en nombre de sus intereses, a todos los pueblos del mundo y fundamentalmente a nosotros, a quienes nos llamaron su patio trasero, para llevar adelante su desarrollo, civilización y progreso? ¿No son acaso estos mismos los que conspiraron contra Simón Bolívar, asesinando a Sucre y a otros leales, comprando al traidor de Santander, motorizando la Cosiata? ¿O no son estos secuestradores los mismos que invadieron más de ochenta veces a este continente?

No estamos hablando de una casualidad, de un error, de una equivocación: estamos hablando de asesinos y ladrones consuetudinarios, dispuestos a todo por obtener y preservar sus intereses.

¿Realmente están moviendo todo su aparato judicial, su propaganda, su aparato de inteligencia, su aparato comercial, su ejército, para cometer ese crimen atroz de secuestrar a una niña? No, todo eso lo están haciendo para robarnos a todos los venezolanos, necesitan destruir nuestro Estado-nación, para apoderarse de todo el petróleo y los demás recursos que habitan en este territorio, y el Estado es una traba, más aun con este gobierno, que se ha parado firme en la defensa de los recursos y la población. Todos esos actos tienen un porqué: es la manera brutal de presionarnos a los venezolanos esclavizados por el capital.

Nosotros los esclavos debemos saber a qué atenernos y necesitamos conocer los orígenes del humanismo y los intereses de quienes lo esgrimen como bandera. La base teórica que impulsó la formación nazi-fascista en el mundo fue elaborada y propuesta por propagandistas y publicistas norteamericanos, quienes parten del origen y superioridad de las razas, colocando en primer lugar de la pirámide a los nórdicos, británicos y alemanes; luego al resto de los europeos; después a los asiáticos, a los negros; y en una categoría de subhumanos a los semitas, eslavos y gitanos. Pero, ¿y dónde quedaron los originales de América y Oceanía? En la categoría de animales salvajes, tal vez, porque no entraron en la tabla de humanos o subhumanos.

Peor aún, todos los mezclados del mundo, los habitantes de las minas, nunca ascenderán a la condición de humanos, porque somos degenerados que jamás superaremos esa condición, ya que al mezclarnos perdemos la condición de superación y creación de cultura. Para los humanos, solo somos esa pelota de grasa y glucosa que les provee sus placeres y alimentos.

Todo lo que ocurrió y está ocurriendo después del feudalismo en la cultura occidental fue nombrado por el humanismo para ratificar estos hechos. Crearon un sistema científico: para ello está la arqueología, la antropología, la historia, los libros y los medios de información en general. Si dijeron que los demás eran caníbales, pues caníbal me dijiste caníbal me quedé. Nadie abrió la boca para responder lo contrario, nadie tenía conocimiento de su existencia, su deber ser, su nombrarse y nombrar. Lo que se impuso, fue por la fuerza, ya sea de la razón, las leyes, las armas; en general, del poder.

El humanismo, un concepto nacido de la guerra, del yo todopoderoso, esgrimido por señores de la guerra que decidieron, en un devenir contradictorio, juntarse y apropiarse del mundo, en el inicio justificado en el ser hijos de dios o impuestos por dios, y luego en nombre de su superioridad, justificados en la ciencia y conocimiento que terminan validando sus acciones.

Si algo habría que aplaudirle a estos criminales fue y sigue siendo su capacidad de robar no solo botines materiales, sino, y por encima de todo, conocimiento en forma de tecnología, ciencia, métodos, que luego sistematizaban y convertían en armas para someter a los propios creadores. Un ejemplo simple: la pólvora, la pasta, el papel, el libro, la geografía y la cartografía, por nombrar algunos inventos generados por la cultura china, que transformados en mamotretos de mal gusto y antinaturales, como los edificios, son impuestos a los chinos, convirtiéndose su hermosa y delicada arquitectura en un remedo, en un hecho folclórico, para contemplación de turistas.

¿Existe acaso un asiático, un africano, un caribeño, una mujer, que escribiera un libro sobre por qué no era caníbal? Que se sepa, no. La mayoría de los libros escritos son quejas, dolores, vergüenzas de ser lo que somos; en muchos casos, deseos reprimidos de ser como el dueño que designa. El ejemplo más patético es ver en todas las regiones y culturas del mundo a mujeres negras alisándose el pelo, o a mujeres indias o asiáticas, originales de América, encrespándoselos para parecerse a las mujeres de los dueños y comportándose como modelos del marketing. Igual caso sucede con los hombres en muchos aspectos, negándose, no queriendo ser lo que se es. El otro lado del cuento nunca lo vamos a tener, por tanto, tenemos un solo cuento en la historia de la especie y es el cuento a favor del humanismo. Humanismo uno; resto del mundo, cero.

El problema es que no logramos captar la dimensión de un concepto como el humanismo, que expresa el poder por lo cual el dueño designa, nombra y se autonombra. ¿Qué determina humano, a quién determina humano? De hecho, el término humano no se le aplica a todo el mundo: waraos, yanomamis, piaroas, árabes, eslavos, no entran en la categoría humano. Incluso algunos europeos, fuera de los anglosajones poderosos, son considerados humanos de cuarta categoría, como muestra los españoles, italianos o portugueses. Cuando escuchamos a un intelectual que expresa literalmente: “Fulano de tal ha hecho todo el esfuerzo posible en la vida para convertirse en el gran ser humano que es, un auténtico ser humano”, es decir que antes no lo era, debió aprenderlo. Años atrás, los chinos, los árabes, los yanomamis, los africanos no eran humanos, es decir, donde hurguemos, el término humano solo se expresó hace unos trescientos años en Europa y comporta el absoluto poder, el único poder, el omnímodo poder: es el poder que dice quién es, lo que yo quiero que sea. Eso es el humanismo, no es otra cosa, y no hay nadie en este planeta, excepto pocos indígenas que viven selva adentro, que les importa nada el mundo, pero apenas tienen contacto con un antropólogo, un sociólogo, un historiador, o cualquier ladrón de mina que haya por ahí, y ya el término humano los arropa, como los arropa el hijo de dios, como los arropa todo ese basurero ideológico.

El problema es: ¿a qué nos enfrentamos los esclavos a la hora de plantearnos la idea de construir un concepto que nos defina, que decidamos decir esto es lo que somos y esto es lo que intentaremos ser, no interesa más nada? Pero no basta con decirlo, tenemos que practicarlo. ¿Por qué? Porque ya ocurrió en la cultura occidental: los paganos dijeron que eran paganos y terminaron siendo cristianos; los cristianos dijeron que eran cristianos y terminaron siendo humanos; porque el humano fue más poderoso, porque tenía un aparato de producción que determinaba. Los comunistas dijeron que ellos eran comunistas, pero terminaron siendo humanos; no hay comunista que no se crea más humano que cualquier humano; incluso hay escritos que expresan al comunismo humanista, pero superior al capitalismo: es más humano que el capitalismo liberal o libertario. Entonces, si el comunismo es más humano que el capitalismo, hay que tenerle pavor, porque si los humanos capitalistas, libertarios o liberales, padres de la criatura humana individualista y egoísta, con pretensión de dueño absoluto, asesinan, matan, roban, invaden, saquean, torturan, secuestran, estafan, masacran, ¿cómo será ese humanismo comunista? ¿Van a matar más, van a robar más? Porque lo que se entiende es que toda la estructura creada por el humanismo es para adorar al individuo a costa de los demás, que somos sometidos a esclavitud permanente.

El humanismo, en función de sus intereses, siempre ha creado un enemigo: los bárbaros, los extranjeros. Por eso, cuando decimos humanismo, escuchamos barbarie, y cuando escuchamos barbarie decimos humanismo. Los dueños son igual bárbaros que humanos; hablamos del mismo musiú con diferente cachimbo. Los crímenes y saqueos en masa que hoy se están cometiendo en el planeta son por obra y gracia de los humanos-bárbaros o los bárbaros-humanos, porque esos crímenes, debemos tenerlo por seguro, no los está cometiendo ningún yanomami o warao, porque los humanos tienen un gran aparato de producción, son dueños de corporaciones, son dueños de países, son dueños de la política del mundo, deciden quitan y ponen presidentes en el marco de la política mundial. Por ejemplo, Europa o Estados Unidos: los políticos están en una lista del poder de los empresarios, todos son puestos allí por lobby, ellos están allí para que le resuelvan problemas a las corporaciones, para que nadie se atreva a meter mano en las decisiones de las corporaciones. Esa guerra que tiene la ExxonMobil con Chevron consiste en que los dos están defendiendo sus intereses ante el gobierno norteamericano, están moviendo sus piezas para que intervenga en los asuntos de Venezuela, para ver quién se queda con el pastel petrolero.

Eso son los humanos, no un pendejo que escribe un libro, que pinta un cuadro, que toca una flauta o un piano, que hace escultura; esos son esclavos domésticos que producen arte y se venden a través del arte, no son dueños, por tanto, no son humanos. ¿Puede ese esclavo doméstico darse cuenta que él no es humano? No se dará cuenta porque él en su cerebro tiene treinta, cuarenta años de estudios, y mientras más viejos más estudios, que le dice todos los días que “tú formas parte de la humanidad exquisita y exclusiva”.

Cuando estamos diciendo que la política la hacen los dueños, es porque los esclavos no decidimos nada.

Detrás de ese disfraz de lo humano está toda una tragedia, arropada con perfume, exquisitas palabras, violín, piano, pintura, escultura y arquitectura, que esconden la gran estafa conocida como el humanismo. Qué bello es ser humano, qué lindo es lo humano, seamos cada vez más humanos, viva la humanidad, qué bella la humanidad, y todos los días la muertería, el robado, el loco, el preso, el botado de la fábrica, el suicidado, hasta el colmo de humanizar la guerra, como si la hicieran los cachicamos. Mientras, todos los días sigue sonando el violín, y todos en coro, con voz afectada, los esclavos domésticos, el violinista, el pianista, el cantante, el pintor, el escultor, el profesional, el académico, nos dicen que el humanismo es una belleza.

¿Hasta cuándo nos quejamos?

¿Quién discute, quién analiza, a través de qué indagamos? Esa conversa no existe, a nadie le interesa, porque en ningún libro, ni en las redes, se habla de cuestionar al humanismo, y en caso de que se criticara, sería para decir: “bueno, pero es que vamos en la búsqueda de la perfección humana, nada es perfecto y se cometen errores, lo importante es que estamos en ese intento, en la búsqueda, siempre tratando de cumplir con la utopía”. ¿Cuál es la búsqueda? ¿La isla de Epstein? ¿Qué le vamos a perfeccionar a los Baruch, a los Rothschild, a los Rockefeller? ¿Qué arquitectura le vamos a pulir, si ellos no quieren ninguna otra arquitectura que no sea la que a ellos les da la gana, la más alta que demuestre su poder, la que contenga más cajones dónde alojar esclavos domésticos y comunes para que le genere más ganancia? ¿Acaso la torre Trump o la torre de Dubái se hicieron para que la gente contemplara y apreciara la bonita arquitectura? No, las hacen para mostrarse más poderosos.

Si los esclavos hacemos un libro, no lo haremos para pegar gritos llorones y quejumbrosos, ay que me duele, ay que me golpearon, ay que a mi abuela la violaron, ay que a mi abuelo lo metieron preso injustamente, ay que a los negros, que a las mujeres, que a los indios, que a los obreros, que a los campesinos, que nosotros también somos humanos. ¿Hasta cuándo nos seguimos quejando, diciendo que también somos humanos, cuando en la realidad somos esclavos de los humanos? Y a dónde vamos a quejarnos: a los tribunales, a la OEA, a la ONU, a la Corte Penal Internacional. ¿No son acaso estas organizaciones instrumentos de los humanos? Cuando mucho podemos ganarle pleitos a otros esclavos, pero nunca a un humano. Porque el más humano de ellos es el más ladrón y criminal. Es como el creyente que no tiene plata y dice va a llevar este caso al tribunal supremo porque la justicia es ciega, pero el inocente desconoce que la justicia no es ciega, que tiene unas parapara de ojos más grandes que las de un búho, y voltea para todos lados para ver bien a quién es que tiene que obedecer, y a quién tiene que joder. La justicia tiene más ojos que el pescao de los Simpsons.

Los esclavos tenemos un problema muy serio, y es que no logramos entender el problema en el que estamos metidos. Desconocemos que nadie nos puede salvar, porque fuera de nosotros, incluso dentro de nosotros, hay esclavos interesados en vendernos, comprarnos y usarnos como desechables, porque somos esclavos-mercancía que se negocia en las bolsas de valores. A eso se reduce el sistema humano-capitalista, donde la libertad es de quien la produce, de quien la usufructúa.

Un esclavo no puede ser libre aunque lo quiera, aunque lo desee, aunque crea que él sí, aunque jure que él sí. Lo que somos es creyentes en la libertad, pero donde está la fábrica, no un emprendimiento, la fábrica de armas, de bombas atómicas, de información, de alimentos, de drogas, de salud, de educación, de los bancos: no la tenemos. Creemos que podemos hacer lo que nos dé la gana, que tenemos ese derecho, porque nos dijeron que nacimos humanos, pero la brutal realidad es que no nacimos humanos sino esclavos, pero los esclavos nos creemos libres porque estudiamos cuatro libros, o porque nos dicen que tenemos derechos.

Los llamados salvadores de pobres, de diferentes ideologías o credos, nos han confundido diciéndonos que nuestros intereses radican en mejores salarios, mejores condiciones de esclavitud, mejores estudios o viviendas, pero jamás nosotros somos considerados como seres capaces de decidir colectivamente nuestro hacer.

La mayoría de los esclavos creemos merecer la condición de humanos, porque nos dijeron que todos somos hijos de dios y tenemos ese derecho, y lo peor es que nos hicieron creer que trabajando duro lo lograríamos. Vana ilusión de esclavo. No entendemos que los humanos nunca han trabajado, y por eso la niña merece ser secuestrada por los humanos que nos esclavizan.

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